Por Paul Krugman* – New York Times en Español
¿Cuál debería ser la política económica de Joe Biden si gana (y si los demócratas asumen el control del Senado, para que en verdad pueda promulgar leyes)? Estoy bastante seguro de saber lo que sus economistas creen que debería hacer, pero no tengo la misma certeza acerca de que todos los miembros de su equipo político lo entiendan y me preocupa que los medios de comunicación experimenten una conmoción de etiqueta, es decir, que no estén preparados para el precio de lo que debería y probablemente propondrá.
Así que esto es lo que todos deberían entender: debido al estado actual y el posible futuro de la economía estadounidense, es hora de (a) gastar mucho dinero en el futuro y (b) no preocuparse de dónde viene el dinero. Por ahora, y por lo menos en los próximos años, el gasto deficitario a gran escala no solo está bien, sino que es la única medida responsable que se puede implementar.
La columna de hoy será sobre la economía. Hablaré de la política otro día.
Primero lo primero: si Biden toma posesión como presidente en enero, heredará una nación que todavía estará devastada por el coronavirus. Trump sigue diciendo que ya estamos “dando la vuelta”, pero la realidad es que los casos y las hospitalizaciones están aumentando (cualquiera que espere que el gobierno de un presidente saliente tome medidas efectivas contra el aumento de casos está viviendo en un mundo de ensueño). Y no podremos tener una recuperación económica completa mientras la pandemia siga propagándose.
Lo que esto significa es que será crucial proporcionar otra ronda de apoyo fiscal a gran escala; en especial, la asistencia a los desempleados y a los gobiernos estatales y locales que tienen problemas de liquidez. El principal objetivo de esta asistencia será humanitario: ayudar a las familias a pagar la renta y llevar comida a la mesa, ayudar a las ciudades y pueblos a evitar recortes devastadores en los servicios esenciales. Sin embargo, también ayudará a evitar una espiral económica descendente, al evitar un posible colapso del gasto de los consumidores y los gobiernos locales.
Sin embargo, la necesidad de un gasto considerable no acabará con la pandemia. También necesitamos invertir en nuestro futuro. Luego de años de gasto público insuficiente, Estados Unidos necesita desesperadamente mejorar su infraestructura. En particular, debemos invertir de manera importante en la transición hacia una economía ambientalmente sostenible. Y también deberíamos hacer mucho más para ayudar a los niños a crecer y convertirse en adultos saludables y productivos; Estados Unidos gasta vergonzosamente poco en ayuda a las familias en comparación con otras potencias.
Pero ¿cómo podemos pagar toda esta inversión? Mala pregunta.
A veces se oye a la gente decir que el gobierno debería manejarse como un negocio. Esa es una analogía limitada en muchos sentidos. Pero, por si sirve de algo, piensen en lo que hacen las empresas inteligentes cuando se enfrentan a grandes oportunidades de inversión y tienen acceso a capital barato: recaudan mucho dinero.
Acabamos de ver que el gobierno de Estados Unidos necesita invertir grandes sumas en el futuro. ¿Qué hay del acceso al capital? La respuesta es que hay un exceso de ahorro mundial: las sumas que los individuos quieren ahorrar superan constantemente las sumas que las empresas están dispuestas a invertir. Y esta situación —el ahorro privado listo para salir y sin ningún lugar a donde ir— se traduce en costos de endeudamiento extremadamente bajos para el gobierno. En febrero, antes de que el coronavirus ocasionara una recesión, la tasa de interés promedio de los bonos estadounidenses a largo plazo protegidos contra la inflación era de menos 0,12 por ciento. Sí, era menos de cero.
En estas condiciones sería realmente irresponsable que el gobierno federal no asuma préstamos a gran escala para invertir en el futuro.
¿Pero no deberíamos preocuparnos por aumentar la deuda del gobierno? No.
Cuando un gobierno puede pedir prestado con tasas de interés bajas, y en particular cuando la tasa de interés de la deuda está muy por debajo de la tasa de crecimiento a largo plazo de la economía, la deuda no es un problema importante. No supone ninguna amenaza para la solvencia del gobierno; no compite de manera significativa con la inversión privada.
Y nada más para que quede claro: no estoy tratando de promover un punto de vista radical ni heterodoxo. A estas alturas, estar a favor de un gasto deficitario a gran escala y de una actitud relajada hacia la deuda es totalmente habitual. Un execonomista jefe del Fondo Monetario Internacional, los principales economistas —de centro— del gobierno de Barack Obama y (discretamente) Jerome Powell, el presidente de la Reserva Federal, son de esa opinión.
Los analistas apartidistas del sector privado también tienen una gran influencia en la economía de las propuestas de gasto de Biden. Moody’s Analytics predice que el PIB real sería un 4,5 por ciento más elevado con el plan de Biden que de continuar con las políticas de Trump; Goldman Sachs dice que sería un 3,7 por ciento. A ninguno de los dos les preocupan los efectos sobre la deuda.
Así que la mayoría apoya las políticas económicas de Biden (¡si gana!) de gastar a lo grande, primero para superar la pandemia que heredará y después para construir un futuro mejor. ¿Pero la política se interpondrá en el camino?
Es un hecho que los republicanos, que guardaron silencio sobre los déficits de Trump, de repente declararán la deuda como una amenaza existencial con un demócrata en la Casa Blanca. Las verdaderas preguntas son si los centristas y los medios de comunicación se creerán la histeria del déficit, como lo hicieron en los años de Obama, y si los miembros del equipo de Biden se acobardarán.
*Paul Krugman ha sido columnista de Opinión del New York Times desde 2000 y también es profesor distinguido en la City University of New York Graduate Center. Ganó el Premio Nobel de economía en 2008 por su trabajo sobre comercio internacional y geografía económica.
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