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Un premio para Alfredo Astiz

Por Jorge Landaburu
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Varios militares presos por delitos de lesa humanidad fueron trasladados a la Unidad Carcelaria 34 de Campo de Mayo. La decisión generó críticas de las organizaciones de derechos humanos porque allí disfrutarán de instalaciones y comodidades que, comparadas con las que se brindan al resto de la población carcelaria, constituyen verdaderos privilegios. Y hay quienes advierten que el nuevo alojamiento, más que un sitio donde continuar con sus condenas, parece la antesala de la liberación, o tal vez un paso adicional en tal sentido.

Argentina es un país con fuertes contrastes: a poco de comenzar el desfile de la multitud que despedía al Papa Francisco, los televisores del mundo entero mostraron que una menudita monja francesa, Geneviève Jeanningros (con cofia y hábito azules, campera oscura, mochila al hombro y calzando zapatos de senderista), burló las disposiciones protocolares y de seguridad para rezar, con lágrimas en los ojos y durante varios minutos, frente al féretro de quien fuera su amigo.

Francisco solía llamar enfant terrible a Geneviève Jeanningros, miembro de la comunidad religiosa de las Hermanitas de Jesús y dedicada a la asistencia, desde hace décadas, de mujeres trans, de familias de otras comunidades marginales y de los feriantes de Ostia, en las afueras de Roma. Un par de veces Francisco visitó la zona, o recibió a grupos de homosexuales y transexuales, siempre organizados por Sor Geneviève, quien también movilizó a nutridos contingentes de la población más vulnerable para que asistieran a las audiencias generales de los miércoles. Y casi con seguridad que este comportamiento generoso de Francisco (que incluía la recepción de opositores al gobierno libertario asentado en su país de origen) motivó que muy recientemente el Presidente Milei asegurara, mientras planteaba la posibilidad de su reelección, que el Sumo Pontífice nacido Jorge Bergoglio en el barrio de Flores se limitaba a decir al pueblo lo que el pueblo quería oír, y que por eso “recibía a los impresentables que recibía y hacía las cosas que hacía…”

Pero Argentina es un país tenazmente contrastante. Sor Geneviève es sobrina de la monja Léonie Duquet, secuestrada en 1977 junto con otra religiosa, Alice Domon, tres Madres de Plaza de Mayo y siete familiares de desaparecidos, que se reunían en la Iglesia de la Santa Cruz. Las monjas francesas fueron asesinadas en uno de los tristemente célebres “vuelos de la muerte”, y los cuerpos de Léonie Duquet y de otros compañeros y compañeras de la Iglesia de la Santa Cruz se hallaron luego en las costas bonaerenses, fueron enterrados como NN en el cementerio de General Lavalle, posteriormente fueron identificados y recién recibieron sepultura en los jardines del templo el 25 de septiembre de 2005.

La hermana Geneviève estuvo allí, pero pese a la masividad de la concurrencia no quedó satisfecha con la ceremonia y cuando al mes siguiente, en octubre de 2005, viajó Bergoglio a Roma en ocasión de celebrarse el Sínodo de Obispos, le escribió una misiva quejándose por la falta de presencia oficial de la Iglesia en las exequias de su tía. El futuro Papa la entrevistó, brindó las explicaciones del caso, y así comenzó una relación amistosa que se prolongaría hasta su fallecimiento. Se vieron con relativa frecuencia, incluso en 2011 cuando Jorge Mario Bergoglio todavía era arzobispo de Buenos Aires y la hermana Geneviève Jeanningros viajó a la Argentina para declarar en Comodoro Py. Lo hizo a raíz del juicio por delitos de lesa humanidad que terminó condenando a perpetua, entre otros represores, a Alfredo Astiz, quien había sido en la Iglesia de la Santa Cruz el infiltrado y entregador de su tía, la monja Léoni Duquet, de su acompañante Alice Domon, y de Azucena Villaflor de Vicenti, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco (las tres fundadoras de Madres de Plaza de Mayo), y de los activistas Remo Berardo, Horacio Elbert, José Julio Fondevilla, Eduardo Gabriel Horane, Ángela Auad, Raquel Bulit y Patricia Oviedo.

Desde entonces la monja y quien luego sería Papa se mantuvieron en contacto, y los televisores del mundo entero no solamente la mostraron llorando y rezando frente al féretro de su amigo, sino también difundiendo tácitamente su propia historia, la que se vincula con uno de los pasajes más oscuros del pasado reciente de la Argentina. En efecto, por el parentesco con una de las monjas francesas, la despedida discreta pero a la vez llamativa de Sor Geneviève Jeanningros avivó el recuerdo del Casino de Oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada, donde funcionó del 76 al 83 el centro clandestino de detención, tortura y exterminio más emblemático de la dictadura.

Pero habrá que insistir al respecto: la sobrina de una de las monjas francesas secuestradas y muertas en 1977 luego de una breve reclusión en la ESMA despidió a Francisco, y su imagen no sólo remitió de nuevo a las víctimas del terrorismo de Estado en la Argentina, sus victimarios y los juicios y condenas por delitos contra la humanidad, sino también a reiteradas novedades al respecto. Porque varios de los principales presos recluidos en la Unidad Penitenciaria VII de Ezeiza por delitos de lesa humanidad habían recibido, a mediados de 2024, la visita de seis diputados de La Libertad Avanza que viajaron hasta el penal con el aval del titular de la Cámara de Diputados, Martín Menem, donde fueron recibidos y pudieron ingresar por autorización del Ministerio de Seguridad de la Nación. En efecto, los diputados Beltrán Benedit, Lourdes Arrieta, Alida Ferreyra, Guillermo Montenegro, Rocío Bonacci y María Fernanda Araujo visitaron a los condenados por delitos de lesa humanidad Alfredo Astiz, Raúl Guglielminetti, Mario Marcote, Miguel Britos, Honorio Martínez Ruiz, Adolfo Miguel Donda, Marcelo Cinto Courtaux, Julio César Argüello, Manuel Cordero, Gerardo Arráez, Antonio Pernías y Carlos Suárez Mason (hijo).

Entonces hubo reacciones de organismos como la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, entre otros, que aseguró que se trataba de “un nuevo acto de provocación” y repudió “enérgicamente la visita que legisladores que integran el partido La Libertad Avanza efectuasen el día 16 de julio de 2024 a un grupo de militares condenados por la justicia argentina, por crímenes contra la humanidad”. Y agregó que el hecho también “da cuenta del desprecio de esos dirigentes por las políticas de Memoria, Verdad y Justicia, asumidas por la inmensa mayoría de nuestro pueblo”, además de implicar “una evidente reivindicación de esos crímenes y a sus perpetradores, todos condenados en procesos absolutamente justos, transparentes, llevados a cabo con todas las garantías de la ley, valorados enormemente en el mundo entero”.

Las voces críticas inclusive plantearon que los libertarios no sólo trataban de cancelar las políticas en curso de Memoria, Verdad y Justicia, como lo manifestaran desde la campaña electoral, sino que también intentarían desplegar con éxito la última etapa del genocidio: el negacionismo, esto es, la negación sistemática de lo sucedido, la puesta en duda de sus autores, el descrédito de los familiares de las víctimas y el velar con un manto de sospecha hasta la cifra y circunstancias de los desaparecidos. Por añadidura, aquella sonada visita mereció que se la considerara como un paso adicional, a la manera de prueba de ensayo, a fin de medir la reacción comunitaria si prosperaba un nuevo plan para liberar a los presos por delitos de lesa humanidad, elaborado a comienzos de 2024 con el concurso de varios referentes de la ultraderecha argentina.

O sea que la imagen de la monja Geneviève despidiendo a Francisco simbolizó y actualizó, trajo de nuevo al presente, un contraste insuperable, como lo probaría poco después el traslado desde el Complejo Penitenciario VII de Ezeiza hasta la Unidad Penal Federal de Campo de Mayo (Unidad 34) de varios represores condenados por delitos contra la humanidad como Alfredo Astiz, Ricardo Cavallo, Adolfo Miguel Donda y el ex capellán de la policía bonaerense Christian Federico von Wernich, entre otros. Por supuesto que esto motivaría que los organismos de derechos humanos levantaran por enésima vez las banderas de “juicio y castigo, cárcel común y efectiva para los genocidas”, o sea, sin privilegios de ninguna naturaleza.
Pero el mundo entero ya sabía que Sor Geneviève, la amiga de Francisco que ahora reside por su avanzada edad en el convento de Arco di Travertino, en Roma, con anterioridad había vivido durante cinco décadas en una caravana entre feriantes en Ostia, un barrio obrero en la periferia de la capital italiana, donde funciona el Luna Park, un parque de diversiones en decadencia. Y sin responsabilidad en crimen alguno Geneviève, la enfant terrible, se habrá enterado poco después que en la Argentina, allá donde había nacido su amigo el Papa Francisco y su tía Léoni había hallado la muerte, un ex capellán de la policía bonaerense, condenado a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad, solicitó el otorgamiento de salidas transitorias (como gozan los condenados Adolfo Miguel Donda o Juan Carlos Avena, entre otros), para ir de visita a la casa de uno de sus hermanos en la Provincia de Corrientes. Hace un par de años le habían negado la libertad condicional, y ahora no pediría gran cosa, apenas tres días por mes “bajo palabra de honor”, sin acompañamiento familiar, para viajar como un ciudadano más. Y si bien no está recluido en una humilde caravana (como la vivienda de Sor Geneviève durante medio siglo) sino en una cárcel con celdas individuales, canchas de tenis, pistas para caminatas, gimnasio con aparatos, una heladera cada dos internos, clases de teatro y talleres de filosofía, historia y stretching, demuestra en sí mismo que la libertad es algo que hay que meditar muy bien y cuidar antes de poner en juego, sobre todo allí donde a pesar de la consumación de crímenes de lesa humanidad también se apuestan, y finalmente siempre ganan, los derechos humanos.