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El oficio de cineasta

Por Pablo Argañaras, Lic. en Cine y Televisión
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La gente tiene en su imaginario al director de cine como alguien angelado. Una persona sentada en una silla tipo tijera de lona blanca y estructura de madera que dice en tono de voz imponente: «Acción…» Un hombre de carácter fuerte al cual la gente obedece y reparte órdenes en un set de filmación. Una persona rodeada de estrellas que camina por alfombras rojas. Alguien con premios en las manos que anda vestido de gala a dónde quiera que vaya. Todo esto es un constructo imaginado y alimentado por Hollywood.
El oficio de director de cine tiene mucho más que ver con el trabajo que con el glamour. Tiene bastante de estudio y lectura. Disciplina y práctica constante. Entrenamiento y visionado de material. Mucho de imaginación y ensoñación. Una pizca de locura y mucha valentía. Si se lo toma en serio tiene mucho más que ver con el trabajo de un obrero que con el de alguien snob.
Hay que ejercitar la mirada. Para ello hay que estudiar mucho y aprender a observar. Escribir de forma correcta para poner en guiones el sentir y el pensar. Estudiar dirección de actores para poder llevar a los intérpretes a buen puerto. Manejar la técnica de la imagen y el sonido. Ser creativo en el montaje. Y por sobre todo amar la incertidumbre y aprender a vivir con ella.
Constructor de sueños y quimeras. Alguien que materializa delirios en una pantalla. Un ser capaz de ponerte el mejor o el peor de los espejos en frente. Alguien digno de aplausos, ovaciones abucheos y tomatazos. Alguien digno de poder depositar la confíanza y la desnudez del alma. Esa misma que los artistas sienten ante el vacío en el cual la obra deberá crearse.
Domador de egos. Litigante de emociones. Mártir de los sentires. Filósofo incansable de la vida. También de la muerte. Camaleón eterno. Eterno aprendiz. Ignorante a sabiendas. Detective del talento oculto, ese que ni su propio dueño es capaz de notar. Constructor de confianza. Camarada en las batallas. El peor enemigo de la ignominia.
El oficio de cineasta tiene mucho de soledad. Otro tanto de incomprensión. Mucho sacrificio. Paciencia incansable. Amor infinito. Sería un pecado no tener amor por esta labor. Creo haber salido de los mil y un infiernos por el solo echo de saber que pronto estaré rodando e imaginando un mundo inventado por mi y compartido con gente en una sala oscura en una pantalla fulgurante. El oficio de cineasta tiene la magia suficiente para embelesarte como una sirena hasta hacerte morir en su canto.