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China anuncia el inicio de un Medio Oriente multipolar

David Ignatius* – The Washington Post
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Henry Kissinger debe sentir una sensación de deja vu al ver cómo China negocia un acercamiento entre Arabia Saudí e Irán. La diplomacia triangular es muy similar a la propia apertura a China del ex Secretario de Estado en 1971.

«Lo veo como un cambio sustancial en la situación estratégica del Medio Oriente», me dijo Kissinger durante una entrevista la semana pasada. «Los saudíes equilibran ahora su seguridad enfrentando a Estados Unidos con China». De forma similar, señala Kissinger, él y el Presidente Richard M. Nixon fueron capaces de compensar las tensiones entre Pekín y Moscú en su histórico compromiso con China.

La disminución de las tensiones en el Golfo Pérsico es buena para todos, a corto plazo. Y si el presidente chino Xi Jinping quiere asumir el papel de contener a Irán y tranquilizar a Arabia Saudí, le deseamos suerte. Estados Unidos lleva desde 1979 intentando torcer el arco de la revolución iraní hacia la estabilidad.

Pero a largo plazo, la aparición de Pekín como pacificador «cambia los términos de referencia de la diplomacia internacional», afirma Kissinger. Estados Unidos ya no es la potencia indispensable en la región, el único país lo suficientemente fuerte o flexible como para negociar acuerdos de paz. China ha reclamado una parte de ese poder de convocatoria.

«En los últimos años, China ha declarado que necesita participar en la creación del orden mundial», explica Kissinger. «Ahora ha dado un paso significativo en esa dirección».

El creciente papel de China también complica las decisiones de Israel. Los dirigentes israelíes han considerado un ataque militar preventivo contra Irán como último recurso, a medida que Teherán se acerca cada vez más a convertirse en un Estado poseedor de armas nucleares. Pero como señala Kissinger, «la presión sobre Irán tendrá que tener en cuenta ahora los intereses chinos».

Los chinos han sido oportunistas. Han sacado provecho de los diligentes (y en su mayoría ingratos) esfuerzos de Estados Unidos por reforzar a Arabia Saudí y resistir a los combatientes sustitutos iraníes en Yemen, Irak y Siria. Estados Unidos construyó el camino hacia el acercamiento, por así decirlo, pero los chinos cortaron la cinta.

Las conversaciones secretas entre Arabia Saudí e Irán comenzaron hace dos años en Bagdad bajo el patrocinio del entonces primer ministro Mustafa al-Kadhimi, socio de Estados Unidos. Algunas sesiones se celebraron en Omán, un aliado aún más cercano de Estados Unidos. En seis sesiones de negociación, los representantes iraníes y saudíes acordaron una hoja de ruta para reanudar las relaciones diplomáticas, que Arabia Saudí suspendió en 2016 en protesta por el apoyo encubierto de Irán a los rebeldes houthis en Yemen. Antes de llegar a un acuerdo definitivo para reabrir embajadas, los saudíes exigieron que Irán reconociera su apoyo a los houthis y frenara sus ataques.

Washington también ha sentado las bases para una solución a la terrible guerra en Yemen. Tim Lenderking, enviado del Departamento de Estado para Yemen, ayudó a negociar un alto el fuego el pasado mes de abril. Hay vuelos civiles operando ahora desde Sanaa, la capital yemení, y las mercancías fluyen a través de Hodeidah, el principal puerto del país. Los saudíes depositaron recientemente 1.000 millones de dólares en el banco central yemení para estabilizar el país.

Entra en escena China, para cosechar la buena voluntad. Cuando Xi visitó Arabia Saudí en diciembre, prometió que utilizaría la influencia de Pekín con Irán para cerrar el acuerdo. Cuando las tres partes se reunieron en Pekín este mes, Ali Shamkhani, asesor de seguridad nacional de Irán, admitió que apoyaba a los houthis y aceptó dejar de enviarles armas, según una fuente bien informada. Irán también prometió que no atacaría al reino, ni directamente ni a través de grupos interpuestos.

Dentro de dos meses, suponiendo que los iraníes contengan a los houthis, ambos países reabrirán sus embajadas en Riad y Teherán. Esperemos que para entonces Lenderking también pueda negociar un acuerdo de paz en Yemen.

El elefante en la habitación sigue siendo el programa nuclear iraní. Con el colapso del acuerdo nuclear de 2015, Irán ha intensificado su enriquecimiento de uranio, y los expertos dicen que probablemente podría probar un arma nuclear simple en cuestión de meses si quisiera. Pero aquí, también, Irán parece entender que está cerca del borde del precipicio. Teherán prometió este mes que permitiría al Organismo Internacional de Energía Atómica reanudar la vigilancia intensiva de sus instalaciones nucleares.

El régimen clerical de Irán está en retirada. Su moneda se ha desplomado, sus mujeres jóvenes han desafiado el edicto gubernamental de llevar pañuelo en la cabeza y, según los residentes, la población especula sobre qué tipo de país surgirá tras la desaparición de su anciano líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei.

El Medio Oriente, durante mucho tiempo una zona de confrontación, se está convirtiendo en un juego de equilibrios. Arabia Saudí ha entablado nuevas relaciones amistosas con China e Irán, pero también colabora con Estados Unidos proporcionando 400 millones de dólares a Ucrania; gastando 37.000 millones de dólares en 78 aviones Boeing; y respaldando una nueva tecnología celular 5G y 6G conocida como O-RAN que podría suplantar a la china Huawei.

Los Emiratos Árabes Unidos también cortejan a China, pero también mantienen su relación en materia de defensa con Estados Unidos y resuelven disputas regionales con Qatar, Turquía y Libia. Los EAU han pasado de ser «la pequeña Esparta», como los apodó una vez el ex secretario de Defensa Jim Mattis, a ser «la pequeña Singapur».

La verdad es que un Medio Oriente unipolar, en el que un Estados Unidos dominante era alentado en políticas de confrontación por sus aliados Arabia Saudí e Israel, no era una región muy estable. Un Medio Oriente multipolar, con sus incesantes evasivas y equilibrios, tendrá sus propios peligros. Y como sugiere Kissinger, será un nuevo juego con nuevas reglas.

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 *David Ignatius ​ es un periodista y escritor estadounidense conocido entre el público en su país como columnista en el periódico The Washington Post y como novelista del género de suspense y de espías. Traducción: Marcos Villasmil