Entre las páginas sobre la literatura de Santiago hay varias referidas a este autor. Hace unos años comencé a recopilarlas pensando hacer un dossier que pudiera interesarle a la Academia de Letras, Luces y Sombras de Santiago del Estero.
Sabía que esta novísima asociación prefería el silencio y los márgenes antes que el centro de la página, por lo que la obra de Rosenberg, marginal y central al mismo tiempo, no pasaría desapercibida entre sus miembros de número, ni tampoco entre los correspondientes.
De modo informal pero decidido, esta Academia se propone recuperar estampas de época a través de la voz de sus narradores, y ha pedido a sus colaboradores/as breves crónicas que de ser aceptadas serán publicadas en su próximo Anuario. Espero que tomen en cuenta la que envié tratando de acercarme al escritor y sus escritos.
Perfil
Nació en 1948 en Santiago del Estero. Licenciado en sociología, su primer libro de poemas La pelota de la luna fue publicado en 1987. Durante el período de la última dictadura militar estuvo exiliado en Israel, de donde regresó en los 80. Como intelectual transitó un recorrido en la cultura y en las letras regionales, que lo constituyó en uno de los referentes literarios más importantes en la actualidad.
Publicó el poemario La siesta (1999) y sus viñetas fueron publicadas cotidianamente en un matutino de Santiago del Estero con el nombre “El Zoco de la Buri Buri” (Estampas de la vida santiagueña). Colaboró en los principales diarios y revistas culturales de la región. En 2015 publicó su libro de microtextos Mis anotes. Impulsó la reedición en forma fascimilar los nueve números de la mítica revista La Brasa.
Entre otras funciones, fue Director de la Biblioteca Nueve de Julio y también se desempeñó como Subsecretario de Cultura de la provincia. Su obra ha sido ampliamente difundida en medios gráficos y virtuales de Argentina y otros países. Sus escritos ingresaron al ámbito académico y es estudiada en la carrera de Letras de la UNSE, la UCSE y la UNT.
Presentación de un libro
Hace unos años tuve oportunidad de asistir a la presentación de Montón de Zocos. Una ciudad contada, editado por Edunse. La presentación estuvo a cargo de Marta Terrera, Pablo Tasso, y Francisco Avendaño. En el cierre musical escuchamos la banda La brasita de mi chala. A pedido del autor, se solicitó a los concurrentes contribuir con alimentos no perecederos que serán destinados al merendero Manito de Luz del barrio Tradición.
Se trata de un libro característico de Rosenberg, una suerte de antología que reúne ochenta y un textos seleccionados de los seis volúmenes editados por el autor entre 1996 y 2017. Desde 1991 los “zocos” se publicaban semanalmente en el Nuevo Diario de Santiago del Estero, Suplemento Educación y Cultura y a la vez fueron reunidos por Rosenberg bajo los títulos: El libro del Zoco I (1996); El libro del Zoco II. Los decorados del olvido (1997); Zoco III. El hombre más santiagueño del mundo (1999); Zoco IV. Herido en el ala (2004); El libro del Zoco V. Soy el único hijo de mi abuela (2011) y Zoco de la buri buri VI. Quetuví (2017).
En palabras de Marta Terrera “la obra narrativa de Jorge Rosenberg constituye en Santiago del Estero uno de los proyectos más novedosos y subversivos de estos últimos años”. Estoy entre los últimos que se dio cuenta del acierto de esa síntesis. Al principio veía los Zocos como una prosa menor y en nuestras charlas en el Misky Mayu le recomendaba pasar a un nivel que yo consideraba más alto. Me equivocaba. En lo menor –dichos, anécdotas, personajes estrafalarios y sucesos más o menos insólitos- Jorge llegó a lo mayor: captar y expresar la sensibilidad de una ciudad y su gente, sus heterogeneidades y sus dramas.
Algunos recuerdos
Jorge es mi amigo y compañero desde hace cincuenta y cuatro años, cuando compartíamos el aula de sociología en la UCSE. Me ayudó a entrar en los recorridos secretos de una ciudad que no conocía. Con él estuve en el Bar Casino (El rincón de los artistas, de Don Pedro Evaristo Díaz), algunos lugares bailables en la Aguirre (ej. Vikingos) por entonces denominados boites, y otros más secretos ubicados en Huaico Hondo. No dejamos de frecuentar La Ideal y El Barquito.
Conocí a su papá Sansón, a su mamá Dina y a sus hermanos, su casa en la 25 de Mayo y el club Estudiantes donde jugaba al básket. En otro tiempo hicimos fierros en el gimnasio del Charro Ovejero. Siempre ha cultivado una amplia red de relaciones que hilvanan los arrabales con las biografías, la música y la literatura.
Me visitó muchas veces en mi casa de Los Fresnos, y cuando yo no estaba se ponía a regar el jardín. Si encontraba uno de mis cuadernos se ponía a escribir. Compartí a distancia su exilio en Israel durante la dictadura, y nos escribimos aerogramas durante dos años. Sus hijas Mora, Ana y Nogah saben que somos compañeros de ruta y nos alientan a seguir.
Biografía
Desde su adolescencia en el barrio de Santo Domingo
recuerda un jardín, las manos de su madre
alcanzándole la pelota de la luna
mientras su padre los miraba desde un balcón.
Pero él quería irse rápido porque tenía un campeonato de bolita.
Ni pensaba entonces en su abuelo, junto a un samovar
en algún lugar indiscernible del antiguo imperio austro-húngaro.
Enfrentó su juventud
(que consistía en el pequeño hecho de sentirse grande)
debutando en un prostíbulo internacional
ubicado exactamente en Huaico Hondo.
Kafka ya se le había subido a la cabeza
Y Papá Hemingway le decía “Cam´on, chaval.
Vamos a tomar un daikiri”.
En ese tiempo había muchas revoluciones pendientes.
Él deseaba participar en varias de ellas
pero antes decidió pasar por el Lawn Tennis a tomar un whisky
y con suerte volver a ver a esa piba que, sin esforzarse mucho,
había desplazado a Kafka por un tiempo. Cuando salió,
la ciudad estaba tomada. En ese tiempo era de decisiones rápidas:
se arrojó en brazos de la pequeña Jeanne de Francia
que tenía pasajes en el Transiberiano.
Era el Estrella del Norte, pero no importaba.
Había entrado en la madurez
tripulando zocos que cruzaban los esteros
con la velocidad de un tren bala.
Cuando regresó, era ya casi respetable.
Había cruzado el valle de la Luna con una mujer desnuda en el descapotable
con los pechos al aire. Sabía hacer asados, tenía tres hermosas hijas
y el número suficiente de amigos que le llevaban la corriente.
Contaba historias que incluían el Mar Egeo y la cabalá.
Había conocido el mundo, y le dolía.
Por eso, quizá fuera por eso
que aún no se atrevía a pisar el umbral de la celebridad
antes de contemplar una vez más
aquella imagen de su infancia:
la garza que siempre iba a morir
y las palomas, las palomas, en la cornisa del Banco Español.
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