Por Claudio Scaletta para El Destape Web –
Los acontecimientos recientes en materia económica pusieron nuevamente en primer plano a la política. Con cada punto que se agranda la brecha entre el dólar oficial y los diversos paralelos, legales y no, la coalición gobernante pierde poder. No se trata de una mera razón de fuerzas, sino de un dato extremadamente concreto: la pérdida de grados de libertad de la política económica. Es duro decirlo, pero con una brecha por encima del 100 por ciento es difícil que no se haya llegado al punto de no retorno en materia de sostenimiento del tipo de cambio. Si se sigue mirando lo que sucede en los mercados cambiarios con actitud pasiva pronto sólo se tratará de control de daños. Ya no de evitar una devaluación, sino del peor escenario, evitar una devaluación desordenada. Dicho de manera rápida: se terminó el tiempo para las medidas homeopáticas.
El Frente de Todos asumió con un escenario económico que se sabía extremadamente desfavorable. Durante los cuatro años del cambiemismo macrista-radical el poder adquisitivo de los salarios formales se redujo en un tercio, las reservas internacionales netas quedaron en niveles muy bajos pero en combinación, además, con la reconstrucción del problema de la deuda externa. Y por si faltaba algo la frutilla del postre, se instaló nuevamente al gendarme del FMI en el centro de las decisiones económicas.
Sacar al neoliberalismo del poder supuso la construcción de una coalición política heterogénea que incluyó a muchos de los “propios” que acompañaron la ruinosa aventura cambiemita, por no decir que la hicieron posible. Era lo que había, pero debía enfrentarse una causa muy superior a los viejos rencores. Cuando aparecieron los primeros lineamientos electorales del programa económico del FdT algunos debieron tragar saliva frente a la repetición de algunos lugares comunes de la ortodoxia. Otra vez, sacar al neoliberalismo del poder era una causa muy superior a los detalles. En lo que no había dudas, más allá de lo que se escribía en los papeles, fue en cuáles debían ser los primeros problemas a atender. Primero el hambre. No se trató de una bandera electoral. Derrumbar el poder adquisitivo del salario y destruir sectores económicos nunca es socialmente gratis. En lo específicamente económico debía despejarse el problema de la deuda y evitarse una devaluación. Esto era el corto plazo. La transformación de la estructura productiva, la recuperación de la función de reserva de valor de la moneda y la mejora en la distribución del ingreso eran el largo plazo. Pero sin resolver el corto plazo, el largo sólo es entretenimiento intelectual. Luego, como éramos pocos, llegó la pandemia y todo cambió.
El resultado de la crisis sanitaria también fue bien concreto. Una economía que venía de dos años de recesión debió parar su aparato productivo. Poner en marcha la máquina nuevamente, normalizarla, no es tarea sencilla, pero ya se sabe que este año el PIB caerá, en principio, alrededor de 12 puntos. Los efectos del parate fueron socialmente devastadores, en el segundo trimestre, el más duro, dos millones y medio de personas quedaron afuera del universo de empleados, la desocupación real, no la definida por quienes buscan activamente trabajo, estaría apenas por debajo del 30% y una de cada dos personas es pobre. No es un escenario para pensar en cuestiones como “la consolidación fiscal” o en políticas monetarias contractivas. Es necesario estar muy alertas porque los datos de la evolución de la actividad de la industria y de la construcción de agosto, difundidos esta semana, muestran un freno en la velocidad de recuperación que no se esperaba. Quizá el comportamiento de la demanda agregada y del gasto autónomo tenga algo que ver.
Pero lo más urgente del presente es el problema cambiario. Sin teoría, si se mira la historia, el efecto principal de las devaluaciones es siempre la caída de la actividad económica. Con teoría ello es así porque vía inflación de costos (el mayor precio del dólar) se reduce el poder adquisitivo del salario, y caen el consumo y la demanda. Si sucede en el presente el resultado sería sumar caída a la súper caída, lo que agudizaría el grave cuadro social descripto. Los efectos políticos serían la pérdida de legitimidad de la coalición gobernante. En proximidad de las elecciones el grueso de los votantes no distinguen las causas de su malestar, solo saben si están mejor o peor. Si hay un salto devaluatorio el votante sólo sabrá que su situación empeoró, que la inflación es más alta y que la actividad económica está por el piso. No se acordará ni de los cuatro años de neoliberalismo ni de la pandemia. El riesgo político que se enfrenta es mayúsculo.
Las causas por las que se llegó a esta situación deben ser dichas. El peor modo de acompañar un proyecto político es escribiendo el diario de Yrigoyen. En la construcción del discurso político se necesita construir un adversario a quien enfrentar. Llevar ese discurso a la economía lleva a creer que existe una corrida cambiaria por la oscura voluntad de especuladores “fugadores”, por la furia constante y permanente de la gran prensa comercial, por la casta oligárquica del poder judicial y por una oposición tan dañina como caricaturesca. Todo lo dicho tiene algún componente de verdad, pero el actual problema cambiario fue por pura mala praxis.
La política monetaria fue errática. A comienzos de la pandemia se bajaron las tasas, se obligó a los bancos a deshacerse de posiciones en Leliq y se expandió el crédito. En esas semanas hubo una expansión de la liquidez del sistema sin alternativas para invertir en pesos, todas las tasas cayeron fuerte. Fue precisamente cuando la brecha con los paralelos comenzó a despegarse de la lógica “dólar oficial más impuesto PAIS”, que había sido el desdoblamiento buscado por la política económica en la prepandemia. Frente a la expansión de la brecha el BCRA demoró medidas. Tardíamente optó por profundizar restricciones, como limitar el acceso al dólar ahorro. La brecha siguió subiendo.
Finalmente, en un marco con superávit comercial y de cuenta corriente, la autoridad monetaria descubrió que el problema no era solo la demanda de dólares, sino también la oferta y comenzó a tomar medidas en la dirección correcta. Subió la tasa de pases e intentó medidas para incentivar la liquidación de exportaciones. El resultado después de transcurrida la primer semana larga es que la brecha siguió subiendo y las mayores liquidaciones por ahora no aparecen. La conclusión es evidente: las políticas monetarias y cambiarias siguen sin funcionar y urge tomar decisiones. Encontrado tardíamente el rumbo correcto, subir las tasas, el problema del presente parece ser de intensidad de las dosis y de credibilidad en las señales de los hacedores de política. Quizá la tibia suba de pases no se traslade tan rápidamente al resto de las tasas del sistema como dice la teoría y tal vez haya que llevar las tasas mucho más arriba y obligar a los bancos a pagarle más a los ahorristas.
Cualquiera sea el caso, la coalición gobernante necesita encolumnarse, rápidamente y sin especulaciones entre facciones, en un solo rumbo de política económica, con mucha unidad y rapidez para la toma de decisiones que, por la urgencia de la hora, demandan mucha más intensidad y profundidad. Para ello deberá asumir que ser amigo de todos puede ser útil para la construcción política, pero muy contraproducente si de lo que se trata es de política económica.
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