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(Des) Equilibrio

"Contra Mitre", coluna editorial del Dr. Luis Alen, Director de la Licenciatura en Justicia y Derechos Humanos de la UNLa.
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Por Luis Hipólito Alen – Megafon/Universidad Nacional de Lanús

Equilibrio es una de esas palabras para las que el Diccionario de la Real Academia Española ofrece más de una definición. Es tanto el “Estado de un cuerpo cuando fuerzas encontradas que obran en él se compensan destruyéndose mutuamente”, como la “Situación de un cuerpo que, a pesar de tener poca base de sustentación, se mantiene sin caerse”, el “Peso que es igual a otro y lo contrarresta”, o el “Contrapeso, contrarresto o armonía entre cosas diversas”, la “Ecuanimidad, mesura y sensatez en los actos y juicios”, el “Estado en el que se encuentra una partícula si la suma de todas las fuerzas que actúan sobre ella es cero”, o casi igual, el “Estado en el que se encuentra un sólido rígido si las sumas de todas las fuerzas que actúan sobre él y de todos los momentos de las fuerzas que intervienen es cero” y también los “Actos de contemporización, prudencia o astucia encaminados a sostener una situación, actitud, opinión, etc., insegura o dificultosa”. 

Pasen y elijan, señoras y señores. Hay de todo y para todas y todos. Es el resultado que nos han dejado los comicios del 14/11/2021 y habrá que acostumbrarse a vivir en ese estado. Es lo que se desprende de la columna que el 17/11/2021 escribe en la Tribuna de Doctrina el politólogo Andrés Malamud, para quien “El bipartidismo está en orden”. Claro que sí, porque “El que va perdiendo por goleada siempre festeja un empate. Y el Frente de Todos empató: perdió el quórum en el Senado nacional pero se lo robó a Juntos en la provincia de Buenos Aires; perdió en quince provincias pero mantendrá los bloques más numerosos de ambas cámaras. Aunque se indignen los exaltados, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio comparten dos atributos: resiliencia y vocación de poder. Estos atributos sostienen la estabilidad partidaria a pesar del fracaso económico”. Así que el escenario político del país quedó en equilibrio, porque las dos fuerzas principales se compensan, ¿destruyéndose mutuamente? Eso habrá que verlo. Por ahora, las terceras fuerzas poco y nada tienen que decir en el concierto que comienza. 

Malamud señala que “El candidato disruptivo, Javier Milei, solo consiguió el 17% en la Capital. Seguidores y detractores discuten si es mucho o poco. Para el observador desapasionado la respuesta es simple: es típico. Las terceras fuerzas porteñas suelen obtener resultados similares, y la única que prosperó fue la que logró conquistar el poder ejecutivo. Las elecciones intermedias trafican ilusiones más que concreciones”. Se ve que el politólogo es un señor bien educado, y por eso no se refiere al desmelenado aullante más que como el candidato disruptivo. A uno se le podrían ocurrir otros calificativos, pero respetemos las formas. 

Se entiende que para la derecha más entusiasta, la del gobierno será a partir de ahora una situación en la que solo logra mantenerse sin caerse. “El gobierno podría optar por la radicalización o la moderación. En la radicalización, el frente oriental del FdT impondría sus preferencias por China y Rusia y sus simpatías con Cuba y Venezuela; en la moderación, el frente occidental impondría sus preferencias por la Europa de los barcos y el acuerdo con el FMI”. A veces a uno le parece que ciertos analistas no han podido despojarse de los prejuicios del pasado. Y de los dislates geográficos que impuso a nuestra derecha su alineamiento con el occidente cristiano. Porque resulta que ese occidente queda a nuestro oriente salvo que se opte por pensar que está al norte. Pero lo que está a nuestro occidente, cruzando la cordillera y atravesando Chile y el Pacífico, es la siempre amenazante China. Pero bueno, como ha quedado claro Malamud se mantiene dentro de los límites de su educación. 

Cuando mira a la oposición, que todavía no sabe si festejar o maldecir, ve grupos de halcones y palomas que se aprestan a enfrentarse, y se permite suponer cosas como que “La paradoja de esta elección es que les da la razón a las palomas, porque muestra un Congreso empatado a pesar de la victoria opositora, pero fortalece a los halcones, porque sus argumentos y sus candidatos hicieron mejor papel en todo el país”. Parece entonces que tanto para el oficialismo como para la oposición, operan en su interior pesos contrapuestos que se contrarrestan. 

Siempre servicial, Carlos Pagni habla el 17/11/2021 de “La victoria fraguada de Alberto Fernández”. Es que debe resultar difícil para los vocingleros escribas de LA NACIÓN, que ahora además de ensuciar hojas y desperdiciar tinta digital tienen que enfrentarse a las cámaras televisivas, ver como una nueva elección pasó y a pesar del triunfo de la oposición, el peronismo está muy lejos de desaparecer. Una nueva frustración. Por eso, el columnista arremete contra el Presidente, y cuándo no, contra la Vice, y fiel a las costumbres del mitrismo, miente sobre los hechos históricos, cuando después de criticar a Alberto porque se niega a sentirse derrotado, dice que “No debería sorprender lo de Fernández. Pertenece a una agrupación cuya líder se negó a entregar el bastón de mando a su sucesor, que había ganado en elecciones impecables. Era Mauricio Macri”. 

Cristina, vale la pena recordarlo, no se negó a reconocer la victoria del fanático de Netflix. Quiso mantener los mismos rituales que se venían sucediendo en cada cambio de gobierno. Fue el macrismo, con la inestimable cooperación de los tribunales, el que trató de imponer un mamarracho que mostrara a una mujer derrotada y sometida, y que llegó a acortar por unas horas el mandato presidencial consagrando a Pinedo el breve como el encargado de ungir a su jefe. Como uno supone que Pagni no tiene tan frágil memoria ni desconoce la idea de acudir a los archivos, debe entender que lo suyo responde a la tradición del fundador. 

Es claro que para sus mandantes, los peores del barrio son aquellos que se suponía jugaban para su equipo y que por algún resto de dignidad no rematada no lo hicieron. Por eso no es una sorpresa que Pagni aplauda y golpee en la misma frase: “De un demócrata se espera lo que dijo el embajador Ricardo Alfonsín el lunes: ‘Felicitaciones a todos los ciudadanos y fuerzas políticas que participaron ayer en las elecciones y especialmente a Juntos por haber triunfado en ellas’. No lo que dijo el embajador Ricardo Alfonsín el martes: ‘Este domingo han obtenido apoyos mayoritarios las fuerzas neoliberales de la oposición. Para los que soñamos con sociedades + justas, + equitativas, + igualitarias, obviamente, esa no es una buena noticia. No son estas las ideas que más contribuyen a ello. Lo prueba la historia’. Más allá de su patetismo, estas incoherencias ponen de manifiesto una propensión de la política que es materia de debate desde Sócrates: la creencia en que se puede modificar la realidad solo con palabras”. Alfonsín buscó el equilibrio que su tradición política le indica como posible: reconoció que Juntos por el Cambio fue la fuerza política que obtuvo más votos, pero no se privó de señalar que ese resultado dista mucho de ser una buena noticia. Aunque para Pagni lo sea. Hay cosas que para el escriba no resultan aceptables, como que “La mayor connivencia que reclamó Alberto Fernández es que se asuma que él y Cristina Kirchner son la misma cosa”. 

Esa sería la peor pesadilla de nuestra derecha. Que el Presidente se decida a gobernar, siguiendo el ejemplo de lo que hizo la reina maléfica en los años posteriores al 2009, cuando la prensa mentirosa que sigue siendo hegemónica se empeñaba en pronosticar la desaparición del kirchnerismo. Porque si sigue ese rumbo, por ahí en 2023 pasa lo mismo que en el 2011. 

Incansable en su prédica disolvente, Pagni no pierde ocasión de sembrar la discordia entre los integrantes del Frente de Todos, esperanzado en que alguna vez la mala hierba que desparrama prenda y termine por romper todo. Por eso desliza, frente al acto del día de la militancia, que “La plaza se pudo llenar. La plataforma política sobre la que se constituyó fue la misma. Movimientos sociales y sindicalismo tradicional, es decir, dos fuerzas que no confían en la orientación que Cristina Kirchner le imprime al oficialismo. Antes de realizar su ceremonia, Alberto Fernández recibió a gobernadores y al jefe de los intendentes de la provincia de Buenos Aires, Martín Insaurralde, quien fue recibido en la Casa Rosada como si fuera el verdadero gobernador. El sentido del movimiento quedó cifrado en un detalle: Máximo Kirchner y La Cámpora no convocaron a la movilización. Fueron invitados”. Cegado por su obsesión, pasa por alto el detalle principal. Que a la Plaza fueron todos los sectores del Frente gobernante. Más tarde o más temprano, atrás o adelante, los militantes recordaron el día en que su líder rompía el exilio y desafiaba a la dictadura militar, retornando a su patria. Traído por las luchas de su pueblo, que pese a todas las derrotas sufridas nunca se dio por vencido. 

Lo demás de la nota es más de lo mismo: la prédica constante para que el gobierno se rinda y acuerde con el Fondo Monetario Internacional. En los términos que este imponga, por supuesto. No vaya usted a creer que desde las páginas de LA NACIÓN se pueda privilegiar alguna vez el interés nacional. Nunca hubo ecuanimidad, ni mesura, ni sensatez en sus juicios.

 Tampoco aparecen esos valores en la columna de Daniel Santa Cruz, que el 18/11/2021 cree que “La negación florece cuando faltan ideas”. De entrada nomás, el columnista despliega un sentido más bien absurdo de las cosas, cuando sostiene que “el partido de gobierno tiene derecho a hacer un acto en honor a su militancia, aunque éste se desarrolle apenas 72 horas después de la mayor derrota electoral del peronismo de su historia”. ¿Una elección de medio término, que dejó las cosas en una nebulosa donde nadie tiene ventaja sobre nadie, es peor que, por ejemplo, haber perdido las presidenciales de 1983 y 1999? Curiosa forma de pensar qué es lo mejor y lo peor. 

Santa Cruz cree, y así lo dejan traslucir sus palabras, que el gobierno debe rendirse y someterse a las condiciones que le dicten los ocasionales triunfadores del domingo 14. Por eso amonesta: “Si el gobierno quiere dialogar con Juntos por el Cambio, la principal fuerza opositora, deberá estar seguro de que el acto de la militancia, con las consignas que allí se barajaron, rompió uno de los pocos puentes que los unía”. El escriba debería saber que un diálogo exige dos partes dispuestas a escucharse y a transitar puntos en común. El problema, y vaya lo que digo también para el gobierno, es que con la derecha no existen esos puntos en común, sea la que pone cara menos horrible y se encolumna detrás del alcalde porteño, o la que no disimula sus espantos y se despliega con el dormilón, la saltimbanqui, y sus nuevos amiguitos del aullador y el que todavía trata de animales a los que no comulgan con su ideario de exclusiones, discriminaciones, negacionismos y alabanzas de las dictaduras. ¿De qué se puede hablar con esa gente? 

A los que hay que escuchar es a los miles y miles de votantes que en el 2019 apostaron por un gobierno que les prometió que sus decisiones iban a estar siempre a favor de los necesitados, los excluidos, los marginados por un sistema impiadoso, los perseguidos por jueces que pervirtieron cualquier sentido que se le quiera dar a la palabra justicia. Los que todavía esperan respuestas, los que necesitan que se cumplan las promesas que por ahora parecen quedar solo en eso. Gente que puede entender que nadie se esperaba una pandemia. Personas que saben que hay una deuda monstruosa dejada como un lastre que trata de impedir que se levante el vuelo de un sueño anhelado y que tuvo sus días de feliz concreción no hace tantos años. Un pueblo que no quiere que las fuerzas y las cosas actúen unas sobre otras para mantener todo en una sumatoria que da cero. Un pueblo que no quiere el diálogo del equilibrio mentiroso, porque en ese punto de la nada siempre le tocó perder. Un pueblo que espera el desequilibrio de la balanza, para que de una vez por todas, pese más el interés de todos que el negocio de unos pocos.