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EL ARTE DE LA FALSEDAD

"Contra Mitre" columna editorial del Doctor Luis Alen, Director de la Licenciatura en Justicia y Derechos Humanos de la UNLa.
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Por Luis Hipólito Alen – Megafon/Universidad Nacional de Lanús

En esta era de la pandemia, que ha trastocado estructuras políticas, sociales, económicas y culturales en el mundo entero, algunos han aprovechado la crisis para perfeccionar sus peores prácticas. No es nuevo en el mundo que existan quienes hacen del engaño una profesión, de la mentira un modo de expresión y de la falsedad un arte. 

En los tiempos del renacimiento, Michel de Montaigne escribió, en sus ensayos, que “si así como la verdad, sólo tuviese la mentira una cara, mejor nos iría. Pues consideraríamos cierto lo opuesto a lo que el mentiroso dijera. Mas el reverso de la verdad tiene cien mil caras y un campo infinito” (Ensayos, 1985: 73). Lidiar con esas cien mil caras, con ese campo infinito que se oponen a la verdad -que por cierto, tampoco tiene un solo rostro-, es a veces una tarea ciclópea. Porque la falsedad, de la cual la mentira es parte esencial, está imbricada en nuestras existencias hasta un punto tal que muchas veces la ignoramos o la dejamos pasar como algo que no tiene remedio y que por lo tanto, no debe ser motivo de preocupación. 

Hace unos años, se publicaba en España un trabajo colectivo, “La mentira y el autoengaño en la sociedad actual”. En uno de los artículos que formaban parte de la obra, Ignacio Mendiola advertía que “En esta urdimbre que es lo social, la mentira comienza ya a adquirir una importancia ineludible toda vez que alude al modo en que se trenza un relato por medio del cual (nos) contamos lo que sucede, al tiempo nos entreveramos cotidianamente con los otros en el transcurso de esos relatos narrativos: la mentira nos abre al sentido y a la relación”. (Elogio y crítica de la mentira, p. 45). Lo que el sociólogo vasco nos está diciendo es que la mentira no nos es ajena, que en el complejo marco de las relaciones sociales no podemos prescindir de ella. 

En la misma obra, José María Martínez Selva, en el artículo “Grandes mentiras en tiempos presentes” recordaba que “Hablar y escribir sobre la mentira deja un sabor amargo. Joseph Conrad, en ‘El corazón de las tinieblas’, comparaba la mentira al sabor de la carne podrida. Se trata de describir el mal, de un mal próximo, que está en todas partes. Pero cuando se habla de la gran mentira estas sensaciones amargas se multiplican”. Es algo que, por conocido, no puede dejarse de lado así como así. Porque si la falsedad es el mal omnipresente, no combatirla es dejar que ese mal obtenga sus propósitos. Como dice el mismo autor, un ejemplo de ello lo encontramos en el mundo de la política. “La mentira política puede alcanzar dimensiones planetarias, recuerden el caso de las armas de destrucción masiva en Irak, o el más reciente de Grecia falseando sus cuentas ante el mundo financiero internacional. Y como hay mucho en juego, no es extraño que las grandes innovaciones en el mundo de la mentira se estén produciendo en la comunicación política e institucional”. 

Vamos acercándonos a lo que queremos plantear en esta columna. El uso de la falsedad como un arte que desde ciertos medios de comunicación busca convencernos de que la mentira es la verdad. Se forma así un vínculo perverso entre el comunicador y sus destinatarios, en una retroalimentación tóxica que termina envenenando todo el cuerpo social. “A nivel general, los medios de comunicación están dominados por intereses económicos, pero cargados de mensajes ideológicos. La reclamación de que un periódico es independiente es cierta en el sentido de que no está controlado directamente por el gobierno. Pero los medios no son ajenos a la lucha por el poder ni neutrales, y debido a sus necesidades de financiación y de fuentes de información directa, no les queda más remedio que la adscripción ideológica. 

Pero como todo está ideologizado, muchos lectores desean que aparezca en los medios lo que quieren leer. En consecuencia, noticias, titulares y opiniones se presentan de modo efectista, emocional, conmovedor, favorables a la causa que apoyan y críticos o despiadados con los adversarios” (Martínez Selva, 2010: 53, 58, 62). 

La autoproclamada independencia de ciertos medios esconde una falsedad de origen. Al pertenecer a un determinado grupo económico, responden a los intereses del mismo. Ejemplo entre nosotros, Clarín forma parte de un conglomerado que excede el universo de la comunicación y extiende sus tentáculos en otros campos, como los agronegocios por citar uno de ellos. Entonces, su presunta independencia se acaba en cuanto debe informar sobre temas que conciernen a las áreas de interés del grupo. Del mismo modo, LA NACIÓN fue concebida desde su fundación por Bartolomé Mitre como una Tribuna de Doctrina. Lo que en resumidas cuentas quiere decir que es el vocero de las posiciones ideológicas de la derecha conservadora, hoy rebautizada como neoliberal. Sus lectores no se preocupan por la verdad, sino por leer la opinión autorizada de sus doctrinarios, que confirme sus propias opiniones. La verdad es entonces sacrificada en el altar de los intereses económicos y políticos, y la independencia de los medios es nada más que un disfraz que encubre sus posicionamientos. La falsedad se convierte en un arte puesto al servicio de los poderosos, contra el que se hace difícil, cuando no imposible, cualquier lucha que se emprenda. Con lo que podemos presumir que la lucha contra la mentira, al menos en lo que hace a su faz política, dista de ser una novedad para mostrarse como una pérfida costumbre enraizada en la llamada civilización occidental. Pese a lo cual la lucha vale la pena y el esfuerzo se impone casi como un imperativo categórico kantiano. 

El objeto de estas columnas que ya hace más de un año se vienen publicando es el análisis de los artículos publicados en LA NACIÓN, desmenuzar la opinión de sus principales editorialistas para encontrar cuánto de verdad -y cuánto de falsedad-, hay en las mismas. La Tribuna de Doctrina se jacta de ser una fuente de información independiente. Pero a poco de transitar por sus páginas (o por la edición digital, o incluso las producciones audiovisuales que emite en su canal de noticias), lo que va quedando al descubierto es que el pasquín de don Bartolo sigue fiel a las tradiciones que le impuso su fundador, al cual la verdad poco le importó. En lugar de informar, desinforma. La realidad, la verdad, son sus víctimas. 

Como señala María Fraguas de Pablo en su trabajo Teoría de la desinformación, (Madrid, Alhambra, 1985), esta puede ser definida como “la acción del emisor que procede al ensamblaje de los signos con la intención de disminuir, suprimir o imposibilitar la correlación entre la representación del receptor y la realidad del original”. Clarito. Lo que se busca es que el destinatario de los datos que se transmiten los tome como reales sin cuestionarse su veracidad. 

Venimos señalando esta práctica como común en las columnas de los escribas del grupo MitreSaguier: dar como una verdad indiscutible lo que solo existe en sus palabras. No se ofrece dato alguno que permita chequearlas. Lo que se dice debe tomarse como algo que no es pasible de ningún cuestionamiento.

 La autora citada señala las siguientes prácticas que afectan el sistema comunicativo: A. Intervenciones: de los actores por medio de la coacción y/o la persuasión, utilizando la apropiación de los instrumentos comunicacionales por parte de entidades públicas o empresas privadas, con el silenciamiento y la censura como expresiones, y la deformación ideológica, la manipulación informativa y el falseamiento de datos como representaciones. Recordemos simplemente que a fines de 1976, con el aval de la Junta Militar genocida que usurpaba el poder en la Argentina, LA NACIÓN y Clarín se apoderaron de Papel Prensa, la empresa monopólica en la producción de pape para periódicos. Coacción en su máximo grado, y a partir de allí la conformación de multimedios desde los cuales se silenció toda voz disidente, muchas veces con el apoyo de la censura directa o indirecta producida por distintos gobiernos, y se instaló un discurso ideológico único. B. Mecanismos: 1) Elementales: mentira, omisión; 2) Inductivos: analogía, metáfora, tono, rumor; 3) Vocablos: extensión semántica, reducción y transferencia. Todos mecanismos presentes cotidianamente en las notas de LA NACIÓN. Para comprobarlo, nada mejor que recorrer sus columnas. 

Jorge Fernández Díaz, el 18/07/2021, se preocupa por “Un disfraz que nos costará muy caro”. ¿A qué alude el novelero de marras? Nada más, y nada menos, que a la política exterior del gobierno de Alberto Fernández y por extensión, a la política de América Latina. Para hacerlo, recurre a los servicios de otro habitué de las páginas del pasquín mitrista: Loris Zanatta, alguien que hace honor a su apellido. Dice el itálico escriba que “Como el evitismo, el comunismo castrista se tornó una poderosa máquina para combatir la riqueza, no para emanciparlos de la pobreza”. En pocas palabras liga a Fidel y su revolución con el peronismo, en la versión de Eva. No tenemos ningún dato que ofrezca una pista para conocer por qué caminos llega Zanatta a tales conclusiones (si los hay, Fernández Díaz los oculta prolijamente).

El columnista novelero sigue con sus prácticas folletineras y nos explica que “Loris no se detiene en Fidel, sino que avanza decididamente sobre otros nacionalistas del catolicismo hispánico: Perón, Chávez, Bergoglio. Su nuevo ensayo se titula El populismo jesuita, y su valor se encuentra en descubrir el hilo conductor e ideológico que los ha unido a los cuatro”. Caramba. No puede negarse que existe, tanto en el citado como en el citador, una imaginación capaz de saltar cualquier barrera lógica, que les permite reunir a un revolucionario marxista con el sostenedor de la Tercera Posición, y pasar de allí al caudillo bolivariano para aterrizar en el Papa argentino. El problema es que en toda mentira más o menos bien urdida subyace algo de verdad. Por absurda que parezca la técnica zanattera de reducir a cualquier líder popular surgido de Nuestra América a un enemigo a combatir, hay un común denominador que es, en verdad, el origen de las preocupaciones que comparten el novelero y su historiador de cabecera: todos los mencionados se oponen al capitalismo salvaje, cada cual a su modo y en su tiempo. Y ese capitalismo es la fe que profesan Zanatta y Fernández Díaz, que para ser fiel a un mandato que es ya clásico para los escribas del diario de don Bartolo arremete contra su enemiga favorita, y sostiene que “Cristina Kirchner ha dejado notables testimonios de su afinidad con la dictadura más longeva de América Latina”. 

La cuestión ya se ha planteado sin posibilidad de rechazo. Ocurre que la maléfica Vicepresidenta estuvo varias veces en el largo lagarto verde al que cantaba Nicolás Guillén. Eso basta para sindicarla como una agente del castrismo. No importa que sus visitas hayan tenido como objeto el acompañamiento de su hija, que padecía dolencias provocadas en gran medida por los ataques efectuados por el entramado de espías, jueces, fiscales, funcionarios y empleados de los medios que conducía el prófugo Pepín Rodríguez Simón y que operaba como la mesa judicial del macrismo. Cristina estuvo en la isla y “de La Habana trajo aliados, compromisos y fraseologías; trucos para anatemizar enemigos y toda la arquitectura argumental del lawfare. Allí funciona la verdadera usina intelectual de mentiras del nacionalismo latinoamericano y de su eje global de autocracias”. 

Una pequeña nación, sometida al más criminal de los bloqueos desde hace casi sesenta años, bombardeada por todos los medios tecnológicos que violando cualquier convención internacional no solo le impiden difundir sus propias noticias sino que inundan el espacio audiovisual con producciones que atacan al gobierno y al pueblo, con los recursos menguados que permite su geografía caribeña, todavía más deteriorados por el bloqueo al que la pandemia ha sumado las restricciones para el turismo, impedida de recibir las conexiones informáticas de los cables submarinos que rodean la geografía isleña pero no ingresan en ella, es para el engolado novelero una usina intelectual. Casi que es un reconocimiento a la excepcionalidad de la revolución cubana, que pese a todos los ataques que recibe se las ingenia para mantenerse en el poder sin ceder a los dictados del capitalismo internacional. ¿Se puede dar crédito a tamaña afirmación? Para los lectores de LA NACIÓN, seguramente es así.

La derecha es capaz de creer cualquier cosa que comulgue con su visión del mundo. Aunque sostenga imposibles como suponer que la revolución triunfante en 1959, época para la cual el primer peronismo ya había sido depuesto por una dictadura sangrienta, ya recibía su influencia. Será que los Castro son viajeros en el tiempo. Pero Fernández Díaz vuelve sobre sus obsesiones y ataca ya no solo a Cristina sino a su difunto esposo. “Cuando llegaron juntos a la Casa Rosada, acuciados por el lema ‘que se vayan todos’, buscaron una épica y visitaron la vieja tienda de disfraces. Allí estaban, ya apolillados, los trajes setentistas, que ellos habían convenientemente soltado por obsoletos treinta años atrás. El pingüino llevó el traje con cinismo consciente hasta su muerte, pero la pingüina –actriz del Método– se involucró dramáticamente en su rol y llegó a sentir que el disfraz era parte de su piel”. 

Si alguien quiere buscar coherencia en las opiniones del folletinero, lamentamos decirle que no la hay. Porque resulta que los trajes setentistas estaban obsoletos desde treinta años antes del 2003, pero al mismo tiempo eran la base necesaria para fundar una épica. Ni qué decir si recordamos que esos ideales apolillados eran el producto exportado por los barbudos de Fidel. Que son al mismo tiempo usina de mentiras para el nacionalismo latinoamericano pero están obsoletos. Imperturbable, cierra el novelero sosteniendo que “Todos simularon que aquel disfraz era un uniforme verdadero, y que a ella la esperaban allí los fantasmas ilustres del Che y de Cooke; la izquierda peronista y los ideales marxistas y nacionalistas de la juventud maravillosa”. Como siempre, algo de verdad anida aún en la sarta de falsedades de la nota. El Che y Cooke son personajes ilustres, le guste o no al escriba. 

Pasemos a Carlos Pagni que en la misma tónica de ataque a Cuba y lo que su revolución significa, el 20/07/2021 narra un supuesto trayecto de “Cristina Kirchner: del infame trapo rojo al Patria o muerte”. Pagni se agarra de una exposición de Eduardo Valdés, presidente de la Comisión de Relaciones Internacionales de la Cámara de Diputados, Carlos Heller, que preside la Comisión de Presupuesto y Hacienda, y José Luis Gioja, que hasta hace poco presidía el Partido Justicialista, y nos cuenta que “Los tres participaron de una reunión internacional de apoyo a la dictadura cubana, mandaron un saludo (según Heller, en representación de todo el bloque kirchnerista) y concluyeron el mensaje con la consigna ‘Patria o muerte’, que es la frase con la que Fidel Castro finalizaba sus discursos a partir de la década de los 60: una especie de consigna de la revolución”. Lo cual es tan criticable como que tres legisladores extranjeros concluyeran una exposición internacional de apoyo a nuestro país, diciendo al gran pueblo argentino, salud. 

A poco de transitar la nota uno puede adivinar su tono. Cuba es una dictadura; como consecuencia de esta afirmación, quienes apoyen a Cuba son el sostén de esa dictadura. Pagni no debería desconocer que la isla caribeña tiene su propio sistema político y sus propias reglas jurídicas. Probablemente las conoce, pero las desprecia porque no coinciden con su forma de pensar. Si no es lo que yo sostengo es una dictadura, es su regla de cabecera para analizar las realidades políticas de otros países. Aunque como es algo más astuto que sus compañeros de redacción, nos habla de un orden jurídico supranacional, y cuenta que “La idea es que, frente a la penalización de crímenes que violan los Derechos Humanos, cede la noción de soberanía nacional. Esa es una de las causas por las que la Argentina incorporó tratados internacionales por encima de las leyes nacionales. Es decir, reconocemos que hay un tipo de derechos universales frente a los cuales nos inclinamos aún como Estado Nacional”. ¿Alguien le habrá advertido que sobre esa base jurídica -que no implica, como erróneamente sostiene, la violación de la soberanía nacional-, se construyeron los juicios del Proceso de Memoria, Verdad y Justicia que el medio que lo emplea tanto detesta? 

Expliquemos un poco. Por soberanía nacional entendemos un concepto que deposita el poder político en la voluntad del pueblo, que es quien decide el rumbo a seguir; es la autoridad en la cual reside el poder político. Esa voluntad, primariamente, se expresa en un programa de vida en común, que es lo que se plasma en una Constitución. Por ende, si el pueblo, a través de sus constituyentes, ha expresado la voluntad de reconocer los instrumentos internacionales de derechos humanos, como ocurrió en la reforma de 1994 que lo hizo en el inciso 22 del artículo 75, no ha resignado su soberanía sino que ha incorporado esos principios a su programa de vida en común. No hay una oposición entre reconocer estos derechos enunciados internacionalmente, y aceptar que existen sistemas encargados de su protección a nivel internacional, con el ejercicio de la voluntad nacional. Se viola la soberanía cuando esa voluntad popular es desconocida o violentada, como ocurrió desde 1861 con los golpes de Estado que terminaron con los mandatos de gobiernos constitucionales, el primero producto de Bartolomé Mitre y los siguientes aplaudidos por LA NACIÓN. Por lo tanto, es falso sostener que “Fernández incurre en esto cuando, además de decir que ignora lo que sucede en Cuba, dice que lo que sucede en ese país debe ser resuelto por los propios cubanos. Igualmente, afirma que los venezolanos deben resolver lo que pasa en su país”. Justamente, de eso trata el concepto de soberanía nacional. Que sean los pueblos los que decidan sus destinos. Claro que si esa elección no es del gusto del columnista, entonces no vale. Se juega solo con sus reglas. 

Eso le permite decir que “Estamos ante una contradicción aparente porque, en realidad, hay una ideología que pone en el centro al Estado, a la política y al líder, y relativiza derechos humanos universales mientras privilegia al poder del que manda”. Falso. Si esto fuera así, la aplicación de este principio implicaría la aceptación de las dictaduras, porque en ellas había un poder que mandaba. Eso fue, en pocas palabras, lo que hizo la Corte Suprema que presidía José Figueroa Alcorta, con el dictamen del Procurador Horacio Rodríguez Larreta, cuando en su acordada de 1930 estableció la nefasta doctrina de facto, reconociendo al gobierno dictatorial de Uriburu porque ejercía el poder. Es claro que para Pagni la ideología a la que critica es la que expresa el kirchnerismo. Otra vez, sus palabras se apoyan en una falsedad. Nadie puede desconocer que fueron los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner los que más hicieron por la vigencia plena de los derechos humanos, comenzando por su decisión de terminar con la impunidad de los genocidas. Eso es objeto de reconocimiento internacional, más allá de cualquier divergencia que pueda haber con otras políticas públicas llevadas adelante por tales mandatarios. 

Lo que queda claro es que todo lo que sea o parezca un gesto de respeto o de adhesión a gobiernos que expresen ideologías de izquierda va a merecer el repudio de Pagni, que vuelve sobre el tema y dice que “En declaraciones para la televisión china, el diputado José Luis Gioja (uno de los legisladores que envío el mensaje a Cuba) dijo: Creo que ideológicamente perseguimos los mismos objetivos. Somos partidos de mucha base popular, nuestro objetivo central son los trabajadores y nuestra bandera principal es la justicia social, que son precisamente también la bandera y los actores principales del Partido Comunista de China. Desde el punto de vista doctrinario también tenemos objetivos comunes y eso simplifica muchísimo la relación”. Desde el prisma con el que Pagni observa la realidad, estos dichos constituyen la admisión del pecado.

 Solo resta entender el por qué de estas manifestaciones, y ahí se dirige el columnista: “Probablemente, esta adhesión a Cuba, este giro a la izquierda y el respeto a dictaduras como la de Maduro o la de Ortega sean parte instrumental de una política ocasional porque, en aquel programa chino, la periodista dice que todo comenzó en 2003 (en la gestión de Néstor)”. Va quedando todo claro. El origen del pecado está en los gobiernos kirchneristas. Aunque como Néstor falleció, el objetivo principal de los ataques de la Tribuna de Doctrina está enfocado en Cristina. Por eso Pagni cuestiona al brillante alegato con que la Vicepresidenta pidió la nulidad de lo actuado en la llamada causa del Memorandum con Irán. “Llama la atención que alguien que forma parte de un grupo político que manda saludos a Cuba en medio de la brutal represión esté tan preocupado de la vida constitucional liberal, el cuidado de los procedimientos, el derecho de defensa, las garantías individuales. Todos dispositivos sagrados que deben ser custodiados, que hacen a la esencia de la democracia y el Estado de derecho, y que han sido manipulados en la época del kirchnerismo, también de Macri”. 

En la frase subyacen un argumento perverso -si apoyás a Cuba no pidas derechos-, y como en todas las falsedades que venimos analizando, algo de verdad. Porque Pagni termina reconociendo que el gobierno del dormilón fanático de Netflix se manipularon las garantías esenciales que hacen al ejercicio del derecho humano de acceso a la justicia. 

Solo brevemente, porque no merece mayor análisis, vale decir que es falsa la afirmación de Pablo Mendelevich, que en su nota del 21/07/2021 que tituló “El ‘lenguaje inclusivo’, montado sobre ‘la grieta’” con una bajada que en referencia a ese tipo de lenguaje dice que “En el discurso público, la modalidad sintonizó sobre todo con la iracundia kirchnerista y con la izquierda contestataria, y aunó en la vereda contraria al par antagónico”, sin que tenga mucho que ver con el núcleo de la nota sostiene que la Argentina “está entre los diez países con mayor tasa de muertes por millón de habitantes por Covid”. Por lo menos en los últimos datos internacionales, la Argentina no está entre esos diez países. En América del Sur, Brasil y Bolivia están por encima de nuestro país. Lo cual, por supuesto, no significa que la situación no sea grave y que la cifra de fallecidos sea muy grande. Pero en todo caso, habría que analizar por qué se produjeron esas muertes y cuál es la responsabilidad que cabe a quienes impulsaron el rechazo a las medidas de cuidado, que son los mismos que se opusieron a las vacunas porque eran veneno, producían el efecto imán y varias estupideces por el estilo, que desfilaron en marchas anticuarentena y se reunieron desafiando las disposiciones adoptadas por el gobierno, que reclamaron por una vacuna producida en los Estados Unidos, y luego se quejaron de la falta de vacunas pese a los números que dicen lo contrario. De todos esos nada dice Mendelevich. 

Volviendo sobre Cuba, que parece ser el leit motiv de estos días, el 21/07/2021 Andrés Oppenheimer se las toma contra quienes denomina “Hipócritas de derecha y de izquierda” y enumera primero a “los hipócritas de izquierda. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador; el presidente Alberto Fernández, y el posible presidente electo de Perú, Pedro Castillo” y dice que “estos y otros miembros de la izquierda jurásica se unieron a los dictadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua en culpar al ‘bloqueo’ estadounidense por los últimos acontecimientos en Cuba”. Basta decir que el bloqueo estadounidense ha sido condenado en la Asamblea General de las Naciones Unidas por el voto de ciento ochenta y cuatro países, con solo tres en contra, entre ellos Estados Unidos. Donde como reconoce el columnista “El movimiento Black Lives Matter (BLM), de EE.UU., exigió al gobierno de EE.UU. que levante el embargo”. Recordemos que ese movimiento nació como respuesta a los asesinatos de negros por parte de policías blancos, y que es un movimiento reconocido por su defensa de derechos fundamentales. Pero si apoya a Cuba, para Oppenheimer “El presidente Biden está haciendo lo correcto al no escuchar a Black Lives Matter ni al ala de izquierda del Partido Demócrata, que quieren un acercamiento con Cuba”. Ni a los ciento ochenta y cuatro países que piden lo mismo. Que tienen gobiernos de distinta extracción ideológica. Nada de eso importa, hay que condenar la insolencia de ese país que no cumple las órdenes de los dueños del planeta y pretende mantenerse independiente. 

Basta por hoy. Tantas falsedades como las expuestas deberían alcanzar por lo menos para que la presunta independencia del diario de los Mitre quede al desnudo en toda su prepotencia ideológica. Cita José Woldenberg en un artículo publicado en la revista mexicana Nexos, que “en 1712 apareció en Londres un folleto anónimo anunciando la próxima publicación de un ‘Tratado ciertamente curioso que se propone mediante suscripción’. Se trataba de una obra en dos volúmenes sobre ‘el arte de la mentira política’. Esa magna obra nunca apareció, pero el folleto que hacía una detallada reseña de los capítulos del presunto primer volumen no tiene desperdicio. El librillo, con un marcado tono irónico, se le atribuyó a Jonathan Swift, el autor de ‘Los viajes de Gulliver’, aunque hoy sabemos que lo escribió uno de sus cuates, John Arbuthnot, médico de la reina y profesor de matemáticas”. Según el folleto en cuestión, Swift se desesperaba porque “Considerando la natural propensión del hombre a mentir y de las muchedumbres a creer, confieso no saber cómo lidiar con esa máxima tan mentada que asegura que la verdad acaba imponiéndose”. (El arte de la mentira política, 01/10/2020). Esperemos que se haya equivocado y que sobre tanto arte de lo falso, la verdad brille con su plena luz.