Nunca hay suficientes documentales que adviertan sobre los peligros de internet: prácticamente cada temporada hay un nuevo evento de tintes trágicos que el mal uso de las redes sociales empeora o directamente dispara. 2020 está siendo especialmente tumultuoso en ese sentido: incendios como la pandemia global o países con situaciones sociales y políticas especialmente tensas son regados con la gasolina de las fake news, la polarización de la opinión y la sospecha de que somos conejillos de indias de corporaciones tecnológicas cuyas intenciones reales no somos capaces de entender.
De todo ello habla un poco, picoteando de forma ligera, este nuevo documental de Netflix. Absolutamente todas las voces que hablan en él lo hacen desde el conocimiento profundo del tema: psicólogos expertos en adicción, ensayistas expertos en desconexión digital y, sobre todo, ex-empleados de Google, Facebook, Twitter o Instagram que saben de primera mano cómo funcionan las mecánicas de esas redes. Al fin y al cabo, las crearon ellos.
Es ciertamente impresionante ver a una gran cantidad de genios tecnológicos, algunos creadores de ingredientes de tanto impacto en nuestra vida cotidiana como el botón de «Me gusta» o la versión primigenia de Instagram, reconocer que han puesto su grano de arena en la creación de un monstruo. En el tramo final del documental, uno de ellos afirma que nunca creyeron que algo que estaba pensado para transmitir positividad y buen rollo, como el mencionado botón de «Me gusta«, iba a servir para justo lo contrario: crear adictos a la aceptación ajena, ser usado como arma arrojadiza y como atajo para la división política.
Otros invitados son fascinantes por su implicación en algo abiertamente diabólico desde su misma definición: por ejemplo, expertos en ‘growth hacking’, una disciplina que literalmente definen como «piratear la psicología de la gente» para conseguir más interacciones y que invites a más usuarios. Es decir, responsables de un ansia desproporcionada de crecimiento… pero luego esos ingenieros aparecen compungidos y dando charlas por la desconexión digital y advirtiendo de los peligros de sus propias IAs laberínticas y fuera de control. ¡Y el cargo que ostentaban estaba solo un peldaño por debajo de «Señor del mal»!
Un documental irregular pero necesario
Juntos -los convencidos, los arrepentidos y los iluminados- conforman el amplio espectro de entrevistados por el director del documental, Jeff Orlowski. Son gente como Tim Kendall, ex-director de monetización de Facebook; Jeff Seibert, ex-jefe de producto de consumo de Twitter; Justin Rosenstein, coinventor de las páginas de Facebook, y muchos más. El proyecto nació cuando Orlowski se enfrentó a la realidad de los negacionistas del cambio climático. ¿Por qué había tantos y por qué estaban tan convencidos?
El documental intenta dar respuesta a eso explicando los sofisticados mecanismos de persuasión de las redes sociales y por qué creemos que el algoritmo nos muestra cosas que nos interesan, pero eso no es del todo cierto. Más bien las plataformas nos manipulan para que nos interese lo que nos enseñan a través de contenidos relacionados, lo que nos polariza y nos hace creer en verdades absolutas y sn posibilidad de relativización.
El documental hace un estupendo trabajo en su labor expositiva. Conceptos abstractos o que hacen referencia a procesos informáticos complejos bajan a tierra de forma efectiva gracias a las instructivas declaraciones de los responsables de redes sociales, y otros profesionales implicados lateralmente en el tema de los daños que internet hace en la sociedad. El problema es que a veces el documental se rebaja a hacer aquello mismo que denuncia.
Nunca hay suficientes documentales que adviertan sobre los peligros de internet: prácticamente cada temporada hay un nuevo evento de tintes trágicos que el mal uso de las redes sociales empeora o directamente dispara. 2020 está siendo especialmente tumultuoso en ese sentido: incendios como la pandemia global o países con situaciones sociales y políticas especialmente tensas son regados con la gasolina de las fake news, la polarización de la opinión y la sospecha de que somos conejillos de indias de corporaciones tecnológicas cuyas intenciones reales no somos capaces de entender.
De todo ello habla un poco, picoteando de forma ligera, este nuevo documental de Netflix. Absolutamente todas las voces que hablan en él lo hacen desde el conocimiento profundo del tema: psicólogos expertos en adicción, ensayistas expertos en desconexión digital y, sobre todo, ex-empleados de Google, Facebook, Twitter o Instagram que saben de primera mano cómo funcionan las mecánicas de esas redes. Al fin y al cabo, las crearon ellos.
Es ciertamente impresionante ver a una gran cantidad de genios tecnológicos, algunos creadores de ingredientes de tanto impacto en nuestra vida cotidiana como el botón de «Me gusta» o la versión primigenia de Instagram, reconocer que han puesto su grano de arena en la creación de un monstruo. En el tramo final del documental, uno de ellos afirma que nunca creyeron que algo que estaba pensado para transmitir positividad y buen rollo, como el mencionado botón de «Me gusta«, iba a servir para justo lo contrario: crear adictos a la aceptación ajena, ser usado como arma arrojadiza y como atajo para la división política.
Otros invitados son fascinantes por su implicación en algo abiertamente diabólico desde su misma definición: por ejemplo, expertos en ‘growth hacking’, una disciplina que literalmente definen como «piratear la psicología de la gente» para conseguir más interacciones y que invites a más usuarios. Es decir, responsables de un ansia desproporcionada de crecimiento… pero luego esos ingenieros aparecen compungidos y dando charlas por la desconexión digital y advirtiendo de los peligros de sus propias IAs laberínticas y fuera de control. ¡Y el cargo que ostentaban estaba solo un peldaño por debajo de «Señor del mal»!
Juntos -los convencidos, los arrepentidos y los iluminados- conforman el amplio espectro de entrevistados por el director del documental, Jeff Orlowski. Son gente como Tim Kendall, ex-director de monetización de Facebook; Jeff Seibert, ex-jefe de producto de consumo de Twitter; Justin Rosenstein, coinventor de las páginas de Facebook, y muchos más. El proyecto nació cuando Orlowski se enfrentó a la realidad de los negacionistas del cambio climático. ¿Por qué había tantos y por qué estaban tan convencidos?
El documental intenta dar respuesta a eso explicando los sofisticados mecanismos de persuasión de las redes sociales y por qué creemos que el algoritmo nos muestra cosas que nos interesan, pero eso no es del todo cierto. Más bien las plataformas nos manipulan para que nos interese lo que nos enseñan a través de contenidos relacionados, lo que nos polariza y nos hace creer en verdades absolutas y sn posibilidad de relativización.
El documental hace un estupendo trabajo en su labor expositiva. Conceptos abstractos o que hacen referencia a procesos informáticos complejos bajan a tierra de forma efectiva gracias a las instructivas declaraciones de los responsables de redes sociales, y otros profesionales implicados lateralmente en el tema de los daños que internet hace en la sociedad. El problema es que a veces el documental se rebaja a hacer aquello mismo que denuncia.
Para que no todo sean bustos parlantes en la producción, Orlowski rueda una serie de episodios de ficción en la que vemos el impacto en una familia del mal uso de las redes sociales. A veces es instructivo: entendemos con facilidad, por ejemplo, cómo incluso en momentos en los que no tenemos un móvil a mano, el sistema se las arregla a través de nuestra red de contactos para llamar la atención. El problema está cuando decide dar un paso más allá y llevar a los personajes por un camino autodestructivo que es creíble y posible, pero que hace poco por dar credibilidad al mensaje de advertencia de ‘El dilema de las redes sociales’, pecando de cierto simplismo.
Lo mismo sucede con algunas piezas inspiradas en ‘Del revés’, la película de Pixar, donde vemos antropomorfizados los procesos de las redes sociales para mantener enganchados a sus usuarios. Es simpático y la intención es buena, pero hace que el documental caiga de nuevo en su propia trampa: afirma que la información que nos llega a través de Facebook es simplista y está polarizada, y Orlowski usa caricaturas grotescas para simbolizar el poder de las redes sociales. Estas caricaturas son indudablemente pedagógicas y están ahí con la mejor de las intenciones, pero un tema tan serio y amenazante pedía un tratamiento más sobrio.
El resultado, no obstante, es interesante, sobre todo por la calidad de los invitados que acuden a contar su experiencia desde las tripas de la bestia. Si bien en el tramo final el documental se centra en aspectos menos interesantes que los mecanismos de prestidigitación psicológica que convierten a Facebook o Instagram en artilugios tan infecciosos, e insistentemente se niegan a señalar a culpables con nombres y apellidos, esta producción es un estupendo primer paso antes de inmersiones más profundas en la materia.
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