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Viena: se extiende el horror

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Editorial – La Jornada

Al menos cinco personas murieron y 20 resultaron heridas durante un tiroteo en Viena el lunes pasado. Entre los fallecidos se encuentra el propio atacante, quien según Karl Nehammer, ministro del Interior austriaco, se trata de un joven de 20 años con nacionalidad de dicho país y de Macedonia del Norte, país balcánico con un tercio de población islámica. De acuerdo con el mismo funcionario, el joven era simpatizante del Estado Islámico y había sido condenado por intentar ir de viaje a Siria para integrarse a este grupo terrorista, que ayer reivindicó su responsabilidad en el atentado.

El ataque ha cimbrado a la sociedad europea por ser el primero de este tipo en Austria, pero también por haberse producido apenas cuatro días después de que un joven tunecino asesinó a tres personas en la basílica de Notre Dame, en Niza, Francia.

Asimismo, supone una señal de vida del autodenominado Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS, por su sigla en inglés), grupo islamista que llegó a controlar grandes porciones de territorio sirio e iraquí, y entre 2014 y 2017 condujo o se adjudicó una larga serie de atentados en Europa, América del Norte y Australia, algunos de ellos con decenas de víctimas mortales.

Como todos los que le han precedido, el ataque del lunes resulta injustificable y condenable en todo punto. Sin embargo, el horror de la violencia terrorista no se produce en el vacío ni puede reducirse al maniqueo discurso del choque de civilizaciones, como pretenden las derechas globales.

En primera instancia, debe recordarse que si ISIS llegó a convertirse en una organización tan poderosa fue gracias al financiamiento de Arabia Saudita y a la avenencia de los líderes occidentales hace casi una década, cuando estaban más interesados en el derrocamiento del presidente sirio Bashar al Assad que en las consecuencias de dar rienda suelta a los grupos fundamentalistas que combatían a ese gobernante.

Además, como ya se expuso en este espacio, con motivo del ataque en Niza, el trasfondo del fundamentalismo lo conforma la dilatada historia de dominio colonial y aventuras bélicas de las potencias occidentales en naciones con mayoría musulmanas, así como la marginación multidimensional a la que se ven encadenadas las personas de esos países que migran hacia territorio europeo.

Cuando la desigualdad y las divisiones de clase están atadas a un origen nacional, étnico, religioso y lingüístico –como ocurre, por ejemplo, con los turcos en Alemania y los norafricanos en Francia–, está claro que se fomenta un resentimiento que, por desgracia, sólo se convierte en centro de atención cuando tiene desbordes trágicos.

En suma, es urgente desactivar a todos los grupos que propagan discursos de odio y promueven la violencia como método de lucha política, pero no lo es menos poner fin a las grandes contradicciones sociales, las lógicas imperialistas y las desigualdades económicas con componentes étnicos que son el caldo de cultivo para dichos grupos.