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La CELAC, una oportunidad para unirnos sin exclusiones

Buenos Aires será desde hoy sede de la XXII Cumbre de Cancilleres de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) que tendrá como eje central tratar la candidatura de la Argentina a ejercer la Presidencia Pro Témpore del mecanismo de integración regional para el período 2022. Sobre la importancia de este grupo opinó para Télam Santiago Cafiero, ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la Nación.
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La Argentina recibe hoy a ministras y ministros de Relaciones Exteriores de la Comunidad de Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Es un honor y un compromiso.

Un honor porque la Argentina actúa como el país anfitrión de una riquísima historia. Cuando en 2013 se reunieron, en Santiago de Chile, los presidentes y presidentas de América Latina y el Caribe en la primera cumbre de la CELAC celebrada al más alto nivel, consumaron un hecho inédito: era la primera vez que lo hacían. Jamás había sucedido en toda la vida independiente de la región. Suena inconcebible, pero así son los hechos.

Y los hechos tienen su razón de ser. Llegó a existir una CELAC porque antes, en las democracias incipientes de los años ’80, ocho naciones de América Latina se comprometieron proactivamente con la paz cuando formaron primero el Grupo Contadora (integrado por México, Venezuela, Colombia y Panamá) y el Grupo de Apoyo a Contadora (con la Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay).

Hubo CELAC porque antes fueron creadas instancias de integración tan diversas como el Pacto Andino, el Mercosur, la Comunidad del Caribe o la Asociación Latinoamericana de Integración. Tuvimos CELAC porque pudimos convertirnos en una región sin guerras. Hay CELAC porque está claro, y la Argentina no se cansará de insistir en ello, que Latinoamérica y el Caribe es también el Caribe y Latinoamérica. O sea, un conjunto de iguales.

Trabajar con 32 países es un compromiso porque, como se ve, no empezamos de cero. Y porque no tenemos una visión idílica de la realidad. Estamos orgullosos de nuestra identidad plural, de nuestra construcción diversa, pero al mismo tiempo somos conscientes de que nuestro gran problema es la profunda injusticia social que vivimos y nuestro gran desafío es cooperar fraternalmente para mitigarla hasta que se convierta en un resabio marginal. La mayor igualdad no solo es un imperativo moral. Es un instrumento de desarrollo y bienestar.

Conceptos como «diálogo» o «cooperación» no aluden simplemente a la naturaleza de la CELAC, que es un foro y no un bloque o un mercado común, y por eso funciona mediante el consenso. En un mundo fragmentado, el diálogo es una herramienta imprescindible para alumbrar nuevas ideas y ganar capacidad negociadora. También, naturalmente, para tender puentes hacia países o foros extrarregionales.

El valor de la CELAC es que dejamos de lado los clichés. Por favor, que se entienda bien: la CELAC no nació para competir con nada ni con nadie. Surgió de las entrañas mismas de los pueblos latinoamericanos y caribeños como respuesta a la necesidad de unirnos. De unirnos sin exclusiones.

Solos no podemos encontrar soluciones relacionadas con la recuperación económica, la estrategia sanitaria, la cooperación espacial, la ciencia y la tecnología para la innovación social, la gestión integral de riesgo en situaciones de desastre y la infraestructura.

Tampoco la soberanía es una construcción solitaria. A 40 años del conflicto de Malvinas, la Argentina agradece que la CELAC fue uno de los apoyos permanentes para nuestro objetivo de negociar en paz el ejercicio efectivo de la soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y los espacios marítimos circundantes.

El Papa Francisco pidió, en la encíclica Fratelli Tutti, que el mundo siga una ética de las relaciones internacionales.

La CELAC representa el testimonio de que ese objetivo no es, para nada, una utopía.