Por Rafael Prieto
En su vertiginoso ascenso, Milei fue el canal de expresión del descontento con la política. Personificó la antítesis de todo aquello que, en la mirada de buena parte de la sociedad, merecía ser condenado. Representó el “vehículo” que unificó la extendida protesta social contra la dirigencia bajo el común denominador de la anti-política, a la vez que canalizó el voto antiperonista.
Una corriente que, exacerbada por las campañas que desde los medios y las redes sociales incentivaron el rechazo y el odio contra los políticos -concentrando en CFK y el kirchnerismo toda su artillería – terminó encendiendo la mecha que hizo detonar el ya dañado vínculo que unía a “la sociedad” con la dirigencia. Eso incluyó a una parte del electorado peronista que también envió su mensaje de descontento votando a Milei. La asociación política-corrupción sintetizó en forma simplificada todas las connotaciones negativas proyectadas sobre “la Casta”.
Es bien sabido que el poder es una relación. En lo político-electoral, es la relación social que une a quien transitoriamente ocupa el lugar del “elegido” con la parte de la sociedad que, a través del voto, le “otorgó” esa condición. Sin embargo, quienes excepcionalmente ascienden a las alturas que sólo unos pocos logran alcanzar, muchas veces se comportan y actúan obnubilados por aquello que, siendo solo una apariencia, oculta la verdadera naturaleza del poder que personifican. Así confunden los términos del pacto tácito que hizo que la sociedad “lo pusiera” en ese lugar.
El fetichismo del poder consiste precisamente en que se presenta como si éste emanara del líder, es decir, como si fuera una condición constitutiva de su propia personalidad política con independencia de las condiciones sociales que lo engendraron y lo hicieron posible.
Y, efectivamente, en la apariencia, el poder “delegado” por la sociedad se presenta no como una relación entre la sociedad y el líder sino como un atributo de su propia persona. Un malentendido que, frecuentemente, los círculos más próximos se encargan de alimentar, algunos por obsecuencia y otros por sufrir el efecto del encantamiento que produce la cercanía al poder y la idealización de quién lo encarna.
Una confusión presente, incluso en liderazgos ubicados, desde el punto de vista ideológico, en las antípodas. Cuando el líder o la líder, mirándose en el espejo, queda cautivado con su propia imagen, comienza a perder el contacto con la realidad y, consecuentemente, a tomar decisiones basadas en una apreciación errónea de los hechos.
La relación idílica
El imán de la figura del líder y su efecto de atracción, producto de la fascinación que genera el carácter místico de una relación que, teniendo una base real, sin embargo, se presenta imbuida de un halo de misterio – indescifrable para el sentido común – provoca esa suerte de efecto “mágico” que explica el carácter idílico de la relación que lo une con la “sociedad”, siempre presente, con mayor o menor grado, en la etapa en la que el liderazgo irrumpe y se expresa en su más amplia dimensión.
Milei, en su vertiginoso ascenso, fue tocado por la varita mágica que lo catapultó al estrellato, incluso en el campo internacional. Erróneamente, creyó que su poder nació de las “fuerzas del cielo”, concebidas como la fuente originaria desde la que emana su supuesta excepcionalidad y el lugar que el destino lo llevó a ocupar para cumplir el mandato divino de “salvar la Argentina”. De todas las plagas, comenzando por la plaga del comunismo, siempre al acecho.
Una construcción fantasiosa, por no decir delirante, que se mantuvo en pie mientras el vínculo, la relación, de “la sociedad” con Milei se mantenía en los términos que le permitieron irrumpir con una fuerza inusitada por su condición de símbolo de la anti-política y alcanzar la presidencia. Pero, para su pesar, esa relación cambió y el halo mágico del poder que supo encarnar de golpe se esfumó.
El fin de la hipnosis
Muchos de quienes estaban atrapados por el efecto hipnótico producido por el personaje en cuestión, comenzaron a recuperar la perspectiva, la distancia, y así pudieron ver al Milei real. Y lo que en un contexto servía para provocar atracción, admiración y fanatismo – por ejemplo, cuando el libertario desplegaba sus escenas estrafalarias y propinaba adjetivos groseros o escatológicos para insultar a la Casta – con el cambio de las condiciones se convirtió en motivo de críticas, rechazo y desprecio.
Las causas y el detonante
¿Cuáles fueron las causas que alteraron la relación de Milei con la “sociedad” o, mejor dicho, la relación de la “sociedad” con Milei?
Diversos analistas han señalado con razón que la derrota electoral del 7 de septiembre en la provincia de Buenos Aires respondió a múltiples factores. Con el solo propósito de contribuir al análisis desde ¿Y Ahora Qué?, proponemos algunas reflexiones.
Primero, el desgaste producido por el efecto del plan económico libertario.
Si bien la relación que une la economía con la política está lejos de todo automatismo, lo que sucede en la base material que determina las condiciones reales de vida, sigue actuando como una causa de última instancia.
Distintos economistas describieron cómo la propia política antinflacionaria de corte ortodoxo al mismo tiempo que en el corto plazo permitió reducir la tasa de inflación, reforzando en lo inmediato el apoyo a Milei, actuó (y actúa) como causa del acelerado deterioro de la economía real, con la cadena de efectos conocidos: la pérdida de la capacidad adquisitiva de los salarios y las jubilaciones, la fuerte caída del consumo, la reaparición del drama del desempleo y el cierre de empresas. El ajuste aplicado sobre el Estado, que incluye la parálisis de la obra pública, contribuyó a reforzar el impacto recesivo del plan.
En ese contexto, gradualmente se fue produciendo en amplios sectores de la sociedad, incluida parte de la propia base electoral seducida por los libertarios, un viraje en sus preocupaciones. La preocupación por la inflación fue perdiendo peso y creció el malestar por la imposibilidad de llegar a fin de mes, la incertidumbre sobre la estabilidad laboral y la crisis extendida a múltiples ramas de la actividad productiva y el comercio.
Nuevamente, como sucedió tantas veces en la Argentina, la fórmula del ajuste combinado con el retraso cambiario, la apertura importadora y la toma de nueva deuda, si bien fue efectiva temporariamente para frenar la inflación, lo hizo a costa de deteriorar el trabajo y la producción nacional. En otras palabras, de agravar las causas últimas del deterioro de la economía, hipotecando el futuro.
Las preocupaciones centradas en el deterioro de la economía real y sus efectos sociales fue ocupando el lugar que antes correspondía a la inflación. Para quienes depositaron su confianza en Milei, como contrafigura de los políticos estigmatizados, aceptaron el sacrificio que significaba la malaria en aras de la promesa de un “cambio verdadero”.
Y durante buena parte del gobierno de Milei, apretando los dientes, un sector importante de sus votantes, con tal de no “volver al pasado”, se dispuso a cruzar el desierto, incluso culpando a la Casta por los efectos producidos por el brutal ajuste aplicado por el libertario.
Mientras el antagonismo estructurado en torno a la dicotomía política-antipolítica se presentaba ante los ojos de quienes confiaban en Milei como la contradicción principal, capaz de subsumir los demás conflictos, a pesar de la extrema precariedad, el líder libertario mantenía viva la base social que lo sustentaba.
Pero el tiempo le jugaba en contra, en tanto, se iba acumulando una corriente de creciente malestar social. Solo necesitaba la aparición de un acontecimiento que actuara como detonante para que esa corriente se exteriorizara en forma plena y contundente, como ocurrió el 7 de septiembre. No es que durante la presidencia de Milei no se hayan producido manifestaciones críticas a sus políticas, que sí las hubo. Pero en ningún caso cobraron la dimensión necesaria para poner en crisis el poder político del libertario.
Segundo, en el terreno político e institucional la multiplicación de los frentes de conflicto.
Milei se transformó en víctima de aquello que, en la etapa de su ascenso, lo llevó a ocupar el sillón presidencial. Mientras detentaba la condición de representar en términos excluyentes el papel de antagonista de la Casta, ejerció implacablemente su poder disciplinador sobre propios y ajenos, incluyendo el destrato a quienes, como Villarruel y Macri, lo habían apuntalado en su camino hacia la presidencia.
Los modos y las formas de Milei incluían la humillación reiterada, una fórmula aplicada sobre los gobernadores, el Congreso, sus aliados, el periodismo no obsecuente, los medios de comunicación, los economistas, los industriales, los científicos y todo aquel que osara interponerse en su camino o, aun identificados con la orientación de sus propias políticas, marcara algún matiz, alguna disidencia. También protagonizando expresiones de extrema insensibilidad, incluyendo actos de verdadera crueldad como fue interpretado el veto presidencial a la Ley de Emergencia de Discapacidad. “Soy cruel, kukas inmundos”, en palabras del propio Milei.
Durante buena parte de su mandato, el ejercicio agresivo e inflexible del poder le permitió imponer sus políticas, incluso lograr formar mayorías en el Congreso, como sucedió por ejemplo con la aprobación de la Ley Bases, piedra angular de la política de desmantelamiento del estado, o del decreto que habilitó la firma de un nuevo acuerdo con el FMI.
Pero, al dañar todo el sistema de relaciones políticas e institucionales, lo hizo a costa de alimentar las condiciones de su propio aislamiento. La serie sucesiva de derrotas en el Congreso puso al desnudo la creciente debilidad del Presidente. Un proceso que, además, se entrelazó con el desarrollo de una crisis interna nacida de la fractura del núcleo mismo de su “mesa chica”, motorizando la acelerada descomposición de la propia fuerza libertaria.
Tercero, el desmarque de sectores del establishment y su determinación de enfrentar a Milei.
No hay que ser demasiado perspicaz para advertir que desde hace meses un sector poderoso del establishment le ha quitado su apoyo y actúa como una fuerza abiertamente opositora. Este cambio en las relaciones de fuerza, expresado con virulencia a través de los medios que actúan como sus voceros, llámense por ejemplo La Nación o Clarín, coincide con el hecho de que su programa económico, como lo han señalado diversos economistas, muestra claros signos de agotamiento y se encuentra en un callejón sin salida.
No solo las pymes sufren las consecuencias del modelo. Salvo contadas excepciones, una importante fracción de las grandes empresas afronta dificultades serias, ya sea por la reducción del consumo interno como por la pérdida de competitividad internacional derivada del retraso cambiario. A lo que se suma, como sucede por ejemplo con el sector siderúrgico, los efectos de las políticas arancelarias de Donald Trump.
Y si bien los negocios financieros arrojan la rentabilidad que no se forma en el proceso de circulación del capital aplicado a la producción, la sustentabilidad de la bicicleta financiera, al parecer, encontró su límite. Porque el sistema se sostiene en base al endeudamiento y el ingreso de capitales de corto plazo que se benefician del carry trade, una de cuyas condiciones básicas es la estabilidad del tipo de cambio, es decir, la ausencia de un riesgo devaluatorio.
Una condición que, justamente, hoy está en cuestión, sin mencionar el potencial explosivo creado por el inusitado crecimiento de la deuda en cabeza del Tesoro Nacional que se viene refinanciando, mes a mes, a tasas exorbitantes.
Cuarto, la modificación en los términos de la polarización a partir de los cambios producidos en el peronismo.
Desde esta columna venimos haciendo hincapié en que la fuerza que había adquirido Milei nacía no de sí mismo sino de su carácter de antagonista de la Casta. Algo por demás evidente. La negatividad proyectada sobre “los políticos” estigmatizados, cuya representante emblemática es CFK, fue su principal “punto de apoyo”.
Sin embargo, la conjunción de diversos factores debilitó la fuerza de dicho antagonismo. En primer lugar, la imposibilidad de Cristina Kirchner de protagonizar en calidad de candidata de la Tercera sección el proceso electoral. Un cambio del escenario que solo en apariencia beneficiaba a los libertarios. Más bien sucedió lo contrario. Porque, con CFK presa en su domicilio, la fuerza de la reacción antikirchnerista perdió parte de sus “argumentos”. Y fundamentalmente perdió la intensidad necesaria para activar a una parte del voto libertario que, aun decepcionados con Milei, acudiera a las urnas movilizada por el rechazo o el odio a Cristina.
A su vez, la exteriorización del proceso interno que marcó las diferencias entre Axel Kicillof y CFK-La Cámpora abrió el camino para debilitar en alguna medida el estigma que mantenía “congelada” la imagen del peronismo, y dar lugar a la idea que, luego de la hegemonía absoluta de CFK imponiendo su estilo, existe en marcha un proceso de cambio que puede significar el inicio de una nueva etapa en la vida del peronismo. Ese proceso se aceleró a parir del resultado del 7 de septiembre.
Kicillof, que lleva consigo el valorado – y poco común entre los políticos – atributo de la honestidad, al conformar el Movimiento Derecho al Futuro recuperó el sentido movimientista que históricamente caracterizó al peronismo, incluyendo los primeros años del kirchnerismo con Néstor al frente de la presidencia. Esa apertura y la mirada puesta en el futuro, sin por ello dejar de lado los logros reivindicables del pasado ni renunciar a la exigencia de la puesta en libertad de Cristina, significó una señal eficaz para debilitar en alguna medida la estigmatización que beneficiaba a los libertarios.
El desdoblamiento de las elecciones bonaerenses resistido por CFK-Máximo y decidido por Kicillof, asumiendo un riesgo significativo, terminó ayudando al triunfo y su consecuente consolidación. Hay que resaltar que durante la campaña, en todo momento, Kicillof contrapuso la gestión bonaerense con la nacional pero nunca entró en el juego de Milei de protagonizar una confrontación en el plano personal, un juego en el que sí Cristina había caído al usar expresiones como el “Che Milei” o el de “hermano”, entre otras. Fue un elemento adicional de la estrategia de Kicillof que sirvió para debilitar la campaña libertaria.
¿Cuál fue el desencadenante que hizo que aflorara de golpe todo lo que, subterráneamente, estaba acumulándose como una suma de causas generadoras del desgaste de la figura del Presidente?
La actualización de los estudios de opinión que reflejan la imagen del Presidente parecería indicar, en forma concluyente, que el acontecimiento que “funcionó” como detonante fue la crisis que comprometió en primera persona a Karina Milei, es decir, al apellido Milei, a partir del escándalo producido por la difusión de los audios de Diego Spagnuolo que revelaron el funcionamiento de un sistema de coimas en cabeza, nada menos, que de la Agencia Nacional de Discapacidad.
En su cruzada contra la Casta, Milei sintetizaba su caracterización apelando al carácter delincuencial de “los políticos ladrones”. El contraste que, en su apogeo, el libertario había logrado instalar como la principal línea divisoria fue la antinomia honestidad-corrupción. Núcleo central de su diferenciación respecto de la Casta que, junto con la promesa de sacar al país de la crisis, representó el “contrato” explícito que asumió con la sociedad. El jingle “Karina es Alta Coimera” le puso letra a un sentir que, como un reguero de pólvora, fue encendiendo la indignación. La relación de la “sociedad” con Milei había cambiado. Roto el hechizo que lo mantenía en conexión con buena parte de sus votantes, se abrió la puerta de par en par para que el malestar social producido por su política económica se expresara con plenitud. Sólo había que esperar el resultado de las urnas y sorprenderse por la magnitud de su derrota.
FUENTE YAHORAQUE.COM
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