Profesor de Economía en la Universidad de Willamette, Oregón, y fundador y presidente de la Red de Moneda Moderno, Grey es una de las voces jóvenes más prometedoras de la economía norteamericana. Adalid de la Teoría Monetaria Moderna, el economista desmonta conceptos básicos como el dinero, la deuda o los impuestos.
MANUEL RUIZ RICO (Publico.es)
La crisis económica desatada por la pandemia del coronavirus está obligando a los gobiernos de todo el mundo a tomar decisiones económicas inauditas: en Estados Unidos, el Senado, en manos republicanas, aprobó en marzo incluso dar dinero en mano a sus ciudadanos (hasta 1.200 dólares por persona). Con el telón de fondo de esta crisis y como ya sucedió en la de 2008, los economistas han abierto un debate en profundidad sobre las fallas del modelo económico imperante y qué otros modelos implantar. El profesor de la Universidad de Willamette, en Oregón, Rohan Grey, es una de las voces jóvenes más destacadas y prometedoras de la economía norteamericana. Adscrito a la llamada Teoría Monetaria Moderna nacida en los años 70, Grey, que nació en Sidney hace poco más de 30 años, plantea una visión diferente de conceptos tan aparentemente unívocos como el dinero, los impuestos, la deuda o el déficit. En estos tiempos de (presuntos, según Grey) rescates, el economista alerta contra «los halcones del déficit» y contra los políticos que, ante las ayudas lanzadas por los Estados para paliar la crisis, no dejan de martillear con la pregunta: ¿cómo vamos a pagar esto? Para él son preguntas (en el mejor de los casos) capciosas, producto «de una narrativa que los poderosos, los políticos e incluso los medios ayudan a crear en el ciudadano medio».
Grey es, además de profesor en Willamette, director de la Red Nacional de Trabajos para Todos, director de investigación del Instituto de Moneda Fiduciaria Digital y director de la Red de Dinero Moderno, una agrupación de profesores y estudiantes que tiene el objetivo de divulgar información para que el público general comprenda cómo funciona el sistema económico y, en particular, el dinero. «Si los ciudadanos no lo entienden, entonces cada asunto que tiene una dimensión monetaria, incluyendo algo tan fundamental como la financiación de las cosas, tampoco es entendido… no creo que pueda haber una democracia real cuando el público general no entiende cómo funciona el dinero».
La conversación con Grey, que atiende a Público en conversación telefónica desde Chicago, se produce mientras el Senado de Estados Unidos está completamente encallado en torno al nuevo paquete de estímulos para paliar los efectos económicos del coronavirus (también la UE tuvo sobre esta tema la segunda cumbre más prolongada de su historia, que duró cuatro días). «Más que una crisis es una depresión», opina Grey. Los demócratas aprobaron en mayo en la Cámara de los Representantes, donde tienen mayoría de diputados, una propuesta inicial de tres billones de dólares. Ésta llegó al Senado y su líder, el republicano Mitch McConnell, la rebajó hasta el billón de dólares, una cifra insultantemente baja para los demócratas y elevadísima para el sector conservador republicano, el llamado Tea Party, los llamados halcones del déficit. Los senadores de esta corriente reclaman (volvemos a 2008) cerrar el grifo del Estado (es decir, austeridad) y alegan que ese billón de dólares llevará al país a contraer una deuda descomunal que comprometerá la solvencia de las arcas públicas puesto que no se podrá pagar. Un planteamiento que Grey, en la línea con los postulados de la Teoría Monetaria Moderna, considera un sinsentido y una manipulación al ciudadano. Spoiler: Grey asegura que se puede emitir todo ese dinero sin que haya que pagar nada.
Acuñar dos monedas de un billón de dólares
Pero no son sólo palabras expuestas en la teoría abstracta: el economista colaboró con las congresistas demócratas Rashida Tlaib y Pramila Jayapal, ambas del ala izquierdista del partido, en la elaboración de la propuesta de la Ley ABC, que presentaron a trámite en abril en la Cámara de los Representantes. La norma propone dar 2.000 dólares mensuales en efectivo a cada estadounidense mientras dure la pandemia y, una vez que acabe, mil dólares durante los siguientes doce meses. Este dinero se daría a través de tarjetas de créditos digitales que cada uno podría tener instalada en su móvil, por ejemplo.
Tras presentar la norma, Tlaib y Jayapal afirmaron en un comunicado conjunto que «la Ley ABC se financiaría directamente mediante el Departamento del Tesoro [el Ministerio de Economía, y no el Banco Central, es decir, la Reserva Federal], sin crear ninguna deuda adicional, mediante la acuñación inicial de dos monedas de un billón de dólares cada una y de tantas monedas como sea necesaria en el futuro». ¿Magia o economía real? El título de un artículo previo de Grey da respuesta a esa pregunta: «El dinero no es escaso, es infinito».
Es uno de los planteamientos básicos de la Teoría Monetaria Moderna y que se aplica, explica Grey, siempre que un Estado tenga la soberanía completa sobre su moneda; es decir, en el caso de España habría que aplicar este precepto a la Unión Europea en su conjunto. Dicha teoría es una de las corrientes que con la actual está crisis está ganando presencia y difusión. De hecho, otra de sus adalides, Stephanie Kelton, ha sido una de las responsables de la estrategia económica de Bernie Sanders. Kelton acaba de publicar en Estados Unidos un libro que lleva por título, no por casualidad, El mito del déficit.
La Teoría Monetaria Moderna comenzó en los años 70 en Estados Unidos. Su padre fue el economista e inversor Warren Mosler, que tiene ahora 70 años. Defiende que en los países con un control completo de su moneda los gobiernos se liberan de pensar en el gasto al modo en que lo hace una familia con su presupuesto puesto que los Estados tienen la capacidad de imprimir cuanta moneda necesiten para afrontar cualquier pago (siempre que ésta sea aceptada por el cobrador; y no parece que nadie vaya a rechazar dólares o euros como modo de pago). Mosler comenzó a elaborar la teoría mientras trabajaba de bróker en Wall Street, donde aplicó sus postulados con éxito. A primeros de los 90, por ejemplo, los inversores temían que Italia se declarase en quiebra al no poder afrontar su deuda, pero Mosler pensó que esto era imposible porque siempre podría imprimir cuantas liras necesitase y éstas no serían rechazadas por los cobradores. La firma para la que trabajaba se convirtió en uno de los mayores compradores de liras fuera de Italia en ese momento. El impago de Italia nunca se produjo y la empresa inversora de Mosler logró obtener un beneficio de 100 millones de dólares.
No es la economía ¡es el dinero, estúpido!
Por este motivo, Grey pone el acento inicial en la comprensión de qué es el dinero: «Muchos de los estudios de economía tratan el dinero sólo como un velo o una capa encima de los recursos reales y yo creo que esa visión no es cierta», sostiene. «Habría dos historias incluidas en esta visión: una, en la que el dinero es sólo la herramienta para obtener más bienes; en la otra, el objetivo de la economía entera es la de emplear el dinero para que haya más dinero, luego cada uno tomaría sus decisiones personales, pero la lógica del sistema, del capital, sería esa. Desde mi punto de vista, nada de eso es cierto», rebate Grey, «para empezar», añade, «la capa monetaria de la economía no es un mero velo que esté por encima de los recursos: el dinero es la capa central».
El profesor de la Universidad de Willamette defiende que «pensar en el dinero sólo en cuanto a una posible reclamación de recursos es extremadamente corto de miras. El dinero», dice, «es un instrumento legal que da derecho a usarlo para satisfacer deudas legales. Es la herramienta que el Estado elige como instrumento legal para pagar deudas: ese instrumento, sea cual sea, se convierte en la forma primera de dinero en una sociedad y ése», sentencia, «es un poder que tiene el Estado».
Ese poder no es infinito, tiene sus límites: «Lógicamente: si se abusa o se usa incorrectamente ese poder se puede causar un colapso en todo el sistema monetario y los dos ejemplos típicos de esto es cuando se causa hiperinflación o deflación», admite el economista. Pero entonces el límite no es ya un porcentaje del PIB o del presupuesto: el límite a la creación y emisión de dinero sería el propio impacto de dicha emisión.
El economista también alerta contra el pensamiento estándar de que «como las cosas a adquirir son finitas, el dinero es finito y esto, sencillamente, no es verdad. El dinero tiene su propia lógica de funcionamiento al margen de eso». La concepción real del dinero, argumenta, tiene más que ver con el derecho (y, por lo tanto, con el lenguaje), que con las matemáticas. Acaso no por casualidad, Grey está licenciado en Derecho (antes de eso estudió economía política). «Es un proceso lógico, hay mucha evidencia de juristas historiadores que han estudiado la evolución del sistema monetario», asegura, y añade: «Un billete es una obligación legal, es un contrato. Creo que si no se habla de ese modo más veces es porque la mayoría de los economistas no saben mucho de leyes y creo que no tiene ningún sentido tratar de hacer una teoría completa del dinero si se pierde de perspectiva que es un instrumento legal. Se puede hacer economía monetaria sólo con números, pero esa economía monetaria», sentencia, «depende de las leyes, que son palabras escritas, palabras que tienen un significado legal».
Cuando se cambia el enfoque sobre el dinero, el terreno que emerge es también diferente. «Los halcones del déficit», dice Grey, «hacen creer a los ciudadanos que todo el dinero que se ponga en circulación genera una deuda como si fuera la deuda de una familia, y, si se ha emitido muchísimo dinero, será una deuda que no se podrá pagar y eso sencillamente no es así. Son conceptos diferentes, realidades diferentes», defiende.
«No culpo a la gente por ello porque esa noción de deuda está en los libros de texto, en los medios de comunicación, en todas partes, y la gente escucha deuda y lo asocia a la deuda de su vida diaria, su deuda personal o familiar», explica, y prosigue: «Son dos cuestiones diferentes: una cosa es como cualquier persona normal usa el dinero y otra muy diferente es cómo el dinero funciona como moneda, dentro del sistema social de las instituciones y del sistema legal». Así que si la Ley ABC de Tlaib y Jayapal se aprobara (cosa difícil porque la aprobación final recaería sobre el Senado republicano) y se repartieran esos dos billones de dólares entre los ciudadanos «no habrá que pagar nada para devolver esa cantidad porque se puede afrontar cualquier cosa que emitamos en nuestra propia moneda. La única cuestión es el efecto de hacer eso». Y esto nos lleva a la crisis anterior.
«Una de las preocupaciones que teníamos cuando redactábamos la propuesta de ley viene de lo que vimos en 2008. Desde entonces sabemos que después de un enorme paquete de estímulos, lo que viene es que los halcones del déficit empiezan a hablar de cuan grande son la deuda y el déficit y contraatacan empujando hacia las políticas de austeridad, lo que resulta completamente inapropiado», critica. Por este motivo, añade, la norma propone acuñar moneda (en concreto dos, cada una con un valor de un billón de dólares) y poner ese dinero en circulación en vez de emitir bonos del tesoro, «para evitar la idea de que esa cantidad vaya a sumarse a la deuda pública o al déficit».
Para huir de esa asociación, la norma propone jugar con el marco institucional: la acuñación de moneda la ejecutaría no la Reserva Federal como banco central, sino el Departamento del Tesoro (equivalente a un ministerio de finanzas). A partir de ahí, la Reserva compraría esas dos monedas de un billón de dólares al Tesoro e inyectaría en la población estadounidense esa cantidad, a razón de 2.000 dólares por persona y mes. Este extremo, que puede parecer polémico, está fundamentado legal e históricamente en Estados Unidos: «No sólo es que el Tesoro puede emitir deuda pública, lo que no deja de ser dinero, sino que el Tesoro está legalmente autorizado a acuñar el dinero que la Reserva Federal no emita. Por lo tanto, es factualmente erróneo que la Reserva Federal sea la única capacitada para crear dinero. El Tesoro, de hecho, es una institución más antigua y operó así durante la mayor parte del siglo XIX», defiende Grey, para sostener la legalidad inmaculada de la operación.
Así que no es magia, dice Grey, sino que un país con soberanía completa sobre su moneda puede imprimir tanta moneda crea necesaria sin estar preocupado por tener que pagar esa presunta deuda. Ésa es la infinitud del dinero de la que habla Grey, aunque esa infinitud tiene un límite: el efecto que causará poner tanta moneda en circulación. Aquí, los halcones del déficit, los adalides de la austeridad, también se suelen alzar con una misma letanía: el miedo a la hiperinflación. «Estamos en medio de una depresión económica», dice Grey, «con un desplome en la demanda de una forma que se retroalimenta». La gente es despedida masivamente, por este motivo consume menos, al consumir menos más gente es despedida y así sucesivamente, en una espiral hacia abajo en caída libre, «así que imprimir más dinero», prosigue el economista, «y darle a cada ciudadano una temporal tarjeta de crédito para que lo gaste debería ser poco controvertido. Mucha gente simplemente usará ese dinero como usaba su salario: lo gastarán enseguida en comprar comida, pagar el alquiler o la hipoteca, en las facturas médicas u otras facturas que surjan, por eso no veo ninguna indicación de que por dar ese dinero a las familias de repente los precios de los bienes y servicios vayan a incrementarse. A cambio», apostilla, «se conseguirá un acceso equitativo durante la pandemia a esos bienes y servicios, a que la gente tenga comida y esté garantizado el derecho a la vivienda, la salud, etcétera».
«Bill Gates debería de dejar de mentir sobre los impuestos»
Esta estrategia derivada de ese nuevo enfoque sobre el dinero abre otra brecha en uno de los elementos cruciales de nuestro tiempo: los impuestos. Y aquí Grey tampoco se anda con medias tintas: «la idea de que éstos sirven para que el Estado recaude dinero no tiene ningún sentido porque se puede imprimir una cantidad infinita de moneda», afirma. «Esto no es nuevo», abunda Grey, «lo dijo ya en 1945 el presidente de la Reserva Federal de Nueva York, Beardsley Ruml, en una estupenda conferencia que tituló Los ingresos por impuestos son obsoletos. Ruml aseguró que si tienes un banco central capaz de crear dinero imprimiéndolo, los gobiernos estatales están libres de usar los impuestos como herramienta para obtener ingresos».
Con estas ideas sobre la mesa, Grey defiende que las funciones de los impuestos en las economías actuales siguen siendo muchas y variadas, una de las más destacadas «es la de eliminar dinero del sistema: puede ser bien para quitar dinero a ciertas personas o de ciertos sectores por que tengan demasiado y puedan generar un riesgo o una desigualdad muy grandes, o por que estén gastando dinero de un modo que puedan causar una inflación elevada». Otros usos serían, añade Grey, «para cambiar comportamientos: es entonces cuando se pone un impuesto al tabaco o el alcohol; y también puedes bajar los impuestos para fomentar el uso de algo».
El profesor de la Universidad de Willamette critica que si aún es masiva la concepción tradicional de los impuestos como herramienta del Estado para recaudar fondos, «se debe a la enorme campaña pública que existe vinculando ambas ideas. Está presente en todas partes y con ella se da muchas veces la impresión de que la gente que mantiene el gobierno a flote son los pagadores de impuestos a pesar de que hay gente tan pobre y con tan pocos recursos que no pueden pagar ningún impuesto y apenas tienen su trabajo para poder sobrevivir».
Una consecuencia de esto último, dice Grey, es que «se alimenta el mito de que un ciudadano en esa situación desfavorecida es peor ciudadano porque no paga impuestos, lo que sólo contribuye a incrementar el poder de la gente que ya tiene poder. Es un lenguaje que se usa todo el tiempo. Bill Gates siempre dice que paga más impuestos que nadie en este planeta y que de ese modo él financia más escuelas que nadie. Bien, eso es basura. Se da una idea de solidaridad absolutamente atrasada. Hay que cambiar esa narrativa, sencillamente es mentira y él debería dejar de mentir sobre eso».
Para combatir esa narrativa oficial sobre la economía, Grey fundó en 2012 la Red de Moneda Moderna, de la que es presidente y que se creó como una organización de estudiantes en la Escuela de Leyes de la Universidad de Columbia, en Nueva York. «Fue creada para promover la educación pública sobre el dinero y las finanzas. La llamamos red y no organización porque la idea era atraer a personas y ponerlas en común en torno a esos temas. Organizamos seminarios públicos, conferencias, escribimos artículos de opinión, etcétera. Es una red de aprendizaje para los que la componemos y trabajamos para difundir este conocimiento sobre el sistema económico».
Junto a esto, y por aquello de que las palabras vuelan pero lo escrito queda, que decían en la antigua Roma, Grey trabaja en un libro sobre moneda digital en el que abordará, entre otros, los eternos asuntos del funcionamiento de la economía, la deuda, el déficit, el dinero y los impuestos. Saldrá a la venta en Estados Unidos a principios de 2021 y se titulará Digitalizando el dólar: la batalla por el alma del dinero público en la era de las criptomonedas. Una batalla tan vieja como el mundo y que la crisis ha puesto de nuevo al orden del día.
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