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Una vez más, Haití parece morir. ¿Qué hará América Latina?

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Por Fernando Ayala*La Mirada Semanal

Cuenta la historia que en su primer viaje a lo que sería América, Cristóbal Colón, luego de desembarcar un 12 de octubre de 1492 en la playa a la que llamó San Salvador, hoy Wattlin, en el archipiélago de las Bahamas, se estableció el primero de diciembre en un maravilloso lugar de una isla que bautizó como La Española. Tomó posesión de ella sin preguntarle, obviamente, a sus habitantes, e inició la colonización construyendo un fuerte que bautizó como “La Navidad”, en la costa norte de lo que hoy es Haití.

Ahí celebró, el 24 de diciembre de ese año, la primera noche buena en un continente nuevo para los europeos, que entregaría ilimitadas riquezas a la corona de España e infinito dolor a sus habitantes. En nombre de su señor rey, Colón comenzó desde allí la ocupación, explotación, enfermedades, exterminio y colonización de América Latina.

Sin embargo, también fue esta misma isla, ya dividida y convertida una parte en Haití, el primer lugar en abolir la esclavitud, en 1803 y la segunda república independiente del continente en 1804, después de los Estados Unidos. Además fue la primera república en el mundo formada por afrodescendientes. Antes, la rica colonia fue entregada por España a Francia en el siglo XVII.

Se especializó en la producción de azúcar y para ello importaron miles de miles de esclavos que fueron cazados y transportados desde diversos lugares de África, con culturas, creencias y lenguas diferentes; mezclados y explotados enla isla que en aquel entonces fue llamada Saint-Domingue.

La mano de hierro colonialista permitió el nacimiento de grandes fortunas, barcos negreros, comercio y también, en 1791, la insurrección de los esclavos quienes se alzaron en armas y durante 13 años combatieron hasta derrotar a los franceses. Así nació el primer país independiente de lo que hoy es América Latina.

La revolución francesa con sus ideas de libertad, igualdad y fraternidad habían calado hondo en la lucha por abolir la esclavitud. En 1804, se proclamó la república y su principal héroe, un exesclavo que llegó a general, Jean Jacques Dessalines, a los pocos meses en el poder se autodenominó emperador de los haitianos con el nombre de Jacques I, al mejor estilo napoleónico. Afianzó su poder con refinada crueldad y miles de víctimas, hasta ser asesinado por sus cercanos colaboradores.

Desde entonces la historia del país ha sido una seguidilla de sufrimiento, pobreza, hambre y sangre. El siglo XX se inició para los haitianos con la invasión y ocupación de los marines estadounidenses quienes tomaron el control del país; los inversionistas se apropiaron del azúcar y el Citibank del Banco Central de Haití, responsable de la emisión de la moneda. En 1957 el gobierno de Washington impuso a François Duvalier, conocido como Papá Doc.

Mientras, en la vecina República Dominicana gobernaba el dictador Leonidas Trujillo; en Nicaragua, desde 1937, la dinastía de los Somoza y en Cuba, Fulgencio Batista desde 1952. Nadie podía resguardar mejor los intereses de Estados Unidos en la región que estos fieles guardianes. Duvalier fue sucedido por su hijo en 1971, Baby Doc, hasta 1986, cuando un levantamiento popular lo envió al exilio a Francia. El dictador Trujillo, luego de gobernar ininterrumpidamente durante 30 años, fue ajusticiado en 1961 por un grupo armado en Santo Domingo.

El último de los Somoza, conocido como “Tachito”, alcanzó a gobernar 12 años hasta su derrocamiento por la revolución sandinista y luego fue asesinado en Paraguay por un comando revolucionario argentino. La dictadura de Batista en Cuba se extendió por nueve años hasta la entrada de Fidel Castro a La Habana, el primero de enero de 1959 y la fuga del dictador a Miami, la noche del año nuevo.

El estado de Haití hoy ocupa la parte occidental de la isla con 27.750 kilómetros cuadrados y tiene una población estimada de más de 11 millones de personas, además de alrededor de dos millones en el extranjero, principalmente en la República Dominicana, Estados Unidos, y países como España y Chile, entre otros. La agricultura de subsistencia y las remesas son los principales recursos de la mayoría de la población.

La vecina República Dominicana, situada en la parte central y oriental de la isla, prácticamente la duplica en superficie, con 48.442 km2 y una población de solo 10 millones y medio de habitantes. Mientras el primero es el país más pobre de América Latina, con un ingreso per cápita en 2019 de solo 1.273 dólares anuales, el segundo alcanzó a 8.583 dólares, siendo el turismo una de sus principales entradas.

La emigración descontrolada de haitianos hacia este último país ha llevado a que, siguiendo el ejemplo del expresidente Trump, en la frontera de Estados Unidos con México, el gobierno dominicano haya iniciado en 2019 el levantamiento de un muro de ladrillos de cuatro metros de altura rematado con alambres, cuchillas y sensores de movimiento en los principales lugares de tránsito ilegal.

Son 376 kilómetros de extensión, y difícilmente será completado. La explicación oficial es que es para combatir la inmigración ilegal, el tráfico de armas, drogas, ganado y vehículos robados. Ante el cierre de fronteras en general para la inmigración, los haitianos hoy intentan llegar a Surinam y de ahí cruzar a la provincia gala de ultramar, la llamada Guayana francesa. En definitiva, lo importante para cualquier haitiano hoy, es emigrar, no importa a qué país.

En la actualidad, América Latina como región no está presente en lo que ocurre en Haití, donde el gobierno del presidente Jovenel Moïse, quien asumió en 2017, es severamente cuestionado por sus planes de querer llamar a un plebiscito para reformar la constitución vigente desde 1987, la más longeva de su historia, y por el desmantelamiento de la precaria institucionalidad, junto a la endémica corrupción. Su elección nunca tuvo legitimidad al ser cuestionada por fraude y la baja participación electoral que no llegó al 20%, aunque eso es parte de la realidad política del país.

El presidente ha destituido a tres miembros de la corte suprema, el parlamento no funciona desde hace un año, y el llamado a plebiscito es para las fuerzas democráticas una señal al autoritarismo que desea implantar y que alejaría al país aún más de la democracia. Si bien es histórica la inestabilidad de Haití, hoy la seguridad no está garantizada para nadie, y la gente se encierra en sus casas.

Bandas armadas agrupadas en el llamado G-9 controlan parte importante de la capital cometiendo robos y secuestros diariamente, junto al tráfico de drogas y armas. Según fuentes de Naciones Unidas ocurren más de 200 secuestros al mes: extranjeros, religiosos, niños o empresarios. Las cifras de rescate pueden ir desde 4 mil a un millón de dólares. La electricidad continúa siendo un bien de lujo, accesible únicamente para quienes tienen equipos propios.

El resto de la población cuenta con ella solo dos horas al día. La basura no se recoge, sino que se quema en las calles, y ante un incendio no hay cuerpo de bomberos en ninguna ciudad del país. El dilema de mucha gente es si morir de hambre o de Covid, en un país donde no existe infraestructura sanitaria, ni estadísticas confiables para saber el estado real de la situación.

Tampoco hay una opinión única de los grandes países respecto a si el presidente debe terminar su mandato debido a que para la oposición ya concluyó, en febrero pasado. Moïse sostiene que debido a que la votación se repitió solo concluirá el próximo año, posición que es apoyada por Estados Unidos, mientras la oposición pide el nombramiento de un Primer Ministro de manera interina hasta nuevas elecciones.

Naciones Unidas mantiene un bajo perfil salvo sus agencias humanitarias junto a un pequeño comité de asuntos políticos encargado por el secretario general que sigue los acontecimientos. Otro grupo es el formado por Brasil, Estados Unidos, Canadá, Alemania, España, la Unión Europea y la OEA. Salta a la vista la ausencia de países latinoamericanos y la presencia deBrasil, bajo el presidente Jair Bolsonaro, es como si no estuviera.

El terremoto de 2010, grado 7 en la escala de Richter, y las sucesivas réplicas, dejaron más de 200 mil víctimas y daños incalculables. Recientemente un número indeterminado de policías, al menos cinco, fueron asesinados y varios otros quedaron heridos. No hay credibilidad en las informaciones, y las personas viven en un verdadero “estado de naturaleza” ante la ausencia del Estado. Las noticias son más bien rumores que circulan de boca en boca sin poder constatar la veracidad de las mismas.

Los años de las Minustah o Misión de Estabilización de Naciones Unidas para Haití, que se extendió desde 2004 hasta 2017, dieron seguridad a parte importante de la población, luego de la violencia desatada en las principales ciudades hasta la partida del expresidente Bertrand Aristide al exilio. Más de siete mil efectivos de 24 países de todos los continentes participaron, entre ellos Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador y otros, intentando cumplir los objetivos de desarmar a grupos, frenar el tráfico de armas y drogas, fomentar la estabilidad, el fortalecimiento de instituciones y permitir el desarrollo de elecciones libres y democráticas.

Si bien hubo acusaciones contra algunos soldados por abusos de mujeres, ello no altera el invaluable servicio prestado a ese país. Asimismo, la misión contribuyó a legitimar la actuación de Naciones Unidas y de los países latinoamericanos que participaron activamente. Paralelamente había una estructura política en la región formada por los organismos regionales como CELAC y Unasur principalmente, que se empeñaron en la búsqueda de acuerdos políticos.

Es cierto que 13 años es un tiempo excesivo para una misión de paz de Naciones Unidas, pero no sabemos cuántas muertes evitó la presencia de las fuerzas militares en ese país. Desde la salida de las tropas, el deterioro de la situación ha crecido, estando Haití hoy al borde de un nuevo desastre. Los gobiernos, a la hora de evaluar una nueva misión, de inmediato piensan en los costos financieros y comienzan los debates en la política interna de los países de América Latina especialmente, por el envío o la mantención de tropas en el extranjero.

La pregunta que ronda es qué deben hacer los Estados de la región ante crisis como la de Haití, o las de Nicaragua y Venezuela, sin órganos políticos regionales, sin instancias de diálogo de los jefes de estado y sin cooperación efectiva, como ocurre en la actualidad. Hoy queda solo la Organización de Estados Americanos, OEA, que seguramente enviará un grupo de embajadores a evaluar la situación, sin fuerza, ni recursos, ni credibilidad para enfrentar la grave crisis.

Por otro lado, solo Estados Unidos y la Unión Europea son quienes pueden tener influencia real, dado que Francia dejó de tener relevancia y ya no es escuchada en la región. Otros países como Alemania cesaron de dar cooperación directa de gobierno a gobierno, que hoy es canalizada a través de Bruselas. Canadá continúa siendo el “buen amigo” de Haití pero, al igual que los otros países, ha cerrado sus fronteras a la inmigración.

Los problemas de América Latina deben ser resueltos por los latinoamericanos, sin esperar la intervención de las grandes potencias. Por ello son importantes las instancias de diálogo, donde los jefes de Estado puedan discutir, enfrentar posiciones y buscar soluciones de manera conjunta. La dispersión y las rivalidades ideológicas en  la región han contribuido a que los problemas se agraven no solo en Haití.

En tiempos de incertidumbre y de grandes desafíos se requiere más que nunca de la cooperación y de políticos que puedan levantar la vista y mirar más allá de las fronteras nacionales. Hoy no es solo Haití el país donde la gente lo pasa mal, también otros países del continente. Solo el reencuentro con nuestras tradiciones latinoamericanistas podrá contribuir a frenar la profundización de la fractura que actualmente separa a los países latinoamericanos y tender una mano generosa al pueblo haitiano.

Gentileza de Other News

* Economista de la Universidad de Zagreb, Máster en Ciencia Política de la Universidad Católica de Chile.  Durante 36 años fue funcionario del Servicio Exterior de Chile alcanzando el grado de embajador en 2004. Renunció a la carrera diplomática el 10 de marzo de 2018. Le correspondió servir en Ecuador, Corea del Sur, Suecia, Estados Unidos e Italia. Como embajador representó a su país en Vietnam, Portugal, Trinidad y Tobago, Italia y ante las agencias de Naciones Unidas con sede  en Roma. , actualmente es Subdirector de Desarrollo Estratégico de la Universidad de Chile.