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Zeitgeist

¡Compartilo!

Por Maciek Wisniewsk*

1. Si hay algún espíritu del tiempo ( Zeitgeist) rondando por el mundo es el espíritu de –sobre todo hechas apresuradamente− las analogías históricas: a los años 20/30 en Alemania, Europa Central, la Segunda Guerra Mundial. Un proceso en curso, paralelo al auge de la extrema derecha –o el posfascismo (Traverso)– que tuvo su explosión con la victoria de Trump. Según sus proponentes, buscar lecciones de la historia, sobre todo de aquellos tiempos negros (Arendt), es crucial para evitar la repetición de tragedias y errores del pasado; para otros, el problema con este afán es que más que alumbrar, oscurece el presente, lleva a tomar las decisiones/posiciones equivocadas y deforma la anatomía de los actores políticos de hoy entendibles bien sin las analogías históricas.

2. No sólo ya hemos visto a este espíritu, sino entre sus idas y vueltas éste actúa en una suerte de doble movimiento entre relativización y unicidad. Si durante Historikerstreit –el gran debate de historiadores alemanes en la década de los 80− las comparaciones les servían a los historiadores conservadores (Nolte, Hillgruber et al.) para tratar de normalizar a Hitler y al régimen nazi, hoy, en manos de historiadores liberales (Snyder, Stanley et al.), las comparaciones sirven para ab-normalizar a Trump y al trumpismo (y sus regímenes gemelos).

3. Entre algunas confusiones, usos y abusos de la historia y sus malas lecturas/relecturas ocasionadas por el espíritu del tiempo, apuntemos a un beneficio: la vuelta del fascismo como una unidad de análisis relegada hasta hace poco a la historia, pero que en realidad: a) nunca ha dejado de ser una amenaza y un proceso vivo (Sternhell); b) permea inexorablemente toda la política; c) tiene una forma permanente/aspiracional; d) niega la tesis del excepcionalismo estadunidense: ¡esto ya pasó aquí!, y e) trasciende el eurocentrismo (el fascismo en Brasil, India, Israel et al.).

4. Algunas analogías iluminan igual que las resistencias a ellas. Cuando tras la controversia de comparar los centros de detención de Trump para los migrantes con los campos de concentración –un afán de desafiar su cruel, nativista y supremacista política migratoria− algunos se opusieron a esta minimización de los verdaderos campos y del Holocausto mismo pretendiendo decretar una prohibición al uso de este tipo de paralelas, en efecto sólo minimizaban y normalizaban el sufrimiento actual. Atentaban en contra de la historia misma. Ya que si ésta no sirve para defender a los más débiles (migrantes, minorías, etcétera), entonces, ¿para qué sirve? Las prohibiciones la cancelan y vuelven irrelevante para las futuras generaciones, dejadas con la falsa impresión de que las cosas ya no pueden ser tan malas como eran.

5. El espíritu del tiempo se manifiesta también en el lenguaje. Los posfascistas de hoy –o los nuevos autoritarios (Trump, Bolsonaro, Johnson, Orbán, Kaczyński, Modi et al.)– con su lingua franca todos los días parecen ir reciclando la lingüística del régimen nazi. Politizan el vocabulario que permea la vida cotidiana de modo mecánico e inconsciente (Klemperer). No sólo tuercen la realidad (fake news), sino las palabras mismas. Llevan una verdadera guerra semántica a fin de ganar la batalla de ideas. Pero la incontrolada irrupción de analogías históricas igual representa una amenaza de destrucción y relativización del significado en la medida en que la historia también se materializa en el lenguaje (y, a la vez, lo desborda).

6. En medio de la ola −¿la epidemia? (sic)− de analogías, la historia parece regresar con la venganza tras la apresurada declaración de su fin (Fukuyama). Nos agarra desprevenidos, ignorantes p.ej: de las trampas del presentismo, e incapaces de evitar puntos ciegos de la comparativitis. Si nuestros tiempos y su espíritu son del eterno retorno (Nietzsche), tal vez necesitamos repensar no sólo el uso de comparaciones, sino también la historia misma, viéndola más bien como la ciencia de la experiencia: la historia como tal no enseña nada, pero la experiencia sí (Kosseleck). Abrirnos a sus repeticiones, pero también a sus rupturas

7. A pesar de que las democracias en el siglo XXI fallan de otras maneras y en vano es esperar una repetición directa de Weimar –una archianalogía y una comparación debatible en sí misma– las próximas elecciones Donald Trump-Joe Biden se vislumbran, nuevamente y muy de acuerdo con el Zeitgeist, como la lucha por parar la (segunda) llegada de un nuevo Hitler. Los rasgos fascistas del trumpismo son innegables. Pero abracemos esta analogía con todas sus consecuencias: ¿no son los Obama, los Clinton y los Biden de hoy, los Hindenburg, los Müller y los Brünning de ayer? Los políticos que representaban el mal menor, la salvación, pero que al final habilitaron y le abrieron el camino al verdadero Mal (así, con mayúsculas). ¿No será que aún con Trump fuera, apenas estaremos de vuelta al mismo Weimar? La historia no dejará de repetirse hasta que exorcicemos su fantasma.

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*Periodista y analista polaco. En “La Jornada” de México, 25.09.20