¿Cómo se construyó la identidad del kirchnerismo? ¿Qué efecto tuvo haber entronizado a Macri como el factor opuesto en la polarización? ¿Cuál es la incidencia de la estigmatización de CFK? ¿Qué papel jugaron en las últimas décadas las políticas públicas, tanto las exitosas como las insuficientes, de los gobiernos kirchneristas? ¿De qué modo Milei aprovechó el escenario de polarización permanente? A continuación, Prieto aporta una lectura profunda de la historia y del presente que no suele estar a mano en el debate político.
Intentar ahondar sobre el enfoque que analiza la dinámica de la política en su relación con las condiciones que imponen la polarización, como efecto del antagonismo que lleva a sintetizar el conflicto político entre dos polos principales que invaden la escena y reducen el espacio para que se proyecten otras alternativas, es un camino que ofrece un amplio recorrido para reconstruir las lógicas que han gobernado -y aún gobiernan– el curso de los acontecimientos.
La “grieta” (o “las grietas”) se presentan, en primer término, como la expresión de una creciente fragmentación de la sociedad, motorizada por la acentuación de las desigualdades que nacen del propio deterioro de la base material de la nación. Al mismo tiempo que se acentuaron las condiciones que condujeron a millones de argentinos a la pobreza y la exclusión, infringiendo a la vez un fuerte golpe a las clases medias, también sometidas al empobrecimiento, otros sectores minoritarios de la población se vieron beneficiados por una inusual concentración de la riqueza.
Esa realidad impone distancias abismales en las formas y los modos en que los argentinos se ven forzados a enfrentar su vida cotidiana, representando a la vez una poderosa fuerza disolvente de los lazos sociales. Una fuerza que, por esa misma razón, actúa como un factor que obstaculiza la unidad nacional, en tanto las clases, sectores y grupos sociales que deberían confluir en esa síntesis unificadora, a pesar del hecho que mayoritariamente su futuro depende de encontrar un camino común, paradójicamente se encuentran cada vez más distantes entre sí.
A nadie se le escapa que esa fragmentación real convive con la exacerbación de conflictos que tienen como base causas de distinto orden y naturaleza: valores e ideologías disímiles, miradas distintas asociadas a los cambios generacionales, intereses y preocupaciones marcadamente contrapuestos, por mencionar solo algunos de los factores que conforme a las circunstancias contribuyen a ahondar las divisiones, incluso los enfrentamientos.
La paradoja de la polarización
Ahora bien, en el terreno político, en buena medida gracias al poder de la fuerza masificadora basada en las nuevas tecnologías y no tanto en la capacidad de actuación de los partidos, se da una paradoja: las crecientes divisiones de la sociedad, cada vez más profundas, que proyectan la imagen de un país roto y fracturado, encuentran mediante la polarización el camino para alcanzar su unificación parcial, aunque se trate en cada uno de los polos que antagonizan de una unidad efímera que llega a su máxima expresión en el “momento” electoral.
La paradoja de la polarización consiste en que la exacerbación extrema de la división que cumple la función de la contradicción principal es lo que permite, en cada polo de la disputa, lograr la unificación de aquello que se encuentra fragmentado y disperso. La polarización, en los hechos, se presenta, así, como el camino que conduce a subsumir los innumerables conflictos y unificar a las fuerzas en disputa en polos antagónicos. Esta lógica ha gobernado la política argentina durante décadas.
A su vez, tal como puede observarse en la dinámica de los últimos años, la forma en que se construye la polarización se estructura, principalmente, en función de la reacción provocada por el rechazo que suscita el polo opuesto con el que se antagoniza.
Los cambios en la polarización
Un repaso sobre los cambios en los términos de la polarización -desde la elección presidencial de 2007, que llevó a Cristina Kirchner a la primera Presidencia, hasta el triunfo de Javier Milei en 2023- es un ejercicio que no solo permite ahondar en la comprensión de por qué las cosas sucedieran de la manera en que ocurrieron, sino también para intentar reconocer las tendencias que podrían estar modelando el futuro.
Analizado el ciclo en toda su extensión, entre los extremos, a lo largo de 16 años, pasamos de una polarización que tuvo al espacio conformado por el peronismo y sus fuerzas aliadas como el polo dominante de la disputa, a una polarización que, a partir de hace años, invirtió los términos de la ecuación, imponiendo una relación de fuerzas desfavorable tanto para el peronismo como para sus fuerzas aliadas.
En el proceso de las transformaciones sufridas por la polarización, que implicó un cambio de lugar de los polos antagónicos –el fuerte se transformó en el débil y el débil adquirió la fortaleza de la que inicialmente carecía– el papel de CFK fue, a todas luces, excluyente. Incluso en aquellos momentos en que decidió cumplir un rol “pasivo”, aunque siempre dominando las decisiones tácticas y estratégicas del peronismo, imponiendo su estilo de conducción y gravitando a la vez en forma decisiva sobre sus aliados.
Los polos antagónicos de la polarización funcionan, como en toda relación de opuestos, en una unidad indisoluble. Uno no existe ni cobra fuerza sin el otro. La afirmación de uno de los polos engendra, por reacción, el fortalecimiento del “otro”, que cumple la función de antagonista. Sin embargo, esa dialéctica no funciona en el vacío, sino que se desarrolla en conexión con el proceso económico y social real, que de manera “silenciosa”, muchas veces en forma imperceptible, altera las bases que le otorgan sustento a las fuerzas que antagonizan, incluso provocando un cambio sustancial en los términos en que cada una de esas fuerzas se benefician o perjudican de la polarización.
Mientras las condiciones que le otorgan fundamento al “polo fuerte” de la polarización se mantienen estables, la exacerbación del antagonismo beneficia su posición dominante. Y el polo opuesto que funciona como contradictor -léase por ejemplo el Macri durante la primera etapa del kirchnerismo– desempeña un papel funcional al polo dominante. Establecidas las condiciones estructurales de la polarización, el polo funcional por sí mismo, en tanto no se renueva y se libera de la estigmatización que lo limita, carece de la capacidad para revertir esa relación de fuerza que le es adversa.
La modificación de las relaciones de fuerza, en el caso del “polo funcional”, sólo podría lograrse a través de un cambio sustancial en su propia conformación, renovando figuras, propuestas y programas. O bien, en el caso del “polo dominante”, por la pérdida de su propia base de sustentación, al alterarse, por efecto de las contradicciones internas que no se logran superar, las condiciones políticas que conforman el basamento de su poder.
La elección de Macri como opositor
Hubo una etapa en la que el kirchnerismo, ya instalado en el poder y habiéndose transformado en el espacio político capaz de aglutinar a las mayorías, reuniendo el apoyo de una amplia base social y política heterogénea, contribuyó decididamente a construir su propia oposición.
En aquel entonces, incluso durante la presidencia de Néstor Kirchner, la principal figura elegida para personificar el “ideal” del opositor fue Macri, quien luego de su gestión en Boca Juniors terminó instalado en 2007 como Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Fue la etapa previa de la conversión, por obra de Jaime Durán Barba, de “Macri” en “Mauricio”.
Tal vez siguiendo los consejos de Ernesto Laclau, la identidad kirchnerista se conformó proyectando sobre la figura del contradictor el conjunto de atribuciones negativas que, por oposición, sirvieron para caracterizar los rasgos singulares del movimiento, liderado primero por Néstor Kirchner y más tarde por CFK, como la nueva expresión del peronismo de la época.
Sin otra pretensión que la de aportar algunos elementos para el debate, los pilares de la identidad kirchnerista, en ese contexto, se basaron:
- En la reafirmación del papel activo del Estado, en contraposición al ideario desregulador y privatizador del menemismo.
- En la recuperación de una economía basada en la producción y el trabajo en oposición al modelo que puso el eje en la valorización financiera y el endeudamiento. Y que condujo al colapso del 2001.
- En la tensión con el FMI y los fondos buitres, tenedores de bonos de la deuda y los organismos que habían convalidado el proceso de endeudamiento externo.
- En el ejercicio de una alianza explícita con los líderes que en la región representaban a los movimientos populares, tensionando con las líneas rígidas de la política exterior de Estados Unidos.
- En la receptividad hacia los reclamos planteados por las organizaciones sociales, producto de la crisis heredada, y en abierta contraposición a las posiciones que se manifestaban insensibles ante las demandas y protestas o promovían abiertamente la represión del conflicto social.
- En la asunción como propias de las banderas de los organismos de derechos humanos y en la reactivación de los juicios a militares que habían cometido delitos de lesa humanidad, en contraposición de quienes se negaban a profundizar esos juzgamientos y otorgarle valor, e incluso legitimidad, a la lucha por los derechos humanos.
- En la inclusión de las banderas de reivindicación de los derechos de las minorías, entre las que la sanción de la ley del matrimonio igualitario fue, tal vez, el ejemplo más emblemático.
Así es como se engendró la polarización kirchnerismo-macrismo, en una relación que, preponderantemente, era funcional al entonces oficialismo nacional y sus aliados. Macri, en calidad de opositor, simbolizaba, en ese entonces, la expresión de una derecha rancia, asociada a lo peor del pasado, incluyendo el reciente pasado menemista, teñido, además, de corrupción. Esa condición le impedía expandir sus influencias más allá de los límites propios del rígido encuadramiento ideológico que representaba, y por lo tanto, le imposibilitaba construir una base política y electoral capaz de formar una mayoría. Dicho en otros términos: cumplía la función del contradictor ideal.
La identidad kirchnerista, teniendo como trasfondo la crisis del 2001, se conformó a través de un proceso de diferenciación, mediante un movimiento que implicó, simultáneamente, afirmar por la positiva determinados valores y decisiones políticas, y al mismo tiempo confrontar, por la negativa, con aquellos que representaban los valores opuestos (o disvalores). Fue, en el contexto en que se conformó como la expresión de un cambio en contraposición al retorno a las políticas que habían llevado al país al colapso del 2001.
Al representar el macrismo una oposición portadora de ese signo ideológico, asociado al fracaso menemista (todavía en ese entonces muy presente en la memoria colectiva), ayudaba en lo político, por efecto reflejo, a mantener aglutinadas a las fuerzas articuladas por el kirchnerismo. Estaban bajo el paraguas de una identidad que, estrictamente, trascendía los límites del propio peronismo, y que incluía, en sus posiciones ideológicas, el sello y las banderas del progresismo de izquierda.
Mientras el ciclo kirchnerista mantuvo su recorrido ascendente, basado en la recuperación de la producción, el empleo, las mejoras salariales y la instauración de nuevos derechos, conformando una amalgama de fuerzas heterogéneas que le otorgaba no solo una sólida base de sustentación sino una energía social y política por momentos arrolladora, la polarización con Macri mantenía viva la fuerza de un antagonismo que, funcionalmente, actuaba como soporte esencial de la hegemonía relativa ejercida desde la identidad dura del kirchnerismo, núcleo dominante del amplio espacio que articulaba.
¿Cuándo comenzó a gestarse el cambio de los términos de la polarización que terminó de abrir el camino para que Mauricio Macri se transformara en presidente? Un repaso de los hechos parecería mostrar con claridad que la alteración en los términos de la polarización se inició con la pérdida progresiva del carácter amplio y movimientista que caracterizó la fase ascendente del kirchnerismo, es decir, con la incapacidad de sostener los lazos que articulaban la heterogeneidad de fuerzas y actores sociales y políticos que había logrado aglutinar, y que le otorgaban una base de sustentación política mayoritaria.
No parecería cumplir un rol secundario el hecho de que la dinámica política regresiva que afectó al kirchnerismo (que lo llevó a pasar de constituir la fuerza aglutinadora de una mayoría nacional a ser una expresión que fue reduciéndose a los límites propios de su sector político) coincidiera con la pérdida de dinamismo de la economía y los límites de un modelo de desarrollo que, en lo esencial, no había transformado la estructura productiva que nos condena a la condición de país periférico y dependiente de las economías desarrolladas.
Esas restricciones estructurales se tradujeron, naturalmente, en la generación de tensiones entre las propias fuerzas y sectores que conformaban el entonces oficialismo, poniendo a prueba la capacidad política del vértice del poder de mantener la unidad en un contexto diferente al que acompañó el acelerado proceso de recuperación y crecimiento a partir de 2003. Pero allí donde se necesitaba flexibilidad y amplitud, prevalecieron la rigidez y la cerrazón, cuando no el sectarismo.
Las campañas de estigmatización
A las crecientes debilidades derivadas por las restricciones de la economía y del afloramiento de tensiones hacia el interior del propio espacio articulado por el kirchnerismo, se sumaron las campañas sistemáticas de estigmatización del peronismo, del propio kirchnerismo y, especialmente, de la entonces presidenta Cristina Kirchner, que cobraron fuerza a partir del enfrentamiento con el Grupo Clarín y el estallido del conflicto con el campo en 2008.
Desde aquellos episodios, ya con CFK al frente del gobierno nacional, la entonces presidenta fue sometida a una campaña de destrucción de su imagen pública que, objetivamente, tiene escasos antecedentes históricos. Las consecuencias de esas campañas no pueden subestimarse: por su permanencia, su sistematicidad, y por el tipo de respuestas confrontativas con las que se intentó neutralizarlas que provocaron, sin embargo, el efecto involuntario de hacerlas aún más eficaces. Y no solo eso: aprovechándose de una serie de hechos de corrupción, probados y presuntos, las campañas a su vez se enfocaron en demonizar la política y el Estado, con el propósito evidente de exacerbar el malestar de la población generado por las crisis recurrentes, y por esa vía, romper el vínculo de representación política de la sociedad que tiene su expresión institucional en las instituciones del estado.
Existe sobrada evidencia empírica para concluir que esas campañas de negativización contribuyeron a lo largo de los años, en forma decisiva, a lograr implantar en amplios sectores de la población el grado de estigmatización que hoy deben sobrellevar el peronismo, el kirchnerismo y especialmente Cristina Kirchner, quien desde hace ya muchos años representa un límite objetivo para que, en torno a su figura en calidad de protagonista principal, pueda reconstruirse la formación de una mayoría nacional, con su consecuente expresión electoral.
Mientras se invertía el signo del ciclo kirchnerista – pérdida de dinamismo de la economía, erosión de los lazos políticos entre los sectores que conformaban su base de sustentación – al mismo tiempo que las campañas de estigmatización abonaban el terreno, Macri iniciaba ese movimiento hacia su transformación en “Mauricio”. De simbolizar en lo ideológico y social a una derecha trasnochada, fue dibujando la imagen de un movimiento “amplio”, “plural” y “democrático”, incluso con tintes teñidos de progresismo.
La inversión del polo dominante y del polo débil de la polarización estaba en marcha. Transcurridos los años y llegado el 2015, ya con este proceso en su fase madura, la elección de Daniel Scioli como candidato a presidente reveló la imposibilidad del kirchnerismo de poder enfrentar la elección, con chances de triunfar, con un candidato que representara de forma clara y definida su propia identidad política. El cambio estructural de los términos de la polarización ya estaba consumado.
El movimiento expansivo que llevó a Macri a la presidencia en 2015 puede analizarse a la luz de esa lógica. En el fondo, no fue Macri el artífice de la derrota del peronismo (aunque en los hechos se presente así), sino más bien que fue la desarticulación de las fuerzas que, tanto en el plano económico como político, conformaban la base de sustentación del kirchnerismo, lo que engendró la posibilidad del triunfo de Macri. Dicho de otro modo: en el terreno estrictamente político la fortaleza del macrismo, como luego sucedió con el propio Milei, nació de la propia debilidad del peronismo y sus aliados.
Las condiciones que impone la estigmatización de Cristina Kirchner, que sirven de base para la formación de una polarización adversa al movimiento nacional, llevan más de una década. Independientemente de las causas que la provocaron, la ex presidenta carga con una imagen negativa que oscila entre el 60 y el 65 por ciento. Técnicamente, quienes investigan los fenómenos de la estigmatización basándose en estudios empíricos concluyen que la prolongación en el tiempo por más de 5 años de una percepción negativa severa, como sucede en este caso, se torna prácticamente irreversible. Esto con independencia de la injusticia que signifique, desde el punto de vista de los hechos y de quienes están convencidos de la falsedad de las acusaciones que sirvieron para negativizar su persona.
Macri fracasó en su intento político de liderar la continuidad del bloque que sirvió para imponer las políticas neoliberales aprovechando las condiciones de una polarización que le era adversa al movimiento nacional. Pero hay que señalar que el rechazo generado sobre la figura de Macri, producto del efecto de sus políticas -y que le impidió lograr su reelección- no alteró el trasfondo de la polarización que imponía una relación de fuerzas negativas hacia el kirchnerismo y, en particular, hacia CFK.
Por esa razón, al igual que en su momento fue Scioli, Alberto Fernández ocupó el lugar que no podía protagonizar la propia Cristina Kirchner sin arriesgarse a sufrir una previsible derrota. Desde ese punto de vista, el acierto táctico fue evidente, aunque por el carácter fallido de un gobierno que carecía del programa y la capacidad de liderazgo para encauzar la recuperación del país y revertir el deterioro social producto de las políticas de Macri, terminó agravando la derrota estratégica que pesa sobre el movimiento nacional.
Hoy Milei, a pesar de enfrentar la acumulación de un inocultable desgaste que tuvo como punto de inflexión el escándalo de la cripto-estafa, cabalga sobre la misma polarización que le permitió trazar la división de aguas a su favor. Su receta es conocida: reinstalar en amplios sectores de la sociedad el “peligro” que representa la vuelta del peronismo/kirchnerismo (ahora, además, “acompañados” por supuestos barrabravas), eligiendo como blanco predilecto a CFK. Se trata, desde la perspectiva libertaria, de reavivar todo aquello que contribuya a disparar los resortes del odio y el rechazo, porque ante la evidente debilidad del gobierno es la única fórmula para intentar frenar su propio deterioro político e intentar evitar una derrota en el terreno electoral.
¿En qué medida tendrá éxito? Los hechos lo dirán. Considerando lo sucedido durante los últimos años, sería tal vez un grave error subestimar la eficacia de una estrategia que ya demostró ser efectiva para estructurar una polarización adversa al campo nacional, en tanto la relación de la sociedad con la dirigencia política sigue gravemente dañada.
Fuente yahoraque.com
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