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Beberaje de novela

Por Alberto Tasso 
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Cuando cumplí 77 lo celebré pasando unos días en la playa de Mar de Ajenjo. Luego retorné a la casa que me aloja, con la decisión de buscar nuevos elementos para escribir una novela, propósito surgido durante el mes de termidor, que te calienta la cabeza.

Aunque por mi edad era tempranillo, ya me sentía un old smuggler del periodismo, y conocía tanto la miel del aplauso como la hiel de la crítica. Mediante mi página Copa y Pincel, publicada en el Nuevo Vinario de Santrago del Hastío, creo que había llegado al paladar de unos pocos lectores. Ofrecía sueltos semanales que se leían en un par de tragos. Nunca pasé del 28° de graduación exigido por las reglas del oficio, sabiendo que ponía más de humor que de corrosivo acíbar; a esa tinta, como a la del veneno, la reservaba para mi diario personal.

Pero esa etapa había terminado. Me sentía encerrado en mi estilo y en la prensa como Houdini lo estuvo en un tonel de cerveza. Decidí entonces tomarme otros días de vacaciones para pensar en mi futuro. ¿Pero adónde iría? Luego de examinar una noche el Atlante D’Agostini logré hacer una lista de los lugares que me interesaban.

Descarté Cognac, Champagne, Oporto y Jerez de la Frontera solo por la distancia, ya que todos despertaban gratas memorias en mi paladar. Me interesó la región de los Chibchas. Pero también quedaba lejos. Elegí entonces Cafayate, donde pasé unos pocos días, corriendo el riesling de perderme entre sus torrontés. 

¡Oh, la viña del Señor! Cuánto había escrito sobre ella. Y cuanto me faltaba investigar, de modo que comencé por la biblioteca. En el estante de religiones y creencias, el Nuevo Testamento me recordó las bodas de Canaán, cuando Jesús convirtió el agua en vino, uno de sus más célebres milagros que sigue mereciendo admiración en estos tiempos de escasez.

No menos rica fue la exploración del estante de poesía. Encontré allí el poema “El temulento” de Joaquín Castellanos y los “Sonetos al nacimiento del vino” de Juan Carlos Dávalos. También “Temor del sábado” de su hijo Jaime, del que me acordaba algunos versos:

El patrón tiene miedo que se machen con vino los mineros.

Él sabe que les entra como un viento, como un chorro de gritos en el cuerpo.

Que volverá morado entre bagualas, su voz golpeando dura como un puño

en el tambor del pecho…

Lo anoté con especial interés ya que registraba la asociación entre la bebida, la rebeldía y la explotación, que no son novedad en estas tierras. En efecto, la primera estimula la segunda cuando no hay palabra, gremio ni partido al que recurrir. Ambas denuncian la tercera, ampliamente estudiada por historiadores y sociólogos que hablaban desde su estante. Pero el de poesía tenía otras joyas para ofrecerme: allí estaban “Whiskey and soda” de César Fernández Moreno y la “Oda al vino” de Pablo Neruda.

No podía olvidarme de la tierra que me sostiene. El padrón de Vecinos, residentes y moradores de Santiago del Estero en 1609, recuperado gracias a Gastón Doucet, me informó cuántos miles de cepas de vid cultivaban los vecinos en las chácaras cercanas a la ciudad, donde trabajaban familias del lugar –de reducciones o encomiendas- y esclavos africanos. De paso, no olvidemos que allí nació la chacarera.

Esos años también se sembraba cebada, con la que se elaboraba alcazar, bebida hoy desconocida cuyo nombre, de indudable origen árabe, nos sugiere que estaba destinada al consumo de los nobles en el palacio. La suponemos un antecedente del whisky, que proviene del mismo cereal.

Desde muchos siglos antes nuestros pueblos habían desarrollado la producción de aloja, a partir de la vaina de algarrobo (tako) molida en mortero y macerada en agua, que se mantuvo hasta fecha reciente, como nos confirma el cancionero: “Añapita para aloja, que alegre ayudaba a pisar…”

Aunque no había terminado mi búsqueda, me sentí en condiciones de comenzar a escribir mi novela, que presentaría al concurso nacional organizado por la empresa que elaboraba un aperitivo de uso extendido. Como mi destino era también oscuro pensé que era la convocatoria adecuada, y si mi obra fuera bien juzgada hasta podía recibir un tercer premium.

Me puse a escribir de inmediato, con el propósito de ir hasta el fondo del asunto, hasta lograr que fuese blanco.