La falta de movimiento de los precios no implica por sí misma una reversión de la relación entre los precios y los ingresos que propaga la pobreza. Por el contrario, la refuerza. Las diferentes formas de intervención para salir de la crisis, y la carga del endeudamiento externo
Los datos sobre precios correspondientes a mayo tuvieron algunas peculiaridades, que van más allá del 1,5 por ciento de aumento que marcó el índice de precios al consumidor. Al observarlos con detenimiento, se constata que no solamente tiene lugar un aquietamiento en las variaciones del nivel general de precios. También es posible que se incube un descenso.
Si se sigue la lógica del Gobierno, según la cual el alza de precios es en sí misma el mal que hay que derrotar, una baja debería considerarse auspiciosa.
Sin embargo, desde la perspectiva de la actividad económica, no es una novedad favorable. La deflación, que es como se suele denominar a las caídas continuas de precios (en este caso se trata de un solo mes), es un proceso propio de las grandes recesiones o las crisis, cuando frente a la debilidad de la demanda, los productores no pueden vender los bienes ni siquiera a precios inferiores a los necesarios para obtener un margen de ganancia normal.
Entonces venden a pérdida con tal de recuperar parte del capital adelantado en la mercancía. El resultado es que la actividad se contrae, porque la extensión del fenómeno implica que la situación general de los productores es de resultados adversos.
Un solo mes de baja no es indicador de una deflación en el sentido estricto, pero los aumentos acotados de precios y el contexto de la demanda permiten inferir que, aún si no nos encontramos frente a un proceso de caída persistente, al menos existen límites para que se alcancen los márgenes de rentabilidad normales.
El índice de precios internos al por mayor, que mide la variación de los bienes que son vendidos para la producción y/o comercialización, indicó en mayo un descenso del 0,3 por ciento. El mismo se subdivide en una variación nula de los productos nacionales, y una caída del 4,1 por ciento en el índice de precios de productos importados.
La simiente deflacionaria puede apreciarse en detalle examinando las variaciones de los rubros que componen la categoría de productos nacionales. La energía eléctrica tuvo un incremento del 4,2 por ciento, pero los productos manufacturados permanecieron sin variaciones, y los primarios cayeron un 0,3 por ciento.
Dentro de los primarios, los productos agropecuarios tuvieron una baja del 0,9. Y dentro de los manufacturados, los productos metálicos básicos cayeron un 2,2, y maquinarias y aparatos eléctricos descendió un 2,9. Se trata de varias clases de bienes asociados con la reproducción de la actividad económica.
También la canasta básica alimentaria tuvo una disminución entre abril y mayo, del 0,4 por ciento. Y la canasta básica total tuvo un incremento mínimo del 0,1.
Dentro del mismo IPC, que en mayo tuvo un incremento mensual del 1,5 por ciento, las categorías relacionadas con bienes de consumo durable, que son equipamiento y mantenimiento del hogar y prendas de vestir y calzado, como la de alimentos y bebidas no alcohólicas, dieron variaciones inferiores a la del índice general. En el caso de las últimas dos, inferiores a la unidad. Los que aumentaron por encima fueron las categorías asociadas a servicios.
La única presión al alza de los precios proviene en este momento de los incrementos de las tarifas de servicios públicos. El Gobierno mantiene bajo control las otras dos variables de importancia, que son el tipo de cambio y los salarios. Como resultado, se establece una relación entre los precios y los ingresos en la cual los últimos quedan rezagados por sobre sus niveles históricos.
La falta de movimiento de los precios no implica por sí misma una reversión de este patrón. En primer lugar, porque se basa en la fijación de los ingresos en el nivel que conlleva el empobrecimiento actual. Como segunda cuestión, es posible que la persistencia de las condiciones de una demanda baja en relación a la capacidad productiva conduzca a que las empresas se encuentren con pérdidas, y como resultado se incremente la desocupación, conviviendo con la deflación, o una tasa de aumentos de precios demasiado baja para la continuidad de la producción. La consecuencia es que los mismos factores que amplían la pobreza se refuerzan.
La resolución de una crisis de este tipo es un tópico que debería despertar inquietud en el debate político. Espontáneamente, las consecuencias de la deflación se descargan sobre la mayoría de la población mediante el mecanismo descripto. En este tipo de escenarios, los gobiernos intervienen de manera asistencial para prevenir que el clima social se vuelva incontrolable, pero no tienen una participación proactiva para revertir la declinación del nivel de vida y la crisis.
Cuando eso sucede, las empresas absorben las pérdidas, que se resuelven mediante la eliminación de los puestos de trabajo más frágiles, y el ciclo se revierte cuando los sectores que conservan el empleo y cierto nivel de ingresos comienzan a mejorar su situación. Fue el tipo de salida de la crisis de 2001-2002.
La otra posibilidad es que se intente una recomposición directa de los ingresos acompañada de una revaluación de la moneda. Como se trata de una solución cuyos efectos inmediatos también conllevan pérdidas para las empresas, es necesario estudiar formas de acompañamiento desde el Estado mediante planes de financiamiento y compensación. Tratándose de un medio que permite dirigir y acelerar la superación de la crisis, parece ser más razonable que adaptarse a la tendencia “natural”.
La política oficial en relación al tipo de cambio merece un comentario aparte. El 11 de junio se ampliaron operaciones de pase pasivo (REPO) mediante la emisión de BOPREAL. En lo concreto, se colocaron títulos por 2.000 millones de dólares de deuda externa, que vencen en abril de 2027 con una tasa de interés anual del 8,25 por ciento.
Además, se habilitó la suscripción en dólares a títulos del tesoro nacional capitalizables en pesos, por montos equivalentes hasta 1.000 millones de dólares en un mes. Esta opción se vuelve conveniente ante un escenario de apreciación del dólar, que en el régimen cambiario actual sería un acercamiento al piso de la banda. De 1.000 pesos por dólar, frente a los 1.150 en los que se encuentra hoy.
La captación de deuda externa para sostener un esquema en el cual la economía no crece incentiva la salida de capitales a medida que se acerquen los vencimientos de la deuda externa, si no antes por razones propias de los planes de las entidades financieras. Se trataría de una repetición de lo que sucedió al final del Gobierno de Cambiemos.
Tal escenario finalizaría con una devaluación, que agrava la situación social de por sí, y más condicionamientos por sobre la recuperación económica. Lo que hace más urgente para la oposición plantear alternativas de política económica y preocuparse por incrementar su poder para condicionar al oficialismo.
Fuente yahoraque.com
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