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[Audio] El Jabalí Arácnido, los orígenes prehistóricos del cine

Por Pablo Argañarás, Licenciado en Cine y Televisión.
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El primer antecedente de la imagen en movimiento lo encontramos en las Cuevas de Altamira, en España.  Allí en los albores de la Humanidad, algún hombre dibujó en los techos a bueyes, bisontes, jabalíes, ciervos y caballos.  Todas presas de caza.  El ansiado alimento del clan y sus peripecias para obtener su carne está plasmado en las pinturas rupestres de la cueva.  Por sus ensayos artísticos podemos deducir que fueron los primeros fotógrafos y cineastas.  Ellos, hace milenios, se fascinaron y experimentaron con la representación de la imagen en movimiento.

Como una especie de «Capilla Sixtina» de arte rupestre, en sus techos rocosos dibujaron viñetas de sus actividades cotidianas.  El «Miguel Angel» cavernícola, dejó las huellas de sus manos y las de sus compañeros.  Escupiendo los pigmentos sobre sus manos puestas en los techos, al retirarlas,  dejaron sus marcas en las rocas.  Como un antecedente de los negativos fotográficos o de cine.  El artista de hace miles de años comprendía entonces la imagen positiva, su mano, y la huella, o sea,  la imagen negativa.  Al igual que los primeros artistas experimentales de 1800, estos hombres y mujeres sentaron las bases de lo que milenios después asombraría a multitudes, como lo fue la invención de la imagen fotográfica.

Por si todo esto fuera poco, en las cuevas hay un antecedente de la primer imagen con sensación de movimiento.  Un jabalí de ocho patas.  Extraño.  No tanto si pensamos que el  autor representó al animal corriendo.  Ahí cobra sentido la imagen.  Es el primer indicio de la representación de las imágenes en movimiento.  Las «motion pictures» como les encanta decir a los yankis, en realidad las patentaron los artistas de milenios atrás dentro de una cueva, en lo que hoy es territorio de España.

Miles de años después la humanidad se maravilló con la invención del cinematógrafo de los Hermanos Lumiere.  Pero en esa cueva prehistórica sus habitantes soñaban con el éxito de la cacería del día después.  Y por la noche, en el cobijo del fuego, auguraban una buena caza en los dibujos que hacían en los techos.  Una manada de bisontes corriendo, un grupo de ciervos, o el jabalí de ocho patas.  Veloces, intrépidos.  Escapando de ellos.  Los artistas cazadores.

El arte pictórico con el abstraccionismo, cubismo, surrealismos y todos los «ismos» posteriores quedaron en la nada desde que en 1868 un asturiano descubrió por accidente la entrada a la cueva.  Allí entre otros dibujos se encontraba «el jabalí arácnido».   De ocho patas.  Corriendo.  Veloz.  Escapando para no ser cazado.  Picasso, Dalí, fueron aventajados miles de años atrás por los artistas cavernícolas.

Usando sus dedos  y herramientas rústicas,  a modo de pincel, o soplando los pigmentos, como un antecedente al aerógrafo, se las ingeniaron para hacer sus obras.

«Rupestre» viene de latín «rupestris», roca.  En ellas, en los techos de las cuevas dejaron su legado.  Milenios después, Miguel Ángel haría algo similar con la Capilla Sixtina.  Niépce con la fotografía desde una ventana.  Los hermanos Lumiere con el cine.  Picasso,  Dalí y muchos otros en la pintura. 

Los cavernícolas eran tan buenos artistas que entendieron lo que tardaron miles de años luego en entender muchos otros.  En el cobijo de la noche.  Dentro de la caverna.  Con el fuego encendido.  Soñando con la cacería del día después.  No sabemos sus nombres.  Ni sus edades.  Sólo quedaron el registro de sus obras.  Eternas.  Magníficas. Veloces.