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Tres desafíos para la juventud que la pandemia confirmó y profundizó

Por Irene Polimeni Sosa
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La estrecha relación entre vulnerabilidad económica y mortalidad se ha evidenciado en su total crudeza. La falta de acceso a recursos básicos significó una mayor exposición al COVID-19 y menores probabilidades de superarlo en caso de contagio. Las principales víctimas de la pandemia fueron los sectores más vulnerables de la sociedad. Según el informe 2021 sobre desigualdad global de Oxfam, durante la pandemia la brecha entre los que más y los que menos tienen no hizo más que agrandarse. La riqueza de los 2755 milmillonarios que existen creció más que en los últimos 14 años y los 10 hombres más ricos del mundo duplicaron sus fortunas, mientras que 160 millones de personas caían en la pobreza y 17 millones perdían su vida a causa del virus.

En el 2020 la esfera política estuvo signada por la dicotomía individualismo-acción colectiva. Algunos Estados apelaron a una fuerte presencia a través de medidas restrictivas y una concientización sobre el alcance de la acción individual en la comunidad. Otros tomaron la actitud contraria, dejando que cada individuo eligiera su propio criterio de prevención. En los países en los que primó, la segunda tendencia se tradujo sin excepciones en una mayor cantidad de contagios y muertes.

La llegada de las vacunas no escapó a las implicancias de este planteo. Durante 2021, el pedido por parte de India y Sudáfrica de liberar las patentes para que las vacunas fueran un bien público global fracasó en todos sus intentos, debido a la resistencia de las corporaciones farmacéuticas y sus países de origen, que poseían vacunas de sobra.

Esto se conecta con la crisis ambiental, que tiene como base el deterioro de los ecosistemas a través de una lógica de producción y consumo que beneficia a unos pocos y perjudica a la amplia mayoría de la población mundial. El 10% más rico del mundo es responsable por la emisión de más de la mitad de los gases de efecto invernadero, pero son los sectores más vulnerables de la sociedad los que más sufren el impacto del fenómeno: la crisis climática también exacerba las desigualdades.

La muerte de mujeres e identidades trans por violencia de género es un reclamo masivo del movimiento feminista internacional hace 7 años. Según Oxfam, los asesinatos de mujeres alcanzaron cifras sin precedentes durante la pandemia, y los de identidades trans aumentaron. El aislamiento obligatorio resaltó un hecho esencial en relación a la insuficiencia de la asistencia estatal para estos casos: muchas de las víctimas viven con sus agresores. El observatorio Ahora que sí nos ven registró 554 femicidios entre 2020 y 2021 en Argentina. Aunque los llamados a la línea 144 fueron en aumento, la cantidad de víctimas se mantuvo estable, evidenciando que las herramientas ofrecidas lejos están de ser suficientes. 1 de cada 4 víctimas del 2021 había realizado al menos una denuncia o tenía medidas de protección.

La pandemia señaló muchas de las transformaciones que serían necesarias para lograr un mundo menos desigual, pero también profundizó los desafíos que esas transformaciones suponen. La desigualdad económica hoy es extrema y se ve agravada por condiciones ambientales y de género. Es incierto cuánto se pueda tardar en lograr su reducción. Sin embargo, un sector de la juventud argentina sostiene que el horizonte está en algunas luchas concretas: redistribución de la riqueza, construcción de una justicia social ambientalista y una reforma judicial con perspectiva transfeminista. Sin darle lugar al desencanto, esa juventud le pone objetivos concretos a la agenda política nacional.