La reaparición en escena de CFK, desde la perspectiva del gobierno nacional, por el efecto reflejo que supone reactivar el rechazo sobre quien lleva sobre sus espaldas la pesada carga de una fuerte y extendida estigmatización, no solo tiene implicancias que se proyectan a lo electoral. También ayuda a Milei a frenar la erosión que había comenzado a producirse en la relación con parte de sus votantes, violentados por los efectos del brutal ajuste.
Desde la mirada libertaria, el desafío que enfrenta Javier Milei en el campo político-electoral de cara al 2025 es lograr consolidar, en el mayor grado posible, la base del 55% de los votos que a nivel nacional le otorgó el triunfo en la segunda vuelta frente a Sergio Massa. Un resultado que significó, en comparación al 29,99% obtenido por la fórmula compartida con Victoria Villarruel en la primera vuelta, un crecimiento de 25,66 puntos, pasando de un caudal de 8.038.990 a 14.554.560 de votos.
El balotaje, como se sabe, implica una polarización que excluye a terceros, razón por la cual cada uno de los dos contendientes se beneficia no sólo del llamado “voto positivo”, es decir, del ciudadano decidido a apoyarlo por efecto de la identificación que le despierta la figura del candidato y sus propuestas. También se beneficia por el “voto negativo” que se canaliza favorablemente a un candidato en función del rechazo que el votante siente por el otro. Sabido es que el denominado “voto negativo” fue decisivo para la llegada de Milei a la presidencia.
En ese marco, frente a las próximas elecciones de medio término, no es el kirchnerismo y la figura de Cristina Kirchner, instalada nuevamente como protagonista activa – casi en “modo campaña” – el principal obstáculo para que La Libertad Avanza alcance el objetivo de la consolidación electoral, sino más bien todo lo contrario: se presenta como un “recurso” inteligentemente aprovechado por el oficialismo – con Milei ubicado en el centro de la disputa – para amplificar al máximo el tipo de polarización que hoy lo sigue beneficiando.
Una polarización que, entre sus múltiples efectos, por la propia fuerza de los hechos, conduce a terminar de excluir de la escena a Mauricio Macri y al PRO (ya sensiblemente desdibujados), en un mismo movimiento que posee efectos ambivalentes: al mismo tiempo que debilita aún más la posición de Macri y lo empuja hacia la condición misma de la insignificancia política, restándole capacidad de maniobra y reduciendo su poder de negociación en el futuro armado de las listas, lleva a consolidar el proyecto de Milei de terminar de unificar en su propia persona el liderazgo del espacio que, aunque en una proporción ya marcadamente desigual, a favor del Presidente, incluye también al fundador del PRO.
Es decir, la iniciativa de Milei de protagonizar la contraposición con el kirchnerismo, y en particular con Cristina Kirchner, funciona como la táctica más efectiva para dirimir la disputa velada que lleva adelante con Macri. De ese modo, consumaría a su favor la disolución de aquello que queda aún en pie del espacio que representaba la base electoral del macrismo (ahora reducida a una fracción del PRO). Para terminar plenamente de asimilarla, absorberla, por parte de la Libertad Avanza bajo el liderazgo excluyente del libertario. Las elecciones de medio término, especialmente las elecciones de la provincia de Buenos Aires y de CABA, serían la bisagra que sirva para cristalizar esa transición.
En tanto la política transcurre como un juego de acciones y reacciones, a su vez, la reaparición en escena de CFK, desde la perspectiva del gobierno nacional, por el efecto reflejo que supone reactivar el rechazo sobre quien lleva sobre sus espaldas la pesada carga de una fuerte y extendida estigmatización, no solo tiene implicancias que se proyectan a lo electoral. También ayuda a Milei a frenar la erosión que había comenzado a producirse en la relación con parte de sus votantes, violentados por los efectos del brutal ajuste.
Para ellos la “amenaza” kirchnerista, que cobra nueva fuerza cuanto más se consolida la perspectiva de CFK como posible candidata, es un “argumento” suficiente para tragarse el sapo, apretarse el cinturón y cerrar filas en torno al presidente. No representa el único motivo que los mantiene unidos al libertario, pero indudablemente es una causa que, considerando cómo funciona la polarización, no es para nada desdeñable. Que además se combina con otros factores, como es la estabilización lograda sobre las variables financieras, fundamentalmente la reducción de la inflación, cuyo efecto crea una sensación de alivio aún entre quienes sufren la crisis, otorgándole una cuota de oxígeno al presidente.
Volviendo a la polarización, la figura de Cristina Kirchner – con independencia de su propia voluntad – es manipulada por Milei y su dispositivo comunicacional, para inyectar anabólicos a su propia fuerza, en tanto la ex presidenta representa el símbolo por excelencia del espacio con el cual Milei confronta, y sobre el que deposita la quintaesencia de todos los significantes negativos utilizados en su amplia cruzada contra la “casta”. Entre todos ellos, como centro del contrapunto, la asociación de CFK, La Cámpora y el kirchnerismo con la corrupción y el delito.
Más allá de los indicios sobre algún cambio eventual, y si los datos siguen siendo los de hoy, ¿la más que evidente decisión del oficialismo de hacer fracasar la sesión en la que se iba a tratar el proyecto de ley de Ficha Limpia, que podría proscribir a Cristina como candidata, no es acaso, como lo han señalado distintos analistas, una prueba clara del interés del líder libertario por mantener viva su posible candidatura a diputada nacional en 2025?
Y, a la inversa, ¿la presión que ejerce el PRO a favor de la sancionar la Ley, junto a la presentación realizada por un grupo de ex funcionarios de Mauricio Macri, solicitando a la justicia la proscripción de CFK, no desnuda al a vez el interés del ex presidente por evitar que se consolide la polarización que lo perjudica?
Fortaleza y al mismo tiempo debilidad
La fortaleza de CFK, ya sea por los valores que le reconocen quienes la apoyan o por la reacción que provoca entre sus adherentes la injusticia de ser condenada por jueces que actúan como instrumentos de un poder inconfesable que utiliza a la justicia como arma para dirimir las contiendas políticas, fabricando causas amañadas como las de Vialidad, es al mismo tiempo, para la mirada de quienes proyectan en CFK la encarnación del mal, la causa objetiva de su debilidad.
Es decir, su estigmatización hace que aquello que simbólicamente conforma la base de su liderazgo en el espacio del kirchnerismo y sus aliados, es lo que provoca la reacción negativa de quienes la rechazan, con un saldo decididamente desfavorable para la ex presidenta.
Como puede comprobarse empíricamente a través de las encuestas de imagen o de la medición de los pisos y techos electorales, el rechazo a CFK, tomando la media nacional, oscila entre un 60 y 65% del electorado, una cifra que, con sus más y sus menos, se mantiene constante desde hace casi una década y que, por lo tanto, refleja un estado no pasajero sino estructural, desde el punto de vista de la opinión pública. Cristina es la que reúne el mayor porcentaje de apoyo en el espacio del kirchnerismo/peronismo y sus aliados, y al mismo tiempo, es la que más dificultades enfrenta para superar esos límites.
Naturalmente, esa realidad representa el principal impedimento para que, en torno a su figura, en calidad de protagonista central, pueda conformarse una mayoría que revierta los términos adversos de la actual polarización. Como posible candidata en las legislativas de la provincia de Buenos Aires, no pudiendo estar Axel Kicillof en la boleta, sin duda que CFK es quien más caudal electoral puede lograr. Pero siempre dentro de un rango que difícilmente pueda superar el 40%, precisamente por la imposibilidad de trascender los límites de su núcleo duro de votantes y su círculo más próximo.
Hay que recordar que ya como candidata de Unidad Ciudadana, en 2017, Cristina había alcanzado el 37,28% de los votos, contra los 41,38% de Esteban Bullrich. Y, en perspectiva, el contexto actual no parecería ser más favorable, contemplando incluso la posibilidad cierta de que el espacio que responde al líder libertario, quizás llevando el apellido Milei en la boleta con el propósito de acentuar la confrontación, absorba en su lista a lo que quede aún del PRO y logre concentrar en una única opción la oferta electoral de la derecha y el anti-peronismo.
Ese juego de acciones y reacciones, protagonizado por los dos contendientes de la disputa que posee efecto nacional, Milei y CFK, cada uno haciendo su juego y al mismo tiempo participando de una dialéctica que los une a partir de la necesidad compartida de polarizar con su respectivo antagonista, tiene efectos simultáneos que van más allá de sus respectivas figuras, y se proyectan hacia el interior de cada uno de los espacios que van siendo arrastrados por la propia dinámica de la polarización.
En el espacio de la derecha y el anti-peronismo, como se señalaba, consolidando el monopolio del liderazgo de Milei, no solo pasando a “retiro” en los hechos a Mauricio Macri sino, por voluntad del propio líder libertario, excluyendo abiertamente de su armado político a la vicepresidenta Victoria Villarruel, quien potencialmente, al igual que el mismo Macri, sostienen, aunque por razones distintas, la ilusión de convertirse en primera figura, si es que las circunstancias así lo permiten. Por esa razón, parecería lógico concluir que Milei juega sus cartas en el mejor momento de su fortaleza relativa, dándole “las largas” a Macri, es decir, pateando para adelante la discusión sobre una posible alianza electoral, y blanqueando públicamente sus diferencias con Villarruel.
Sobre ella hay que recordar que, en la carrera del libertario hacia la presidencia, la actual vicepresidenta cumplió un papel más que significativo. No solo sirvió para “equilibrar” la fórmula y conectarla con los sectores refractarios a la política de derechos humanos impulsada por el kirchnerismo. Incluso aportó en la primera vuelta electoral, una cuantía de votos (¿5, 6 o 7 por ciento?) que fueron decisivos para que el binomio consiguiera arañar casi el 30% de los sufragios, y posicionarse desde ese plafón con chances frente al balotaje.
En el caso de Macri, dando mensajes ambiguos de cierto apoyo a Milei cuando la propia Patricia Bullrich, candidata presidencial de Juntos por el Cambio, disputaba con el líder libertario su ingreso al balotaje. Y luego militando activamente, junto a la actual ministra de Seguridad (desplazada al quedar tercera en la contienda) la transferencia de votos a favor de Milei en su disputa final ante Sergio Massa, de cara a la segunda vuelta.
Podría decirse, en consecuencia, que tanto Macri como Villarruel, desde la perspectiva de Milei, ya cumplieron su cometido y dejaron de ser imprescindibles – o incluso necesarios – como sí lo fueron en algún momento. Ahora representan, más bien, “piedras” que el libertario debe despejar de su camino para terminar de consolidar una posición de absoluta hegemonía, cuyo ideario “vanguardista” interpretó El Gordo Dan al lanzar Las Fuerzas del Cielo, en su condición de “brazo armado” o “guardia pretoriana” del presidente.
En el espacio del peronismo y sus aliados, la exacerbación del antagonismo centrado en Milei-CFK, naturalmente, también tiene sus efectos. Al reinstalarse Cristina en el centro de la escena, se obstaculiza, dificulta y bloquea la posibilidad de una renovación de la dirigencia que sea capaz de cambiar la ecuación desfavorable de la polarización que hoy perjudica al campo nacional. Hay que observar, a la vez, que esa polarización conforma el estado estructural que explica la dinámica de los acontecimientos políticos desde hace años.
Hay que señalar, en ese sentido, que la polarización, en rigor, no nace de lo electoral, sino que lo antecede. La contienda electoral puede sí amplificar el antagonismo preexistente, pero en esencia no hace otra cosa que reflejar la divisoria de aguas conformada con anterioridad, que impone las condiciones favorables o desfavorables para cada uno de los polos que protagonizan la contradicción.
De allí, la renovación que se impone como condición para superar las circunstancias que, en calidad de protagonista principal, a la propia CFK la limitan para titularizar la reconstrucción efectiva de una mayoría que pueda cambiar los términos de la polarización que divide las aguas. Es decir, modificar las relaciones de fuerzas adversas es un proceso que, por definición, debería iniciarse mucho antes de las elecciones.
El desafío de ese cambio en la ecuación de la polarización está enmarcado en condiciones objetivas que es imprescindible identificar y medir. No se logrará por puro voluntarismo ni tampoco siguiendo un itinerario marcado por las aspiraciones o necesidades personales de los dirigentes, por más legítimas que sean. Sino que es necesario encontrar el camino partiendo de la base de que los márgenes son estrechos y las condiciones políticas adversas. Mucho más aún si se toma en cuenta el grave daño que existe en la relación de la dirigencia que representa al peronismo y sus aliados con amplios sectores de la sociedad, sin cuya inclusión difícilmente puedan reconstruirse las bases del movimiento nacional.
Supone proyectar figuras con capacidad, no solo de renovar propuestas y programas, adaptándolas a las condiciones actuales y, lo que es fundamental, capitalizando los errores de las experiencias pasadas, sino dirigentes que, además, estén en condiciones de resistir, con el mayor grado de inmunidad posible, los embates que sirvan para mantener vivos los estigmas que el peronismo y, particularmente CFK, deben sobrellevar. Muy especialmente el estigma de la corrupción, núcleo central de su desacreditación que inhabilita a la dirigencia.
Toda fórmula que, aun siendo efectiva en el corto plazo o pensada en función de las elecciones de medio término, pero que, al mismo tiempo, por seguir actuando bajo la trampa de la polarización tal como hoy funciona, imposibilita la reconstrucción de las mayorías del campo nacional – fragmentadas y divididas por la ausencia de una dirigencia que las pueda volver a aglutinar – lo más previsible es que lleve al peronismo y sus aliados a nuevas derrotas, incluso logrando resultados positivos en la próxima coyuntura electoral.
Ya quedó claro, con la experiencia de Alberto Fernández, cómo una victoria táctica puede conducir a una derrota estratégica. Sin un programa elaborado con suficiente tiempo y profundidad, sin haber digerido, procesado y compartido los errores del pasado, tanto en lo económico como en lo político, sin una conducción política consustanciada con un proyecto claro y definido para el país, lo que fue un acierto en lo electoral se transformó en la causa del fracaso que terminó abonando el terreno para que Javier Milei se transformara en presidente.
Sólo queda esperar que podamos aprender de las lecciones del pasado, del viejo pasado y del reciente.
Fuente: yahoraque.com.ar
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