“Las grandes empresas tecnológicas ejercen el dominio de la actual etapa capitalista”, afirma Ariel Goldstein, doctor en Ciencias Sociales e investigador adjunto del Conicet en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe. En entrevista con Y Ahora Qué? dice que las corporaciones consideran al Estado y a sus regulaciones como «un obstáculo» en la disputa que libran por las ganancias, premisa que desarrolla en su libro ‘La cuarta ola. Líderes, fanáticos y oportunistas en la nueva era de la extrema derecha’, editado por Marea.
Javier Milei, Giorgia Meloni y Marine Le Pen, ¿se inspiran en Benjamín Netanyahu? ¿Quién financia a los ultraneoliberales del mileísmo? ¿El senador estadounidense Joseph McCarthy vive en el alma de la Libertad Avanza? ¿Qué es un microemprendedor político?
Todas son preguntas que flotan en las sombras del escenario político y social argentino. Ariel Goldstein echa algo de luz entre semejante neblina con una nueva obra que se articula con otros trabajos suyos como ‘Bolsonaro’, ‘Poder evangélico’ y ‘La reconquista autoritaria’.
Si su libro trata sobre ‘la cuarta ola’, ¿cuándo se abalanzaron sobre la humanidad las otras tres? Dice el autor que la primera fue con el auge del fascismo entre 1920 y 1950, la segunda después de la Revolución cubana con la Doctrina de la Seguridad Nacional, y la tercera con los gobiernos neoliberales de Alberto Fujimori, Carlos Menem y Fernando Collor de Melo. Así se sumerge en aguas profundas que bien conoce como estudioso del fenómeno de las ultraderechas.
–El mileísmo parece estar en el umbral del uso de palabras más duras aún, como ‘subversión’, en una deriva autoritaria que reflota la teoría del enemigo interno pero sin fusiles ni tanques. ¿Le alcanza con los medios de comunicación, las redes sociales, la complicidad de dirigencias tradicionales y un sector del Poder Judicial?
–Lo que yo señalo es que hay un neomacartismo. Todo ese clima traído de la Guerra Fría y de la Doctrina de Seguridad Nacional está inspirado, en parte, en la figura del senador McCarthy en Estados Unidos. Fue el primero en hablar del enemigo interno. Para él no eran tan importantes China u otras amenazas como la Unión Soviética, sino los comunistas que estarían escondidos dentro del Departamento de Estado.
–¿Agitar fantasmas para polarizar a la sociedad?
–Sí. Una tónica de la Guerra Fría que después fue aplicada en países latinoamericanos. El primero de ellos fue Guatemala con el golpe de estado contra el Presidente Jacobo Árbenz en 1954. Después de la Revolución cubana esto toma mucho más ímpetu.
–Si exceptuamos al núcleo duro de fanáticos de la Libertad Avanza ¿la mayoría de la sociedad argentina entiende estos espantajos fantasmales?
–Por eso lo llamo neomacartismo global. No porque haya una acusación de comunismo cuando el comunismo no es hoy una amenaza real. Funciona en este contexto de la posverdad. Lo importante son las narrativas y no tanto los hechos. La narrativa de “la defensa de Occidente”, supuestamente en crisis por el marxismo cultural y el comunismo, vuelve a tener importancia.
–¿No observás una contradicción flagrante entre el aperturismo comercial de Milei y su plan de topo del Estado, cuando a líderes de extrema derecha como Meloni, Le Pen e incluso Donald Trump ni se les cruza por la cabeza destruir sus industrias y sistemas científicos, a la vez que alientan proteccionismos diversos?
–A ver, sobre esto tengo varias cosas para decir. Por un lado, esta división entre nacionalistas proteccionistas y librecambistas o neoliberales. Me parece que acá lo importante es lo que decía el politólogo Robert Paxton, un estudioso del fascismo. Hablaba de que en el fascismo, o en el posfascismo, lo importante o lo verdadero es lo que asegure la dominación. No resulta tan importante un discurso racional sino que el fascismo se guía por acciones y emociones más que por pensamientos. Por lo tanto, en la internacional derechista lo importante es estar unidos contra el comunismo.
–¿Significa que las evidentes diferencias en sus políticas de gobierno pasan a segundo plano?
–Pesa más lo emocional que la coherencia. Por otro lado, está la disputa entre nacionalistas y neoliberales. La estamos viendo no solo en la internacional derechista sino también en la propia estructura del gobierno que Trump está construyendo.
–¿Cuáles son las discrepancias internas más fuertes en el trumpismo?
–Por un lado, Elon Musk fundó el departamento de desregulación y eficiencia llamado DOGE, parecido al de Federico Sturzenegger en Argentina. Pero, por otro lado, tenés a Steve Bannon con una visión más nacionalista, más proteccionista. Bannon dice: «Si Musk va a dirigir el gobierno estamos fritos». Tiene una visión más cercana a los movimientos de extrema derecha europeos que vos señalás.
–En realidad, Milei se parece más a un Álvaro Alsogaray en su sueño dorado de convertir en miniatura al Estado social y público o a un Mauricio Macri recargado.
–En América latina hay un guiño más neoliberal. Todo está más claro que en Estados Unidos donde la tensión es parte de la extrema derecha global. Aunque también tenés a Jair Bolsonaro que es un personaje más contradictorio en ese plano. Tiene una visión un poco más nacionalista que Milei. De todos modos, me parece que lo que hay en la internacional derechista es un factor más emocional, por encima de las diferencias ideológicas o económicas. Pero, por otra parte, es una tensión propia de la extrema derecha global como se ve en el caso del gobierno de Trump que está a punto de empezar.
–Señalás en el libro que hay un componente de oportunismo muy fuerte en el fenómeno ultraderechista. ¿Se manifiesta en los saltos de trampolín de gobernadores y dirigentes, como en el reciente caso de Luis Juez y su pase del macrismo al mileísmo?
–Este tema del oportunismo lo quise tematizar más allá de que aparece en distintos movimientos políticos, ya sean de izquierda, de centro, o peronistas de derecha. Creo que uno podría encontrar una particular relación entre los posfascismos y el oportunismo. Siempre se ha caracterizado al ascenso de estos fenómenos históricos, que parecieran surgir de forma repentina, como una ola imparable que se lleva todo puesto. Está el papel de estos personajes oportunistas, cómplices, colaboracionistas para la emergencia y sostenibilidad del fenómeno. Son personas que no necesariamente la comulgan con esa ideología.
–¿Los que le hacen la venia al ganador sea quien fuere?
–Es un movimiento que, mayormente, sucede en las dirigencias. Pero no solamente. También puede suceder en lugares más abajo de la sociedad. En todo caso, estar con la corriente dominante del posfascismo puede reportar beneficios. Me refiero a conseguir trabajos o ventajas desde el gobierno, etcétera. Y estos personajes, muchas veces oportunistas, no comparten necesariamente la ideología posfascista o de aniquilamiento del Otro o la violencia, pero sí ven que les conviene.
–¿En qué sectores sociales detectás tales arribismos?
–Se ha visto con la dirigencia peronista de derecha. Está reciclada en el nuevo mileísmo. Se ha visto con el bolsonarismo en Brasil. Fue en el caso del surgimiento de youtubers que se plegaron a las listas bolsonaristas y fueron electos. Se ha visto en el mileísmo, en todos los youtubers e influencers que se sumaron a La Libertad Avanza.
–Se me ocurre nombrar a Mark Zuckerberg, de Meta, en Estados Unidos.
–Es el caso de los empresarios tecnológicos que hace unos años no estaban alineados con Trump y hoy sí lo están. Reconocen una conveniencia económica, principalmente. Puede haber algo de simpatía ideológica también. Pero me parece que hay ahí un punto con estos personajes oportunistas para escalar posiciones. Obtener lugares que, de otra manera y si fuera por mérito, no podrían obtenerlos en los movimientos. Aprovechan esta ola de extrema derecha para ascender socialmente, económicamente. Hay ahí una cuestión de oportunismo, de reubicarse.
–Una clave desarrollada en el libro es la alianza entre las grandes corporaciones y las extremas derechas. ¿Alcanza a todos los grandes grupos económicos o algunos son arrojados al ‘afuera’ de Milei?
–En esta etapa del capitalismo lo que estamos viendo es el dominio de las empresas de tipo tecnológico. De los grandes billonarios. Los que luchan por la innovación tecnológica. Y la innovación lleva a una mayor concentración de la riqueza. Y a una disputa y competencia entre las grandes corporaciones tecnológicas por la apropiación de las ganancias. La disputa hace que vean al Estado y sus regulaciones como un obstáculo en esa carrera. Por lo tanto, aparece naturalmente la alianza con la extrema derecha y el descrédito de la democracia.
–¿Por qué afirmás en el libro que la democracia ya no les conviene a las corporaciones?
–Porque la democracia es el ejercicio y la defensa cotidiana de las instituciones. Son las instituciones las que, justamente, preservan un marco de convivencia común. Una idea de comunidad definida a través del voto. De la transparencia. De los ‘accountabilities’ o responsabilidades, de los chequeos y del equilibrio entre poderes. Todo eso es un obstáculo frente al poder de las corporaciones tecnológicas.
–Milei parece actuar como un virrey de otra metrópolis.
–Me parece que ese es el dilema que se está viviendo en esta época y que por supuesto es una amenaza para los principios del iluminismo y de la Ilustración que dominaron en la modernidad. Esto lleva, naturalmente, a una alianza con las extremas derechas o por lo menos tendencialmente. Detrás de la extrema derecha de Milei hay corporaciones que se benefician con la desregulación.
–Frente a este mundo distópico con ruptura del tejido social ¿qué pasa con las alternativas políticas o los progresismos que puedan, al menos, reparar tanto daño?
–Reconozco las dificultades de los progresismos y de las izquierdas para hacer frente a estas experiencias de extrema derecha. Es un problema global que, evidentemente, cuesta muchísimo. Hay algunas experiencias exitosas como la de Luiz Inácio Lula da Silva que le ganó a Bolsonaro. Por un margen estrecho, pero se trataba de una circunstancia especial, al ser un líder tan carismático y con tanta trayectoria en la vida política brasileña. O en el caso de Joe Biden en el 2020. O con el Frente Popular en Francia que derrotó a Marine Le Pen y al viejo Frente Nacional reciclado.
–¿Sólo las izquierdas podrían ser una barrera o una esperanza de un mundo mejor?
–Claramente es necesario interpelar a sectores que no son progresistas, que no son de izquierda. Centrándose en los problemas económicos de la gente. En las penurias de la vida cotidiana. Justamente es ahí de dónde la extrema derecha extrae ese sentimiento de desesperanza y esa situación de precariedad económica en la cual se encuentra mucha gente. Gente que siente que no tiene nada para perder.
–¿Hay algo diferente para alimentar una ilusión?
–Sólo aparece este deseo de transgresión, como se dice en algunos artículos. Y se entusiasma con esta voluntad de romper todo. De canalizar la ira en este presente distópico. Las que se benefician son las grandes corporaciones de la desregulación. Me parece que falta investigar un poco más sobre la fuente de financiamiento de la extrema derecha. Es una tarea pendiente para los que investigamos.
–¿Cuánta influencia pueden ejercer extremistas de derecha que surgieron como cuentapropistas en las redes sociales?
–El deseo de transgresión lo venden estos microemprendedores políticos, como dice el filósofo brasileño Rodrigo Nunes. Aquí están los casos de Agustín Laje o Axel Kaiser, que ahora están hermanados en la fundación Faro, de Milei. Ellos se venden como grandes transgresores que se hacen a sí mismos. Pero, en verdad, detrás de ellos hay grandes corporaciones que los han apoyado y formado precisamente para eso. Para presentarse como transgresores del sistema que, en verdad, vienen a consolidar sus aspectos más regresivos.
–Mencionás en el libro que han usado con astucia el universo de los superhéroes para captar a camadas juveniles. ¿Cómo funciona este fenómeno de ocultar que, detrás, están los inefables dinosaurios de las oligarquías?
–Los microemprendedores políticos repiten para distintas audiencias un trabajo adaptativo de divulgación de las ideas del neoliberalismo rabioso. En ese sentido, tienen una relación simbiótica con los líderes ‘celebrities’ de estos procesos políticos.
–¿Cómo manipula el mileísmo a la sociedad mediante el chantaje y el miedo? Planteás en el libro que las ultraderechas parecen inspiradas en los manejos de Benjamín Netanyahu en Israel.
–Me parece que el caso de Netanyahu en Israel es un modelo experimental. Me refiero a cómo funciona la extrema derecha en otros países. Lo hacen manipulando el miedo. Puedo citar a la socióloga Eva Illouz quien lo desarrolló en un libro sobre el populismo, el miedo, el asco y el resentimiento que socavan la democracia.
–¿Qué aprendió Milei de Netanyahu?
–Netanyahu ha sido muy hábil para manipular emociones. Lo hizo a través del conflicto bélico y de la guerra. Y con la demonización del Otro. En este caso, los palestinos, los árabes. Construyendo esta dinámica de polarización permanente. Desacreditando a ese Otro.
–¿El Otro de Milei es el comunismo, el peronismo, el socialismo y el estatismo?
–El mileísmo reproduce, me parece, esa lógica de la crueldad contra la izquierda. Contra los movimientos sociales. De igual modo como lo hizo el bolsonarismo en Brasil. O como lo hace el trumpismo en Estados Unidos. Hay un lenguaje común que encuentra inspiración en la extrema derecha israelí.
Fuente yahoraque.com
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