Por Jorge Landaburu
En el principio, pese a los publicitados estudios bíblicos de Milei, no fue el Verbo sino la Cifra de una devaluación brutal y la puesta en marcha de un ajuste implacable. Así el minucioso lector de la Torá, favoreciendo desde el arranque de su gestión a quienes venían en alza y reduciendo con deliberada crueldad los ingresos de las mayorías nacionales –como quedó claro con la inmediata caída del consumo–, pretendió ser el principio de algo. Y creyó que estaba en condiciones de trazar un antes y un largo y luminoso después para una sociedad que ya debió asimilar repeticiones en serie desde Krieger Vasena y Martínez de Hoz hasta Cavallo, entre otros, aplicando medidas “originales” que alucinó derivadas de su morboso caudal teórico, a su vez tributario de un puñado de economistas animadores de la Escuela Austríaca.
Transcurridos veinte meses desde la asunción, cuando brindó su mensaje inaugural ante la Asamblea Legislativa pero fuera del recinto, en el exterior del Congreso, de espaldas a “la casta política” y realizando un primer simulacro de rebeldía (estilo Macri/recargado, que en algunas ocasiones hasta pareció no acordarse de cómo se hace la señal de la Cruz), lo cierto es que Milei todavía carece de algo novedoso para mostrar, algo que exceda la aplicación de un ajuste ortodoxo hasta la parodia.
Y algunos de los frutos están a la vista: tomando como punto de partida la crisis de diciembre de 2001, ni siquiera durante la malaria que desencadenó el macrismo hubo algo peor en materia de ingresos y consumo, como lo prueban el cierre de pymes (víctimas de la recesión, la competencia desleal por la importación a mansalva, el alza de los costos y la carga impositiva) y la creciente pérdida de empleos, que alcanza una media de once trabajadores por cada pyme que baja la persiana, a los cuales hay que agregar los despedidos masivamente de la Administración Pública Nacional merced al empeño de Sturzenegger.
Es una instancia desbordante de penurias para las clases más bajas y las franjas vulnerables de la comunidad, que se da en el marco de negociaciones paritarias demoradas sine die por falta de homologación, y un persistente aumento de los servicios y de los alquileres. Esto sumado a todo lo anterior, entonces, no podría menos que arrojar una fuerte reducción del consumo, como se ve en la caída de las ventas en los comercios minoristas, o en el hecho de que incluso varias grandes empresas del sector de consumo masivo estén al borde del colapso.
Sin embargo hace unos días, y a raíz de que los técnicos del FMI revisaron y aprobaron las cuentas argentinas –quedando pendiente que el Directorio dé luz verde a una remesa de 2.000 millones de dólares–, el ministro Luis Toto Caputo intentó mostrarse ya no como el mejor economista de todos los tiempos y del mundo, sino de la galaxia. Ante periodistas militantes de la friendly press, de aquellos que abundan y no parecen destinados a pasar por el cedazo del odio suficiente ni a ser blanco verbal de una sensibilidad de colon irritable, aseguró el Toto que las reservas se resisten a crecer porque Argentina no tiene acceso al mercado como para refinanciar el capital, motivo por el cual desde que Milei lo nombró ministro no le quedó otra que ver cómo las reservas se iban en pagos de deuda.
Pero lo cierto es que luego del primer mega acuerdo con el FMI durante la gestión de Macri, y ahora durante la de Milei, el Toto fue bendecido con un nuevo acuerdo, menor pero tan impagable como aquél (aunque también impagable a causa de aquél), y para colmo solventado con cuentagotas. El procedimiento obliga a cruzar los dedos para que los técnicos del FMI aprueben la revisión periódica de lo comprometido para proseguir con el nuevo convenio, y el Directorio disponga de los sucesivos desembolsos, aunque la meta de acumular reservas se haga más cuesta arriba cada vez. Pero el Toto insiste: según sus palabras, y como si él nada tuviera que ver con los niveles de endeudamiento que lo antecedieron, el actual “es un excelente acuerdo para el país”, y será una gran ayuda para que la Argentina recupere el acceso a los mercados y pueda refinanciar la deuda.
El dictamen positivo de los revisores del FMI, que prologaría la aprobación del Directorio de un nuevo desembolso, fue una señal de apoyo a la gestión de Caputo en momentos en que debía enfrentar cierta inquietud cambiaria. La relativa inestabilidad venía agudizándose, sin embargo, porque también había trascendido un informe del J.P. Morgan titulado “Argentina: tomando un respiro (Argentina: Taking a breather)”, que planteaba la conveniencia de desarmar temporariamente al carry trade, dada la triple concurrencia de una menor liquidación del agro, la fuerte salida de divisas por turismo y la creciente incertidumbre electoral.
El hecho habilitó un espacio crítico donde se oyeron las voces de varios polemistas otrora compañeros de ruta de los libertarios locales y de economistas ortodoxos, quienes plantearon –tardíamente, como es natural– que el país padece un simple y conocido plan de inflación reprimida. También destacaron que hacen al plan las altísimas tasas de interés artificial (que paga el gobierno) para que la ciudadanía crea en la continuidad de la estabilidad cambiaria basada en endeudamiento público, tanto en pesos como en dólares, aunque a costa de que la Argentina se vuelva un país carísimo, recesivo y donde se funde todo el mundo. Y algunos economistas, los más osados, ahora caen en la cuenta de que el Toto gobierna para la city, de que subsidia al sector financiero y no trabaja para el interés general.
Pero pese a todo lo anterior persistía la imagen del Toto como encarnación de un argentinismo a su medida, la imagen de un piola que hablaba del atraso cambiario sonriendo y sacudiendo un poco los hombros: “El dólar flota, por lo tanto a cualquiera que le parezca que está barato… Agarrá unos pesos y comprá; no te la pierdas, campeón.” Y mientras las palabras de Caputo eran recibidas por quienes ya buscaban en los bolsillos algunos pesos que los condujeran al campeonato, desde Colombia llegaban noticias de que un aguafiestas, el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, había asegurado en un reportaje público que la expectativa de Milei y su ministro Caputo de bajar el riesgo país para volver a tomar deuda en los mercados internacionales a tasas próximas al 9%, significa seguir eligiendo el sendero de la imposibilidad de pagar la deuda acumulada, hasta caer en una nueva crisis.
ElNobel de Economía, hombre afable si los hay, teniendo en cuenta incluso el segundo gran acuerdo con el FMI aconsejó no considerar un logro que haya bajado la inflación. Y dijo: “La inflación se ha reducido porque han sido capaces de usar estos veinte mil millones para mantener la tasa de cambio estable, sin que ésta nuevamente se caiga, y ha jugado un gran rol para sostener la inflación. Pero el país no es viable ahora con más de 56 mil millones de dólares en deuda. No podrán pagar esto.” No es viable, ciertamente, pero la cuestión para el gobierno libertario pasa por cómo llegar hasta las elecciones de medio término, y luego ver el procedimiento para llegar decorosamente hasta las presidenciales del 2027. También la estabilidad provisoria y a cualquier costo le sirve, al menos de cara a la interna, para capitalizar un mayor caudal de autoridad política, y para que pueda Milei después de hablar en la Rural (y anunciar la reducción de las retenciones para el agro), decir que su hermana Karina, la secretaria General de la Presidencia, El Jefe, la presidenta de La Libertad Avanza a nivel nacional, por el cierre de listas que logró en la Provincia de Buenos Aires demostró ser un fenómeno. Y con la riqueza verbal que tiene a los argentinos acostumbrados, elaboró rápidamente una metáfora primaria: “Como le dicen la pastelera, la pastelera les llenó de crema…” –y la dejó inconclusa, flotando, para destacar seguidamente que El Jefe había conformado una fuerza política ganadora para las presidenciales de 2023, y que ya tenían a LLA en todas las Provincias.
No fue sencillo cerrar la lista libertaria en la Provincia de Buenos Aires, donde una especie de novedosa casta política se mostró uñas y dientes para ocupar los casilleros, y no faltaron enojos irreparables como los de gran parte de los miembros de Las Fuerzas del Cielo, que fueron olímpicamente ninguneados. Pero así como no habría mayores diferencias entre las matufias con la cripto $LIBRA, donde “todos los que entraron allí –dijo Milei en su momento– sabían muy bien a lo que estaban entrando”, de igual manera que “si vos vas al casino y perdés plata, digamos, cuál es el reclamo si vos sabías que tenía esas características”, ahora los abnegados soldados de la Batalla Cultural saben que quienes se meten en la política y critican las listas, en última instancia bendecidas por El Jefe, en verdad están desobedeciendo al Presidente. O sea, gracias a esta amarga experiencia han quedado a tiro de piedra de acariciar con los dedos del espíritu una verdad que puede resultar muy útil para su futuro político: los autoritarios son así, de la misma manera, para propios y ajenos.
Y finalmente, como corolario de lo dicho, corresponde agregar que todo transcurre (el debate político, las declaraciones, las noticias referidas a la represión salvaje de la protesta, etcétera) sin alusiones programáticas para salir de la crisis. De ahí la importancia del juicio de Stiglitz, porque además propuso algo que el Movimiento Nacional debería incorporar a su agenda: hay que construir un Estado en condiciones de tomar acción sobre el poder financiero, con mecanismos de control sobre el mismo, y que no se limite a obedecer las decisiones impuestas por los organismos multilaterales. Dijo que en Argentina los más ricos sacaron el dinero y nunca se comprobó qué hicieron porque la desigualdad y la falta de control son parte del problema. Pero sin resolver esa primera contradicción con el sector financiero no habrá forma de superar la crisis perenne ni de comenzar la larga marcha hacia lo que Stiglitz denomina Capitalismo Progresista, un modelo donde las finanzas no estén al servicio de sí mismas, sino de la producción.
Fuente yahoraque.com
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