Editorial – La Jornada
En una tensa sesión del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas, el representante ruso, Vassily Nebenzia, acusó al gobierno de Washington de atizar las tensiones en torno a Ucrania y de buscar una escalada bélica entre ese país y Rusia; en tanto que la embajadora estadunidense, Linda Thomas-Greenfield, afirmó que Moscú busca retratar a Ucrania y a los países occidentales como los agresores, a fin de inventarse un pretexto para atacar.
Por más que la Casa Blanca se empeñe en afirmar lo contrario, el desacuerdo detrás del ríspido intercambio en la sede de la ONU tiene poco que ver con las confrontaciones entre Rusia y Ucrania, particularmente en lo referido a las regiones de mayoría étnica rusa de Donetsk y Lugansk, las cuales se proclamaron repúblicas independientes, reconocidas sólo por Moscú y sus más estrechos aliados.
En cambio, el conflicto tiene una raíz de intereses geoestratégicos confrontados: mientras el gobierno ruso exige garantías de que Ucrania no será incorporada a la Organización de la Alianza Atlántica (OTAN), la Casa Blanca considera que esa demanda es inaceptable.
Debe recordarse que desde la disolución de la Unión Soviética, hace más de 20 años, Washington impulsó una política de expansión hacia el Este de la OTAN, pese a que ese pacto militar había perdido sentido desde años atrás, a raíz de la disolución de la coalición rival, el Pacto de Varsovia.
No obstante la línea de distensión y de amistad hacia Occidente asumida por el primer presidente ruso postsoviético, Boris Yeltsin, Estados Unidos y sus aliados europeos se empeñaron en intensificar un cerco militar ampliado que incorporó a antiguos integrantes del bloque oriental, como Hungría, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Bulgaria y Rumania, e incluso a las repúblicas ex soviéticas de Estonia, Lituania y Letonia.
A esa expansión se agregó la instalación inercial de bases militares y sistemas de armas en los confines orientales de la OTAN. Tras el fin de la guerra fría, esa política fue percibida por Rusia como una actitud hostil, amenazante y provocadora, y fue uno de los factores determinantes en el viraje emprendido por Vladimir Putin con respecto de su antecesor en materia de defensa: para el Krem-lin se volvió crucial recuperar su poderío militar, devastado por la caída de la Unión Soviética y la catástrofe económica que le siguió, así como reconstruir su condición de superpotencia.
Al mismo tiempo, en el antiguo mapa soviético estallaron conflictos regionales entre nuevas repúblicas, regiones y territorios, uno de los cuales ha sido la disputa entre Kiev y Moscú por zonas de población mayoritariamente rusa, como la península de Crimea, y el conflicto separatista que tiene lugar en el Donbás, el cual ha dejado unos 15 mil muertos en ocho años.
Sin embargo, la situación entre Ucrania y Rusia, sin ser apacible, se mantiene estable, las propias autoridades ucranianas han negado recientemente que exista el riesgo inminente de un ataque militar ruso, que es el argumento esgrimido por Washington, y los principales gobiernos europeos han declarado su intención de no involucrarse directamente en un conflicto que, a fin de cuentas, no les concierne.
No está de más tener en cuenta que la narrativa de la escalada bélica cercana es reproducida y magnificada por la mayoría de los medios occidentales, los cuales bombardean constantemente a sus audiencias con cálculos militares, recuentos de tropas y mapas de desarrollo de las supuestas hostilidades. Debe recordarse, a este respecto, el señalamiento formulado por Julian Assange, el informador preso en Londres y pedido en extradición por Estados Unidos, en el sentido de que casi todas las guerras del último medio siglo fueron resultado de las mentiras de los medios y que si hubieran investigado lo suficiente habrían podido detenerlas.
Gentileza de Other News
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