Por Martín Granovsky
Empezó como un chiste y ya es una realidad: Scott Bessent, secretario del Tesoro de los Estados Unidos, o sea ministro de Economía de Donald Trump, también es el ministro de Economía de la Argentina. Todavía son confidenciales los papeles de trabajo entre Bessent y Luis Toto Caputo. Pero el Tesoro viene operando en el mercado argentino de cambios a través de bancos privados. Hasta ahora aprieta el botón verde, porque intenta que el dólar no se desboque más antes de las elecciones del 26. Pero si Bessent y Trump son los dueños del botón verde, es obvio que ya dominan otro botón: el rojo, el que puede provocar una corrida. Y podrían usarlo a voluntad, e incluso utilizarlo como instrumento de presión en el futuro.
Los ansiosos que no observan lo que ya pasó deberían registrar el dato del botón. “Todo es geopolítica”, dijo Su Excelencia en la entrevista que le hizo Eduardo Feinmann. “Estados Unidos es nuestro aliado”, quiso explicar como si se tratara de dos gobiernos en paridad de condiciones y no, tal como lo planteó originalmente, un alineamiento incondicional con Washington que comenzó desde el día uno de su gobierno:
*Su Excelencia impidió que la Argentina formara parte de los Brics ampliados.
*Logró la renovación del swap con Beijing pero, en sordina, frenó el avance de la construcción de las represas en Santa Cruz con financiación china.
*Interrumpió el plan nuclear de Atucha III.
*Votó en la ONU lejos de los países latinoamericanos (con la excepción de Paraguay) y los países emergentes.
*Endiosó a Benjamin Netanyahu, acusado de genocidio o crímenes de guerra, según el caso, incluso por exdirectivos del Mossad israelí.
*Puso la relación con Brasil en el freezer.
*Hizo concesiones al Reino Unido en Malvinas.
*Reforzó el endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional.
*Les garantizó a los grandes fondos internacionales un negocio de carry trade que, en 2024, alcanzó una ganancia del 80 por ciento en dólares.
La reunión con Trump en la Casa Blanca fue la coronación de ese proceso y, al mismo tiempo, el comienzo de otro: la intervención pública directa de los Estados Unidos en la política interna como no se conoció en estos 42 años de democracia.
x¿Es la geopolítica o son las ganancias? ¿Es la toma de posición en la pelea entre China y los Estados Unidos? En esta misma edición de Y ahora qué abordan el asunto con distintos enfoques Ricardo Auer, Enrique Aschieri, Jorge Landaburu y Guido Aschieri. El historiador Juan Manuel Romero explica, justo cuando se cumplen 80 años redondos del 17 de octubre de 1945, cómo jugó la relación con los Estados Unidos antes y durante el gobierno peronista.
El primer Donald Trump no tuvo éxito como jefe de campaña de Mauricio Macri. Impulsó un préstamo del Fondo Monetario Internacional por 50 mil millones de dólares, concedido en 2018, para que Macri reeligiera en 2019. No resultó. Sin embargo, la deuda pesó en el Gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner. En parte porque siempre representa una atadura real y porque, como decía Roberto Lavagna en 2002, “la centralidad del Fondo es un factor de nerviosismo permanente”. Y en parte porque, además de dos plagas como la pandemia y la sequía, el último gobierno kirchnerista arrancó sin haber discutido antes en profundidad y en detalle qué haría con la deuda. Es más: la falta de una estrategia previa en común contribuyó a la crisis interna permanente de la Administración Fernández.
Intervenciones abiertas
El Donald Trump de este segundo mandato, que comenzó el último 20 de enero, es el presidente de las intervenciones abiertas. El jefe de una potencia global que despliega su poder sin eufemismos. Y ese despliegue no se limita al Medio Oriente, donde tras no frenar a tiempo a Netanyahu cuando masacraba gazatíes intervino para ponerle un límite en la cumbre del último lunes 13. Incluye, también de manera abierta, a América latina.
Es una continuidad de la doctrina del Destino Manifiesto, complemento de la doctrina Monroe. Esas dos palabras, relacionadas con la misión de los Estados Unidos en la Tierra casi por derecho divino, fueron escritas por primera vez en 1845 por el periodista John O’ Sullivan. Después de la anexión de Texas a los Estados Unidos, exaltó “el destino manifiesto de extendernos por el continente asignado por la Providencia para el libre desarrollo de nuestros millones que se multiplican anualmente”. Ya antes, el presidente Thomas Jefferson había comprado Louisiana a Francia. En la década de 1840, el renacimiento de la confesionalidad protestante en la política se combinó con la fiebre del oro, desatada en 1848 cerca de San Francisco sólo dos años después de la anexión de California. Trescientas mil personas, chinos incluidos, emigraron a la costa oeste. El oro, en esa etapa de la economía mundial, era el patrón del sistema monetario.
No parece haber distinción posible, hoy, entre la geopolítica, la intención de Trump de reconstruir el capitalismo estadounidense, la interconexión entre el sistema financiero y las guerras en pleno desarrollo y los desafíos que suponen, en ese orden, China y Rusia.
La doctrina del Destino Manifiesto justificó la expansión de los Estados Unidos en América del norte, a expensas de México, y luego el dominio de América central y el Caribe, sobre todo con la intervención directa en Cuba que siguió a la independencia cubana de 1898 respecto de España.
La gama de negocios era amplia: iba de las bananas al estaño y del estaño al cobre. El ingeniero en minas Spruille Braden no sólo fue el embajador y subsecretario intervencionista que Juan Perón aprovechó con picardía para ganar las elecciones de 1946. Su nombre está vinculado a la United Fruit y a William Braden, su padre, el fundador de la empresa minera de Chile, la Braden Copper Company. La misma que, con otros propietarios y otro nombre, El Teniente, fue nacionalizada por Salvador Allende en 1971.
La postura de Trump es lógica. Defiende sus intereses. Los propios, al menos tal como los entiende el presidente número 47 de los Estados Unidos. En eso coincide Su Excelencia cuando hace una contribución –modesta, es verdad, pero no inexistente– al Make America Great Again.
La clave es el cómo
La discusión actual ya no es la conveniencia de que entre o no el capital extranjero. Con CFK, el Estado argentino firmó el convenio con Chevron. También rescató a General Motors con un préstamo cuando estaba al borde del abismo por la crisis internacional de 2008. Ni siquiera tiene sentido discutir ideológicamente cuando Su Excelencia tilda de “comunista” al peronismo, aunque sí conviene recordar que esa sinonimia fue utilizada por la Doctrina de Seguridad Nacional que abrevaba en la Escuela de las Américas de Panamá y en los paramilitares franceses de la guerra de Argelia.
El debate sensato no es si se explota el uranio, el litio o el cobre sino cómo. Si con Rigi, variante mileísta de la timba financiera y la fuga, o con un régimen que genere proveedores nacionales, industria, empleo y desarrollo tecnológico nacional.
Hay más debates que suenan como razonables. ¿Las buenas relaciones con los Estados Unidos, propósito lógico de cualquier política exterior, incluyen la instalación eventual de una base en Ushuaia? ¿El alineamiento puede suponer en algún momento la participación militar argentina en un ataque a Venezuela o a otra nación del Caribe? La Argentina de Milei, como el país de la dictadura, ¿terminará contribuyendo a su propia debilidad nacional? ¿Por qué la Argentina se enrola en una guerra contra el llamado “narcoterrorismo” cuando el mayor número de muertes por sobredosis en los Estados Unidos se deben al fentanilo, que producen España, Francia y China? La ONU seguramente necesite un aggiornamiento. Pero su oficina de drogas con sede en Viena, ¿no es seria cuando concluye que las muertes por sobredosis obedecen a un problema de salud pública o de seguridad que las supuestas guerras no pueden resolver? Y Milei, en fin, a quien ni siquiera la Casa Blanca le puso un traductor, ¿está tan seguro de que el botón rojo de Bessent nunca será para él?
Fuente yahoraque.com
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