Por Lluís Bassets * – El País
No hubo debate. No puede haberlo con este presidente. Si Donald Trump no ha respetado nunca la regla de juego, cómo iba a respetar la noche que acordaron los dos equipos electorales. No fue tan solo Joe Biden la víctima de sus groseras interrupciones sino que boicoteó al propio moderador, Chris Wallace, el experimentado periodista de la cadena amiga Fox News.
No podía haber sorpresas por este lado y no las hubo. Trump destruye todo lo que toca y no iba a ser excepción el primer debate entre los candidatos a la presidencia, hasta el punto de que este martes muchos se preguntaban si valía la pena repetir todavía dos veces más un espectáculo tan penoso, que en nada contribuye a prestigiar a Estados Unidos y a su sistema democrático.
Si acaso, la única novedad fue la entereza de Joe Biden, que no perdió pie en ningún momento del encontronazo, ni siquiera ante los ataques más ofensivos que afectan a su familia. No hubo debate, pero sí hubo vencedor. Trump no consiguió sacar partido de las evidentes debilidades de Biden, especialmente de su edad, su tartamudeo y sus vacilaciones. Ni siquiera le sirvió el contraste entre su energía y su agresividad con la pasividad y la moderación de su contrincante. Al contrario, la conclusión de la noche para muchos votantes es que el soñoliento Joe puede ser un buen presidente, especialmente eficaz para pasar la página ominosa de la historia que representa la presidencia de Trump.
Si alguien llegó a imaginar que Donald Trump podía elevarse sobre sí mismo, abandonar por una vez sus habituales mentiras, sus provocaciones y sus bravuconadas, y ofrecer por primera vez y excepcionalmente una imagen presidencial, todos estos ensueños, razonables entre el republicanismo moderado, quedaron aventados este martes. Así obtuvo la presidencia, así ha conducido el país durante estos cuatro años y así quiere vencer de nuevo en noviembre, en el barro. Si la presidencia no corrigió ni moderó a Donald Trump, menos va a corregirle y moderarle una campaña electoral en mitad de una pandemia, una recesión económica y una oleada de protestas contra el racismo.
La dirección de la campaña electoral emprendida por Trump, confirmada por su comportamiento en el debate, sondeos electorales en mano, conduce hacia una derrota, solo reparable en el límite, en el escrutinio y gracias a la mayoría abrumadora de jueces conservadores con la que espera contar en el Supremo, una vez ratificado el nombramiento de la juez Amy Coney Barrett. Le queda la estrategia de la intimidación del adversario, animando incluso a sus partidarios para que presionen a los votantes demócratas ante los colegios electorales. Para que estos desistan y no opongan resistencia a su absoluta resolución de mantenerse en la Casa Blanca.
El debate electoral es toda una institución política en Estados Unidos. Donald Trump, especialista en destruir instituciones, este martes fue particularmente eficaz en su labor. Convertidos en penosos espectáculos de boxeo político, de estos lances no salen vencedores sino derrotados, y el que más la democracia. De esta derrota Trump quiere extraer su victoria.
*Director adjunto de El País. Licenciado en Filosofía y Letras y en Ciencias de la Información en la Universidad de Barcelona.
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