Por Miguel Urbán* – publico.es
A veces la política europea parece un huevo Kinder. Se presenta en un bonito envoltorio que esconde una sorpresa, un juguete y un dulce bastante empalagoso. Pero al poco que pruebas un par de ellos, descubres que el regalo tiene un mecanismo parecido a todos los anteriores. Este miércoles el pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo acogió el #SOTEU, que es como se conoce en Twitter y en la burbuja europea el debate anual sobre el estado de la Unión.
Al menos eso ponía en la agenda oficial. Porque por momentos aquello parecía un acto de campaña electoral, con tantos anuncios, promesas y medidas estrella. O la celebración del no sé cuánto aniversario del Tratado de Roma trufado de las habituales referencias a los valores universales europeos y a los padres fundadores del proyecto (padres en masculino plural, que es lo único que, según parece, había entonces). O incluso una sesión de autoayuda donde la autocrítica está vetada y solo se permiten mensajes positivos.
La presidenta de la Comisión Ursula von der Leyen dibujó un panorama que, como buen relato, combinaba dosis equivalentes de drama y de épica. A saber: la crisis ha sido tremenda, el mundo es un lugar cada vez más complicado, los desafíos son enormes, pero la UE ha estado, está y estará a la altura. «Hicimos lo correcto porque lo hicimos a la manera europea», dijo literalmente. El European way of life.
Como suele ocurrir con la parafernalia eurócrata, resultaba difícil seguir el ritmo de anuncios, nuevas directivas y estupendos programas que la Comisión Europea pretende desplegar durante los próximos 12 meses. Aunque sería erróneo caer en esa sencilla trampa. Pocas máquinas de envolver propuestas con lazo mejor engrasadas que la alta burocracia comunitaria. Por eso toca rascar, leer entre líneas y sacar de los despachos las grandes líneas maestras de la política europea para el próximo periodo.
Entre las grandes preocupaciones de quienes hoy dirigen el proyecto europeo, hay dos cuestiones centrales que sobresalen por encima del resto: la primera, qué forma adoptará la manida transición ecológica y digital de la economía europea; la segunda, qué papel quiere (o puede) ocupar esta UE en un tablero mundial cada vez más convulso, espasmódico y multipolar en donde la idea de un ejército europeo sobresale sobre el resto. Ambas remiten en el fondo a la misma pregunta existencial de siempre: qué quiere ser Europa de mayor.
El último informe del IPCC y los desastres medioambientales que han azotado Europa este verano reforzaron aún más la centralidad de las cuestiones medioambientales en la ponencia de la presidenta y en el debate posterior. Casi todos los grupos parlamentarios asumen que la urgencia climática ya está aquí, pero las medidas anunciadas para combatirla no tienen calendarios tan urgentes ni ponen en cuestión el grueso de la política contaminante europea: agenda comercial kilométrica, mega-infrastructuras para conectar mejor la UE con el mundo o depredación de recursos bajo-viejos y nuevos formatos neocoloniales.
Encima de la mesa siguen sin abordarse dos cuestiones centrales: cómo de justa será el aún difuso cambio de modelo productivo, especialmente a lo que a destrucción y transformación de empleos se refiere, y qué nuevas presiones sobre el territorio, sus recursos y sus poblaciones supondrá para los países del Sur Global la anunciada transición energética y la demanda creciente de suministros para operar el European New Green Deal. Este miércoles no hubo pistas al respecto. Qué lástima.
Las élites europeas asumen que han llegado tarde a la última revolución digital y que los millones de euros del Next Generation destinados a «digitalizar la economía europea» solo pondrán un parche en la brecha que separa a Europa de otras potencias tecnológicas. Por eso la Comisión apuesta fuerte por la fiebre verde que la pandemia interrumpió, para hacer de la UE el nuevo polo mundial de la economía medioambiental, sin que aún sepamos muy bien qué significa esto último ni a quién beneficiará.
Una parte de la extrema derecha negacionista climática ha levantado la bandera de la energía nuclear de cuarta generación, al grito de Make Europe great again. Empleo fordista masculinizado, soberanía energética y hard power nacional. Más comedidos, los grupos democristianos y liberales, especialmente quienes tienen citas electorales en casa dentro de poco, no terminan de fiarse de este El Dorado verde ni de las fábricas de coches eléctricos que apenas requieren la mitad de mano de obra que las tradicionales. Así que apuestan por desarrollar una industria militar y defensiva europea que aporte empleo, tecnología y, ya de paso, la soñada «autonomía estratégica».
Esto nos lleva al segundo gran eje, porque «autonomía estratégica» es la marca blanca, léase el envoltorio políticamente correcto, del ejército europeo, ese viejo proyecto de ciertas élites federalistas. Con la pandemia la UE despertó del sueño globalizante y descubrió que en el Viejo Continente no se producían ni vacunas, ni mascarillas, ni respiradores ni semiconductores. La pérdida de control de ciertas cadenas de valor y suministros globales y la dependencia que esto supone en un mundo con socios cada vez menos fiables y una competición al alza por recursos escasos, consiguió que von der Leyen amagase un par de veces con subirse a la ola pseudo-neokeynesiana con aromas atlantistas. Pero al final ni contigo ni sin ti.
Y como ni la Casa Blanca, ni el Kremlin, ni Pekín ni nadie que pasó por Afganistán estos últimos 20 años es ya un aliado estable, la UE necesita complementar su propaganda de Europa verde, morada, social y solidaria interior tan del gusto socialdemócrata con su necesario reverso tenebroso de más Europa Fortaleza, más externalización de fronteras, más acuerdos comerciales extractivistas y algún complemento propio al tambaleante paraguas de la OTAN. Y si de camino se crea empleo y contribuye a aumentar los beneficios de las grandes fortunas y empresas europeas que durante la pandemia han visto aumentar su riqueza, pues jugada maestra servida.
Pero nada es tan simple en la arquitectura europea. Casi todos los anuncios de este miércoles dependerán de los mecanismos de codecisión y de los equilibrios mutantes de un Consejo Europeo que tiene en los próximos meses dos match points en las elecciones federales alemanas y en las presidenciales francesas. Sin hablar del Grupo de Visegrado y del órdago permanente entre la Comisión y gobiernos como el de Polonia, Hungría o Eslovaquia que corre el riesgo de dejar en papel mojado todas las bonitas palabras de la presidenta sobre el Estado de Derecho, la libertad de expresión y otra serie de «valores europeos» tan recurrentes en sesiones plenarias y ruedas de prensa.
Del Parlamento Europeo mejor ni hablamos, porque acoger este debate del estado de la Unión una vez al año es lo más parecido a su minuto de oro en la co-gobernanza comunitaria. Pero parafernalias y discursos aparte, el proyecto europeo sigue hoy navegando entre brechas crecientes y crisis estructurales: su diseño neoliberal y la connivencia de sus élites dirigentes le impiden afrontar los grandes desafíos de nuestra época en un mundo cada vez más convulso. Retos que no entienden de cosmética ni de promesas y que no pueden ser protagonizados por quienes son parte fundamental del problema.
Una opción es volverse a creer los discursos que cada año se repiten con diferentes palabras. Total, dentro de unos meses tendremos otro igual para renovar la fe euro-federalista. Otra opción, más cruda pero más realista, es salir de la burbuja eurócrata, asumir que el rey UE camina desnudo por el mundo y organizarse para darle la vuelta a Europa. Seguramente no será tan dulce como un huevo de chocolate industrial que cada año promete nuevas sorpresas para terminar ofreciendo las mismas baratijas. Pero es que ya va siendo hora de que Europa deje de ser ese continente nostálgico encantado de conocerse que cree tener derechos históricos sobre todo lo existente. 16 septiembre, 2021
Gentileza de Other News
*Eurodiputado español. Ha trabajado en ONG´s, en la Librería Cooperativa la Marabunta . Colabora con la editorial Icaria y es miembro del consejo asesor de la Revista Viento Sur. Empezó militando en el movimiento estudiantil, sobre el que ha escrito varios libros y artículos, participó en el movimiento alterglobalizador, contra la guerra.
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